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Triunfal solo de Ginés Marín, madurez y clasicismo en Santander

Fue el triunfo de la madurez. Madurez joven, pero que ya tiene poso. Ginés Marín salió en hombros, esta tarde, en la cuarta de la Feria de Santiago. El extremeño, nacido en Jerez, cortó cinco orejas -de diverso peso- en su encerrona en Santander. Por encima de lo numérico, la certeza de que Ginés es un torero inteligente, capaz y cuajado. Porque se le vio muy fácil y despejado, del Alfa al Omega. Solvencia pura, que trufó de buen toreo. Destacar una faena por encima del resto -como la del bravo y codicioso sexto de El Parralejo, la del enclasado pero medido de poder cuarto de Juan Pedro Domecq o la del dulce ‘Pallarés‘ tercero- sería desmerecer una gesta maciza. Muy templado a la verónica -menos variado en los quites- en prácticamente todos los toros, con ese embroque marca de la casa, una pureza y apuesta por el toreo fundamental, clásico, que siempre es de alabar, pleno de torería y con una tizona abrumadora, pues hubo varios espadazos candidatos a la mejor estocada de la feria. Si Santander ya era talismán para Ginés, desde hoy, lo será aún más.

Cerró su gesta a lo grande desorejando a uno de El Parralejo, bajo y de lomo recto, armónico, con menor presencia -como el primero- y más escurrido que el resto, al que pudo trazar buenas verónicas en el saludo de capa. Apenas se le señaló un puyazo, muy medido el castigo. Echó la cara arriba en banderillas. Ginés Marín brindó al público y sacó toda la artillería que quedaba. El prólogo, magnífico por bajo, de rodilla genuflexa. El cambio de mano, cumbre.

Después apretó al de El Parralejo, buen toro, que tuvo prontitud, ritmo, casta y mucha profundidad. Exigió a “Fanfarrón”, que respondió con codicia, a pesar de que pareció haberse lastimado la mano izquierda. Su bravura pudo más y repitió para permitir al extremeño cuajarlo de principio a fin. El final, lleno de pureza, a pies juntos y citando de frente con la diestra. Se volcó sobre el morrillo y hundió el acero hasta la empuñadura. Un cañón. Dos orejas y guinda perfecta.

El segundo fue un castaño, con el hierro de la estrella de seis vértices de Jandilla, bien hecho y musculado, más serio que el que rompió plaza y que abría la cara. Pudo dibujar buenas verónicas en el recibo de capa. La media, superior. Empujó en varas y pareció no sobrarle motor. Buen tercio de banderillas de Javier Ambel y Fernando Sánchez. Ginés volvió a plantear la faena en los medios, donde logró dos tandas de derechazos al ralentí. Muy templadas, pulseando la embestida del animal, con ritmo y que quería todo por abajo, a pesar de su medida fortaleza y poder. Se echó la mano a la zurda y, acortando la distancia, logró extraer naturales para sostener el diapasón de la faena. Esa tanda la cerró con un larguísimo circular y el de pecho, sin enmendarse. Se mantuvo en las cercanías en el tramo final, con el toro ya más aplomado, para meter más pimienta al guiso de su trasteo y, tras una buena estocada, paseó la primera oreja de su solo.

Volvió a torear con buenas verónicas al cárdeno tercero, “Santa Coloma” de Pallarés, bajo, hondo y con cuajo, de seria expresión y perfectas hechuras. Empujó en varas y se dejó en banderillas. Ginés comenzó el trasteo con muletazos de rodilla genuflexa, para ahormar la embestida del burel, muy toreros. De cartel. Tuvo ritmo en las tandas iniciales en redondo, pero desde luego, la faena tuvo mayor intensidad por el pitón izquierdo, el de mayor franqueza del “Pallarés”. Embestida noble y dulce, aunque, a medida que avanzaba la serie, le costaba más al animal, por su romana. Muy centrado, Ginés exhibió ese excelente embroque que siempre presidió su toreo y templó con despaciosidad las series, antes de meterse entre los pitones en la recta final poniendo el poder que, para entonces, faltaba a su adversario. La estocada, desprendida, pero certera, le procuró otro trofeo para asegurar la Puerta Grande.

