El pasado jueves, el mundo del toro se vestía de luto para despedir a uno de esos toreros que nacen una sola vez, por su personalidad irrepetible y por los avatares que acompañaron su vida: Juan García “Mondeño”. Famoso por dejar su profesión para ingresar en un convento dominico que abandonó poco después y alejado de las cámaras tras su retirada definitiva (viviendo a caballo entre París y un pueblo de Sevilla), vamos a realizar una pequeña remembranza de su carrera taurina en este artículo.
PRIMEROS PASOS
Nacido en la localidad gaditana de Puerto Real, el joven Juan García se crió en el seno de una familia humilde y, a través de su padre (que trabaja en una finca propiedad de la familia Terry), se aficiona al mundo taurino, surgiendo la llama de querer dedicarse a los toros para salir de la precaria situación en la que vivía con su familia. A pesar de esto, sus inicios fueron tardíos y no fue hasta que un banderillero de la tierra, Carnicerito de la Isla, le animó a salir de sobresaliente con un rejoneador, no se decidió del todo.
Tras tomar parte en bastantes novilladas sin caballos, debuta con los del castoreño en la Plaza Real de El Puerto de Santa María el 24 de junio de 1956. Durante las campañas de 1957 y 1958 suma un número importante de paseíllos, sufriendo varios percances, alguno de ellos de gravedad. Destacar que en estas temporadas consiguió abrió la Puerta del Príncipe de la Maestranza de Sevilla.
El 5 de junio de 1958 se presenta en la Monumental de Las Ventas, junto a Miguel Mateo “Miguelín” y Trincheira en la lidia de ejemplares del Marqués de Villamarta. El 21 de septiembre de ese mismo año vuelve a pisar el ruedo del coso venteño, cortando una oreja de un novillo de Carlos Núñez.
Como comentaba anteriormente, sufrió varias cornadas de gravedad, la más aparatosa fue que, a raíz de una sufrida en Zafra en 1957, resultó lesionado el nervio ciático y le llegaron a decir que no podría torear más. Pero gracias a una prótesis, que según parece ideó él mismo, con unos hierros que subían por la pantorrilla y una hebilla, y unas zapatillas con unos tacones para que un muelle le posibilitara el movimiento que no podía hacer el pie derecho, logró seguir toreando.
LA ALTERNATIVA Y PRIMERA ÉTAPA COMO MATADOR
El año siguiente (1959) y, con buen cartel, toma la alternativa en Sevilla, de la mano del diestro rondeño Antonio Ordóñez y con el sevillano Manolo Vázquez de testigo. Desde entonces, cosechó numerosos triunfos en plazas de importancia, liderando junto a otros toreros de la talla de Camino, Puerta o Viti el inicio de la década de los sesenta.
Será el mismo diestro rondeño, Antonio Ordóñez, quién le confirme el doctorado en Madrid el 17 de mayo de esa misma campaña, cediéndole la muerte del toro “Bilbainito”, de Atanasio Fernández (una corrida que se suspendió a causa de la lluvia).
Entre sus cualidades, los críticos destacaban el desmedido valor ante los toros y la quietud en los lances, aspecto este que lo haría famoso. También su misticismo, quizás como premonición de su posterior vocación, y el pase de su invención, la “mondeñina”. En esta primera etapa como matador, continuaron llegando las cornadas y percances, incluidas varias fracturas de huesos.
Pero en el año 1964, en el momento cumbre de su carrera, y tras repartir todo su patrimonio entre sus familiares y confiar en su amigo y padrino de alternativa, Antonio Ordóñez, la continuidad de un festival benéfico que venía organizando, confirma a los medios que se corta la coleta y abandona los ruedos para tomar los hábitos en un convento dominico (para más información sobre ello, puede consultar el artículo “De torero a fraile dominico”).
VUELTA A LOS RUEDOS
Toda la atención mediática que conllevó su entrada al noviciado fue perjudicial para el futurible monje y, al no poder con la presión, decidió volver a los ruedos en una segunda etapa como matador de toros.
Reapareció en Marbella, el 3 de abril de 1966, junto a Paco Camino y Manuel Benítez, El Cordobés. Nuevos triunfos y nuevas cornadas se solaparon en esta etapa hasta que decidió despedirse definitivamente en la temporada de 1969, desvinculándose por completo del mundo de los toros.
Tras la retirada, vivió un tiempo a caballo entre España y México, lugar en el que lo conocían como “el novicio rebelde”, para terminar residiendo en París, lugar en el que cultivó su otra gran afición: la conservación y colección de coches clásicos.
Su vida, además de innumerables triunfos, estuvo jalonada de iniciativas pioneras, por citar solo algunas, decir que fue uno de los primeros toreros con apoderada (Lola Casado), que su vida, inspiró la película “El Paseíllo” e incluso él fue protagonista de otro largometraje, “La Becerrada”.
Un torero único que quedará en la memoria colectiva de los aficionados. Hasta siempre, torero.