spot_img
spot_img

Escribano, ‘Choricero’ y el rezo de las preces

En silencio, sumido en el calor del verano mental que comienza cuando se esconde el farolillo, anduve mi último camino hacia la guardiana del Río, Maestranza de blanco y oro, en día como hoy, Lunes de Resaca, así como lo hicieron tantos otros que en ella quisieron permanecer para bailar con ella la última sevillana. Miren que hasta junio resta para que la arena nos vista los pies, pero en esta ciudad la manga corta viste desde mañana mismo, con el único alto del Corpus, en el que nos volvemos a engalanar. En el cartel están los de Miura, que aunque poco conocen una fecha como la de hoy, saben más que de sobra lo que es acompañar a Sevilla en esta última chicotá. En el cartel, un mano a mano inesperado. Les cuento encantado. Pasen y lean.

Valor es poco, ahí se fue Manuel Escribano, a portagayola, para recibir a un Miura, el que salía en cuarto lugar. Si no había nubes en el Cielo hoy, el de Gerena se las inventó para rozarlas con su capote, encajando el aparecer de la fiera firme como una estaca hasta tenerlo a dos palmos, ejecutando la suerte en orden y recetándole al hilo verónicas que fueron arropadas por ‘oles’ de los jondos, de los caros. En prontitud destacaba el cornúpeta, de severa alzada y largura, que así lució en lo que su varilarguero le echó el palo, primero más próximo, luego más largo, agarrando bien ambos castigos. Entre ello y el tercio de palos que vimos, la lidia al completo había sido hasta el momento un auténtico compendio de tauromaquia. No se habla así a la ligera, que a pesar del momentáneo desencuentro entre toro y torero, los tres pares fueron de quilates, sobre todo el último, al sesgo por los más inhóspitos adentros, oliendo los pitones la taleguilla de Escribano, que clavó en todo lo alto aun acorralado por las espadas, saliendo ileso. El par de la Feria. El torero tomó aire, cogió los trastos y se fue a esperarlo a los medios del redondel dorado. No se decidía en principio a arrancarse el animal, pero cuando lo hizo, aún el diestro de rayas hacia afuera, algo más próximo al burladero donde se hallaba cerrado… menudo torrente. Inmenso en acudires era el cárdeno, que sólo veía y quería muleta, desviviéndose en sus latires por tomarla baja la cara, lleno el tranco de empuje y entrega. Manuel Escribano así lo vio y así buscó lucirlo, exitoso en su componer, sumergiendo la mano pleno en muñeca, templando y sosteniendo los posibles tropiezos del toro, que tanto era y tanto quería que a veces besaba suelo sin mayor estrépito que el del aviso. Madurez y plenitud en las manos portadoras de la franela y bravura barroca en cantidades dieron motivos de sobra a los tendidos para ofrecerse en pie. Mató sin embargo Escribano delantero y de bajonazo, rodando el toro pronto y reduciéndose su trofeo a una sola oreja a pesar de la excesiva y fuerte petición de la segunda. Correcto el palco por ahí, que no por la parte del pañuelo azul que nunca asomó para el que servidor considera el toro de la feria.

Portando el hambre de quien nada tiene, ahí volvió a ir Escribano con el capote entre las manos: toriles. El público con él, él con el público, según salió de regate el último de los de Miura, le aguantó las vueltas su torero, que cuando lo tuvo en cite le firmó correcta la suerte, y luego le sopló un nuevo ramillete de verónicas, una de ellas mirando al tendido, poniéndolo en pie una vez más. Cierto caos en el camino a la jurisdicción del del castoreño, con amago de huir hacia la puerta contraria incluido. No obstante, derramó el ejemplar del centenario hierro un gran tercio de picar, respondiendo con creces desde la amplia distancia en que se le situó, empujando bravo de riñones en ambos encuentros. Dejó otro buen tercio de banderillas Escribano, llegando al graderío con la facilidad que siempre aparenta. Brindis al público muleta en mano, arropado por el toque de clarín largo que todos los años dice adiós a esta feria que se nos va. Quiso emprender con este último del serial mismos caminos que en su anterior faenar, que tan bien le funcionaron. Dio distancia esperando desde los medios con la muleta cargada sobre la diestra, mostrando el toro virtud en lo pronto y lo lejano, pero dejando claro lo corto de sus caminos en las inercias. Cuando estas se agotaron, se agudizó dicha carencia de recorridos, siendo ahora menos fijo al cite el animal, que volvió a regatear por momentos tal y como lo hizo al cruzar el chiquero. Disposición no faltó en la labor de Escribano, que aunque varios lances arrancó más no logró encontrar con un toro que derivó en reservón, al que mató de estocada arriba. Saludó una ovación.