Con una larga cambiada de rodillas, paró al cuarto, con el pial de Juan Pedro Domecq, al que faltó celo de salida. Se dejó pegar, dormido, en el peto y hubo dos buenos pares de Rafael Rosa. Arrancó la faena con la diestra, agarrado a las tablas, para después sacarlo a los medios. Allí, hilvanó una faena en la que siempre trató de prolongar las humilladoras embestidas de un toro que tuvo ritmo, clase y buen son, pero al que faltó poder. Hubo dos tandas superiores con la diestra: macizas, reunidas, tirando del animal y vaciando la embestida detrás de la cadera. Muy encajado, con aplomo y ajuste, hundidas las zapatillas en la rojiza arena de Cuatro Caminos. Otra más al natural, a la misma altura. La estocada, de premios, hizo doblar al astado, pero el puntillero lo levantó por unos instantes, lo que enfrió la petición de la segunda oreja. Justo trofeo.

Había roto plaza un castaño de Domingo Hernández, lleno y armónico, agradable y de pobre cara, que salió suelto y sin fijeza alguna de salida. Logró sujetarlo en los medios, Ginés, que le enjaretó suaves y mecidas verónicas. El quite, simbiosis de chicuelinas y cordobinas. Marcó querencias el animal en los primeros tercios. Manseó lo suyo. Ginés se lo sacó a los medios y, allí, planteó una faena que fue un toma y daca constante del torero para sujetar al toro, como loco por huir, en cuanto no veía la muleta puesta. Así logró ligar las tandas por ambos pitones, porque el toro repetía sin maldad en esos terrenos de los medios. Lo mejor, una tanda al natural postrera, que engarzó ligando el afarolado y el de pecho. Las trincherillas, de los remates, de cartel. Tras pinchazo y estocada, hubo petición que el palco no estimó. Ovación desde el tercio.

Largo y ensillado, el toro de Bañuelos pasaba con holgura los 600 kilos, sin embargo, no pareció atacado de kilos. Acapachado y estrecho de sienes, no permitió el lucimiento de Ginés con el percal esta vez. Se desmonteró Fernando Sánchez con las farpas. Una vez más, eligió los medios para edificar la faena a un toro que humillaba en el inicio del muletazo, pero que no tenía finales. Salía algo desentendido. Ginés logró sujetarlo en la franela y consiguió arrancarle muletazos de buen trazo sueltos, aunque faltó la rotundidad de faenas anteriores. Largos, los de pecho, a la hombrera contraria. Tras pinchazo y estocada corta, estuvo a punto de herir a Fernando Pérez al que arrolló en su última arrancada antes de morir. Ovación.

RESEÑA

Plaza de toros de Cuatro Caminos, en Santander. Cuarta de la Feria de Santiago. Más de tres cuartos de entrada. Toros, por este orden, de Domingo Hernández, Jandilla, Pallarés, Juan Pedro Domecq, Antonio Bañuelos y El Parralejo, desiguales de presentación. El 1º, mansurrón, tuvo bondad en la muleta; el 2º, noble, lo quiso todo por abajo, pero tuvo medido motor y poder; igual que el enclasado 4º; el 3º, de dulce embestida, aunque le costaba a mitad de la serie por su peso; el 5º, movilidad, sin finales; y el 6º, bravo y codicioso, con ritmo y transmisión, a pesar de lastimarse la mano izquierda.

Ginés Marín (de coral y oro), como único espada, ovación con saludos, oreja, oreja, oreja tras aviso, ovación con saludos y dos orejas.

Incidencias: Tras el paseíllo, el público obligó a saludar desde el tercio al torero extremeño. En el quinto, se desmonteró en banderillas, Fernando Sánchez.

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