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Entregarse a la guerra

Manuel Escribano desoreja al único Miura que destacó en una tarde de mal juego del ganado. Morante se lució con el sobrero de Virgen María y Pepe Moral se entregó con el peor lote

Cuando el mundo le supera a uno, tiene opciones y opciones. Diría Eladio Carrión que al final, lo que realmente buscamos los humanos es la paz en nuestros corazones, que no importa el fallo siempre y cuando se levante uno. Razón no le falta. Todo quien respira quiere, necesita, ser feliz. Pero para llegar a ser feliz no se andan caminos fáciles. Hay que abrir compás, cargar la suerte y enseñar los muslos. Hay que ponerle el corazón en el puño al que se tiene de frente. Hay que vaciarse en lo bueno y en lo malo, a través del sudor de la mente y del alma. Ser feliz no es fácil, y la vida no es más que un continuo devenir cuyo objetivo constante es alcanzar plenitudes. Hoy salió la de Miura en Sevilla, qué decirles. La vida suele ser como los de Zahariche: si la metes en vereda, te gratifica el doble. Pero también te puede dejar por el camino. En esas andamos. Y hasta que no ruede el sexto, aquí seguiremos.

De añeja estampa, muy alto de cara, zancudo y playero era el primer Miura, salinero de capa. Se distraía saliendo muy suelto de cada lance, paseándose por el ruedo, apoyando la cabeza sobre los altos del burladero con rebufos desafiantes. Morante, tras no poco rato, lo enceló al fin en su capa, moviéndole de seguido y a la corta distancia, bregando principalmente. El jaleo venía después. Lo llevó al caballo galleando por chicuelinas, desde lejos, casi de sol a sombra, y el estruendo caía de los tendidos, estallando con la media. Tomó el morlaco un puyazo peleado de riñones, intenso, enrabietado con el peto, sin querer soltarlo. Lo sacaron los peones, y de nuevo Morante iba a soltar capa. Se abrió por verónicas, despacio como él sólo, volviendo el estruendo, más sonoro esta vez si cabía. El toro iba escaso de fuerzas, llegando hasta a echarse antes de recibir el segundo puyazo. Este fue más leve pero respetó los cánones, aun teniendo el varilarguero que rectificar colocación. Perdía por momentos las manos. Banderilleando cumplieron los de plata y azabache. Los ojos, expectantes. Comenzó a andar Morante con el agalgado animal, haciéndole por arriba. El toro tenía lagunas, distrayéndose o reculando por momentos, sin hacer mucho caso a lo que se le pudiera pedir, falto de entrega, peligrando más que deslumbrando mucha opción. Al menos tenía movilidad, la cual aprovechó Morante para bocetar con él, dejando grandes estampas por trincherillas y adornos por bajo, pero sin poder estructurar más que eso. Se dispuso y no se dejó ganar la partida, aun sin obtener gran respuesta al respecto. Puso media estocada desprendida necesitando descabellar, acertando con el verduguillo a la cuarta. Ovación con saludos.

Si la puerta de chiqueros es del miedo, más si cabe lo es en una tarde como la de hoy. Pues allí se plantó Manuel Escribano, de rodillas cara a la noche. Salió el negro Miura, más bajo que su hermano aun rebosado en imponencia, abierto y fino de guadañas. Aguantó hasta estarle a dos palmos de la testuz, y lanceó como Dios manda, respirando en temple. Un torbellino empolvarado era el de Zahariche, con pies para tres maratones, y Escribano le aguantó las revoluciones tediosamente, abriéndose de capa en pleno ímpetu, por verónicas sobre la tempestad que de no caer de las nubes hoy, venía en el adentro del de Miura. Al caballo se fue sin tardanza ni espera, aguantando con creces el piquero, llevándoselo a los pechos y aguantando el arreón hasta la misma madera, contra la que empujó. No se cortó tampoco ni un pelo en la segunda entrada, apretando con fuerza y coraje. Quitó Pepe Moral por verónicas, desluciendo el animal por perder las manos. Bien parecía problema del suelo, falto de humedad y arena. Tercio de palos. Manuel Escribano le puso la palma en la mano a Sevilla, con dos rápidos y lejanos sesgos ambos arriba, y cerrando con un par de la Calafia cuyo quiebro caló la sangre. Rompió a ovacionar la plaza. Escribano se fue con la montera en la mano buscando a Gonzalo, un guerrero en miniatura, torero con las luces del traje por dentro. Le brindó la muerte del toro. Muleta en manos, atornilló los pies a los medios para hacérselo llegar. Se hacía el mirón de tablas para adentro, teniendo los de plata que aguantar hasta la respiración para que no se fuese a rematarles. Al fin se cansó de buscarlos tras la madera, e hizo por ir a la franela, galopando como el preso que escapa de la cárcel, yendo a comerse la pañosa. Apabullante, cambió Escribano por la espalda, ligando después por alto y cambiando espontánea y repentinamente, pasándose las serpientes de marfil bien cerca de las carnes. Repitió el toro, empleado, ahora en redondo, mandando Escribano poniendo toda la carne en el asador, derramándose en cada muletazo que trazaba sobre el albero. El pitón derecho del toro era increíble, excepcional, a pesar de que algunas veces perdiese las manos por ahí. Compuso templando, tragando por bajo, redondeando eternidades con la franela. Ahora bien, por el izquierdo tenía muy poco, más malas que buenas intenciones. El viento hizo más difícil el toreo al natural, aun así, ayudándose con la espada, también lo pintó por ahí, arrancando el “ole” y rompiendo Sevilla a sonar. La música ya llevaba buen rato sonando, como ustedes comprenderán. Para ir cerrando, se puso Escribano con la espada ya en la mano por el lado izquierdo, a pies juntos y de frente. Se le metió por dentro el toro, dándole una fea voltereta, sin consecuencias aparentes más que el impacto. Tiró de vergüenza torera el de Gerena, perfilándose para matar. La puso en todo lo alto, y venga a florecer pañuelos. Dos orejas.