Nada más que miedo nos dijo al adentro la estampa del segundo de la tarde, hecho como un tigre, con cornamenta y presencia decimonónica, aquella que sin ser destartalada infunde más de lo que calla. No quiso capote en el salir. Al caballo acudió discreto pero entero, peleando por encima de donde se le colocó puya, más bien trasera y caída. El quite de Ferrera fue eso, un quite, lo que es sacar al animal del caballo y hasta luego. Se hizo grande Manuel Escribano con los palos en la mano, que a pesar de quedarse sin toro por momentos se mostró solvente y atrevido en los tres pares: dos al sesgo desde la lejanía, cerrando con un par a la calafia que le brindó el calor del público. Un trago no, unos cuantos, fue el animal en la muleta. Con un cuello que más parecía un muelle, sin un ápice de humillación en un embestir de vueltas catedráticas, parecía que con sus perchas quisiera colgar en los aires la pañosa de Escribano, o a su mismo lidiador. No se turbó el de Gerena, que anduvo monstruosamente sereno con un gato con espadas por garras, al cual ganó en tiempos cerrándole el hacer con una estocada delantera, tendida y caída que puso con los morros de la bestia en el pecho. Sacó el verduguillo, lo cuadró aun con la cara por las nubes y acertó al segundo golpe. Silencio.

Con el capote azul recibió brevemente Antonio Ferrera al primer Miura de la tarde, cuajado e íntegro de caja y pitones, zancudo de patas. Lo que es un Miura, vaya. Se mostró reservón en los lances de recibo, pasando muy escueto, por lo que breve fue el capoteo. La puesta de largo en varas hizo que derramase seria codicia el de Zahariche, cuyo tranco al entrar imponía millones. Supo estar a la altura su varilarguero, que toreó al cite y agarró los puyazos arriba. Gran tercio, por exposición y sitio en los garapullos vimos, a cargo de los hombres de plata como viene acostumbrando Ferrera en estos últimos tiempos. Saludaron sendas ovaciones Ángel Otero y Alberto Carrero. Brindó al Cielo Antonio Ferrera previo a comenzar con la muleta en la mano. Lo probó sobre los adentros el extremeño, que se decidió a pegarle un tirón rumbo a los medios tras ver que lo poco del pasar que ofrecía su oponente. Sobre ambas manos lo probó sin mayor lujo de detalle que medias arrancadas y aguas vacías en codicia, de lo que pudo sacar el diestro una única tanda que fue por su mérito jaleada en los tendidos. Pero no dio para más. Mató un punto tendido y atrás, pero efectivo sin embargo. Silencio.

Abierto de cara, con dos boas como marfiles, alto de techos y más claro de pieles salió entre asombros el tercer Miura, aplaudido en su semblante. Por bajo lo recibió en su capa Ferrera, tragando en orden las vueltas en busca de la continuidad que logró sin rebosarle. Recibió arriba los puyazos en la pelea del peto, contundente en su entrar y posterior estar inerte, en ambos encuentros. A pesar de lo pragmático del hacer en palos de la cuadrilla de Ferrera, por lo difícil de su labor reconoció Sevilla en ovación de nuevo a Alberto Carrero y también a João Ferreira. A pesar de un inicio sobre los pies, en el que pareció haber qué sacar en los adentros del de la divisa loreña, su matador tuvo que plantarse zapatillas en albero para buscarle tras las sienes un aquel, que parecía no llegar. Si disposición no faltó, sí que lo hizo la entraña del astado, que poco más que tirones sueltos, cortos trazos y macheteos varios tuvo a pesar de la búsqueda incansable de Antonio Ferrera, que terminó por declararse insolvente en semejante escenario. No pudo tardar en desenfundar el estoque, el que terminó por clavar un punto tendido en el rincón tras un primer pinchazo en el que le crujió el alma por la boca al de la ‘A’ con asas. Silencio.