Ancho de velas, cárdeno, más plano de techos, imponente de hechuras iba pintado el tercer toro de Miura. Pepe Moral dejó retales de su gran toreo de capote, faltándole más compás al animal al embestir para poder ordenar más adecuadamente un recibo. El toro acudió presto al caballo, de largo, peleón y bravo en ambas ocasiones. Los rehiletes se colocaron algo apurados, ya que el toro medía y acortaba. Brindó al público Moral. No dejó muchas opciones el animal, que poco más que media embestida ofrecía a la franela, incluso acortando más entrada la faena. A base de insistirle, Pepe Moral ordenó la dispersión del animal haciéndolo pronto en su muleta, a pesar de que no se entregaba. Le exprimió una buena serie por el pitón derecho, echándose a por él. No tuvo mucho más allá de eso, por lo que hubo que abreviar. Pinchó en el primer intento, venciéndole una estocada después. Recibió la ovación del público.

El cuarto de la tarde fue protestado de salida por verle los tendidos anovillado de estampa, y motivos había, pues era corto de cuerna y escaso de pesaje y badana, sólo imponiendo en parte por la altura. No entró apenas en la capa de Morante, cayendo además por tierra, haciéndose daño en las manos derechas, ambas delantera y trasera. El público jaleaba en protesta, pidiendo corrales. Se hizo hasta por ponerle un puyazo, pero el toro ya estaba condenado. Era muy bonito para ser verdad. No era de Miura el sobrero, en fin.

Pues ea, uno de Virgen María hizo de cuarto bis. Castaño de pieles, no eran tampoco muy de toro cinqueño sus hechuras que digamos, salvo por pitones, que algo remataban. Algunos lances le esbozó Morante en su capote, y la plaza se moría por soltarle el “ay”. Fue al caballo el burel empujando con fuerza y enganchando los cuartos delanteros camino a las nubes. También metió leña de segundas. En banderillas, cierto caos imperó, y le costaba a los del cigarrero poner palo en lomo. Llegó la faena. Morante comenzó por abajo y pegado a tablas, rodilla en tierra, mandando y repitiendo al rebrincado animal por bajo. Quería arrebatarse con el animal. Su obra fue breve pero intensa, medrada a ratos por los enganchones que tiraban de la muleta del de La Puebla. Pero a base de ligar e insistir se hizo con sus gentes, llegando al ladrillo con creces. Nada comparable a lo que se esperaba de él en el escenario y circunstancias, por debajo. Pero bueno, bien estuvo. Fue a matarlo, y cayó la espada caída y atravesada, a la mitad, lo que le restó posibilidad de triunfo. Las gentes le pidieron la oreja, generosa la petición, renegando de ella Morante, que pidió a la presidencia que no se concediera el trofeo previo a cualquier pañuelo. Y así fue. Fue ovacionado.

Toda ambición es poca. Y como dice el refrán, el valiente sale o a hombros o por la puerta de enfermería. Manuel Escribano, de nuevo de rodillas frente al corredor de la muerte. A conseguirlo o a morir intentándolo. De nuevo, cercana y ceñida la larga, soplando al aire del toro que de allí salió, negro de capa, degollado, con cara de antiguo siendo más ancho que largo de pitones. Se lo trajo consigo de nuevo desplegándose en verónicas, repitiendo enrazado el animal, embistiendo un buen ramillete. Al caballo entró forzudo, hiriente, contra tablas, en ambas ocasiones, dándosele buena puya en ambos lances. Llegaban las banderillas de nuevo de manos de su matador. Muy meritorio fue este tercio, comenzando con dos grandes pareos a la suerte habitual y cerrando con el más complicado. Quería finalizar con uno al quiebro saliendo desde el estribo, donde se hallaba sentado. Pero el de Miura era ya de por sí listo, y se estaba comenzando a orientar. Y se salía de la suerte en lo que se le hacía por clavar, además embistiendo camino a los adentros, apretando a la vez que rehuía los palos. No se postulaba ni muchísimo menos fácil de cara a la muleta. Iba a por lo suyo Escribano, dispuesto a exponer todo lo necesario para abrir la Puerta del Príncipe. Brindó a su compadre. Se fue a por el toro. El animal era andarín y buscaba las vueltas girándose en un palmo, dotado ya de la orientación que le terminaba de faltar, haciendo aquello imposible, echándose al cuerpo y no a la muleta a cada vez que salía de pase. Se puso por la izquierda, por la derecha, por arriba y por abajo. Nada, absolutamente ninguna opción. El toro sabía latín. Tuvo que tomar el diestro de Gerena la espada, a lo que el toro, cada instante que intentaba su matador perfilarse, se echaba encima de él, dándole unas cuantas vueltas a la suerte. En ese devenir de suspense y tensión pinchó una vez, y puso una estocada delantera, de mérito para lo que tenía delante. Le sonó un aviso. Cayó el toro siendo ovacionado Escribano.

Ahí estaba, era el último de la tarde, y por ende, de la Feria. Era un tío, alto, veleto y astifino, negro como el azabache. Su respirar se oía hasta en Triana. Pepe Moral lo recibió ágil de capote, volviéndosele el miureño en dos patas, buscándole los tobillos con el ritmo no descarado pero terrorífico que apremian los de Zahariche. En varas se expresó en su agresividad más cruda, levantando los pies del jamelgo del suelo. Complicaba los haceres el toro en banderillas, acortando y sin aún descolgar, andando con la cara por las nubes, a la altura los hombres del palaciego. Era el momento de faenar. El toro era de papeleta, y sus hechuras no eran para andarse con bromas. Pepe Moral lo supo y acorde a ello estuvo, muy por encima de su bronco oponente, al que había que sacárselos de uno en uno, sin cederle un palmo, y montando la espada por la izquierda, pues se iba a los tobillos. Muy digno el diestro de Los Palacios. Tuvo que abreviar a pesar de haber insistido e intentado de todas las formas posibles. Pinchó varias veces, sonándole un aviso, terminando por enterrarla al final. Silencio.

La corrida de Miura no estuvo ni mucho menos a la altura de la expectativa, y más con el listón que estaba sentando el hierro loreño esta temporada. No fue tampoco muy adecuada de presentación, dispar digamos, con alguno por debajo de lo que debe de lidiar esta casa en Sevilla. Sin embargo, hubo un buen toro, el segundo, con un pitón derecho excepcional, con el que Manuel Escribano dejó lo mejor de la tarde, cortando dos orejas. Morante dejó grandes ecos con el capote en su primero. Y Pepe Moral estuvo firme aun sin ser correspondido en entrega por su lote. Lleno de “No hay billetes”, honor a ello. Se acabó la Feria.

Me repito, se acabó la Feria. Sevilla se viste ahora de fríos, de lluvia y otoño. Sevilla no se va por mucho que asomen menos sus azules (que siguen asomando, no se confundan). Sevilla sigue aquí por mucho que duerma la Catedral de los que estamos locos por esto. Se despertará el día doce, y ahí se nos volverá a dormir hasta el año que viene. Aunque duerma o nos la apresen, siempre está con nosotros. No se olviden. Mi verso:

Blanco de azahar y jazmines
Albero de ocres eternos
Rojo de sangre sevillana
Azul que no entiende de tiempos;

Maestranza, te duermes a mi vera,
Te quedas con las llaves del viento,
Tu dormir será nuestra quimera,
Tu volver dueño del sentimiento.

RESEÑA

Domingo, 3 de octubre de 2021. Plaza de Toros de la Real Maestranza de Caballería de Sevilla. 14ª y última de abono de la Feria de San Miguel. 6 Toros 6, de Miura, para:
Morante de la Puebla, de carmelita e hilo blanco, ovación con saludos y ovación con saludos tras petición; Manuel Escribano, de grana y oro, dos orejas y ovación con saludos; Pepe Moral, de negro y plata, ovación con saludos y silencio tras aviso.

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