Posiblemente igual de sólido que los cimientos de la Muralla de la Macarena era el tronco del quinto miureño que saltó al albero, de cuajo inmenso, casi de buey. 625 kilos pesaba, nada menos. No tuvo capote de salidas, acusando desde ya cierto ataque por kilos. Aunque algo de pelea ofreció en el peto, no se mostró especialmente ágil el de los rizos, dejándose ver de igual manera ahora en banderillas, escaso de fuerzas y codicia además. Se terminó de apagar por completo a la hora de asomarle Ferrera la muleta, a lo que los tendidos clamaron por enganchar al animal a una carreta, que ya está cerca El Rocío. Lo vio pasar en varias intentonas el torero de Extremadura, pero viendo que nada tenía entre manos y que el personal iba perdiendo la paciencia tuvo que abreviar. Mató de estocada arriba y terminó pronto con el suplicio. Pitos al toro en el arrastre. Silencio.

En lo que fue una tarde de las que se van en un querer que no llegó a culminar, vimos al que desde mi balcón fue el toro de la Feria, “Choricero” de Miura. Se echaba en falta y más en estos tiempos un animal capaz de tragar con una lidia completa a la par que exigente y llegar como lo hizo a la muleta.

Contemplen ustedes si es gloriosa la primavera en nuestra Sevilla que en el mero vivir de sus acontecimientos, que quienes de aquí somos porque aquí reímos y sangramos, nos colgamos sin querer los ojos hirientes de todo aquel que sólo los tiene para quien resta en solemnidad a lo que es, más que una época del año, una forma de ver, sentir y estar. El sevillano es objeto de caricatura para todo aquel que no le conoce. Y no les miento, este año sólo aquel bendito miércoles pudimos campar a nuestras anchas quienes siendo de aquí, exigimos y luchamos por aprender y mantener el Templo que se posa bajo nuestros cuerpos, que llueva o truene pone siempre la otra mejilla para mostrarse en lo monumental de su belleza. Porque tantas otras tardes, nos sentimos extranjeros en nuestro albero.

Sin embargo, en miuradas como esta, reside para nosotros un rayo de luz fino como el propio horizonte, que nos llena de alma para volver a nuestra plaza un año más. Se duerme Ella ahora. Los vencejos se han callado. La piedra está desnuda. Ahora quien fue tarde es noche joven, muriendo así la luz para renacer como lo hizo Fénix un día, y otro más. Qué más puedo decirles si por letras que escriba mi cuerpo no hay suficientes para nombrarla suficientemente. A la vera del Faraón, tal y como un día empecé, me digno ahora a decirles adiós, si Dios quiere, hasta pronto. A mis hermanos, pedirles que guarden con su alma a nuestra Patria en su eterna primavera. Patria que no es otra que Sevilla. A todo quien ha posado los ojos sobre mis letras en esta Feria, darle las gracias por su paciencia. Y a Ella, rendirle culto, cada día, aunque duerma. Mi última oración, que vuelva el verso:

‘Hasta en la noche más larga
Y aun sumida en Penitencia
Te alumbran tus dos luceros
Y el azul sangra en tus puertas.

Hasta en el verso más corto
Que me traes a la cabeza,
Eres tú de blanca y oro,
Tú mi eterna Primavera’.

 

RESEÑA

hierro-eduardo-miura

Plaza de toros de La Real Maestranza de Caballería de SevillaEspaña. Última de la Feria de Abril. Tres cuartos de entrada. Toros de Miura, de magnífica presentación, al fin íntegros y acordes de pitones y hechura, con uno algo más atacado de kilos (5º), que fue de hecho el más pesado del serial. Dispares en comportamiento, en Miura todos ellos, destacando con nota sobre el conjunto del encierro el excepcional y completísimo 4º, que debió ser premiado con una vuelta al ruedo que no llegó por no pedirla el personal. Serio candidato a toro de la Feria. Todos ellos más que válidos en varas. 6º venido a menos, y los demás reservones y faltos de codicia en finales en líneas generales.

Antonio Ferrera (de coral y oro con remates negros), silencio, silencio y silencio.

Manuel Escribano (de verde botella y oro), silencio, oreja con petición de la segunda y ovación con saludos.

Incidencias: Se desmonteraron Ángel Otero y Alberto Carrero tras banderillear al primero; Alberto Carrero y João Ferreira en el tercero.

spot_img
spot_img
spot_img
spot_img
spot_img
spot_img
spot_img
spot_img
spot_img

RELACIONADO

spot_img
spot_img
spot_img
spot_img
spot_img
spot_img
spot_img
spot_img
spot_img
spot_img
spot_img