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Enjoy the silence

Ante un bravo encierro de la divisa jerezana, Dax mantuvo el silencio premiando a Ginés Marín y Juan Leal. Miguel Ángel Perera se fue de vacío al fallar con los aceros

 

 

Como en casa de uno en ningún lao, pero cada vez que se anuncian toros en Francia a uno le entran ganas de levantar las posaderas del sofá para dirigirse a tierras galas. Viva Goya, eso siempre (y sin premio, háganme el favor), pero gracias a ciudades como Dax hasta a Daoiz y Velarde se les borraría de la cabeza aquel día dos de mayo. Triunfa la Fiesta, ergo triunfamos todos. Nada que dos pitones no arreglen, más que doscientos años parece que aquello quedó con los dinosaurios. Es bonito ser hermano de quien tienes a tu vera. Nos pasa con Portugal, y gracias a Dios, con Francia también. En la piedra no existe más bandera que el toro, y menudo amor se expresa por la bandera en piedras galas. Suscita una envidia muy sana, sinceramente. Allí el Toro siempre será de todos. Dios nos guarde la misma suerte aquí, en Iberia.

 

El primer toro de la tarde era astifino y cornigacho, negro, bajo pero serio. Repitió en el capote de Miguel Ángel Perera, con embestidas humilladas pero algo frías. Empujó con fuerza en ambas entradas al caballo, que fueron aplaudidas por la buena colocación de la vara, así como la buena medida de ambas. Ceñido y expuesto capoteó por saltilleras Juan Leal a modo de quite, sonsacando el “ay” en lo que la capa, a la espalda, hacía péndulo. En banderillas, destacaron especialmente los pareos de Javier Ambel, por los que fue obligado a desmonterarse para saludar una ovación cerrada. En un palmo de tierra, tras brindar al público de Dax, Perera le inició faena al burel, haciéndole moverse y emplearse en sus propios terrenos. Tras repetir numerosamente en la primera tanda, a partir de la segunda comenzó el toro a rajar, perdiendo considerablemente en fuerzas, también en recorrido. Perdía las manos a la vez que acometía bruscamente en otras ocasiones, por lo que se volvía más difícil ligarle pases, coserle tandas. No levantó mucho palmeo, más bien silencio. Terminó por meterle más habilidosa que correctamente la espada (cayó algo caída), pero hizo muerte rápidamente sin embargo algunos pitos sonaron para el toro, y si había algún aplauso para Perera se ahogó en las charangas, pues no sonó ninguno. 

 

Agresiva era la vitola de los pitones del segundo, también negro de capa, bajo de lomos y no muy largo. De rodillas lo esperaba Juan Leal con el capote, para bailarlo por verónicas. Al ser más complicado ganarle terreno postrado al animal, que repetía con garbo y ritmo, se amontonó hasta estar cerca del choque, del que se salvó por los pelos. Al caballo no pudo entrar desde muy lejos pues no se le colocó para tal, pero galopó en sus cortas sendas al peto, empujando con brava viveza. Aparentemente, de una u otra forma, a Ginés Marín, que tenía la intención de realizarle su correspondiente quite, se le negó o impidió que lo manufacturase, molesto el extremeño así como el público. Brillante estuvo Agustín de Espartinas en el tercio de banderillas, por lo que fue fuertemente ovacionado. Tras brindar al personal, Juan Leal se postró de rodillas de nuevo para comenzar con la muleta, por el pecho y por la espalda. El toro se rebosaba cada vez que se le presentaba la franela, fijo en ella como nadie. Tanto la forma de entrarle a la pañosa, como la chispa que soltaba en el embroque de la misma, hacía que la transmisión saciase a los tendidos. Leal quiso llevarlo por abajo así como plantear una faena ecléctica. Cayó quizás en cierto punto en la disparidad, y no estuvo completamente a la altura del gran toro que tenía delante, por lo que se le apagó antes de lo que hubiera hecho en otras condiciones. Le faltó mando, lo que le perdió en profundidades hasta incluso pararse intermitentemente el morlaco. Esto no hizo que acortase faena, que se hizo algo larga. Pinchó en una ocasión y puso luego una estocada baja y un punto trasera, que lo rodó rápidamente. Se le otorgó una oreja, y el toro fue ovacionado en el arrastre.

 

El tercer toro que salió de toriles era castaño, bien armado y astifino, cuajado de carnes. Se estiró lucidamente Ginés Marín a la verónica, repitiendo fijamente el franciscano pero sin humillar especialmente. Efímera fue la primera vara, la cual tomó tras escaparse del capote de su lidiador, lo que requirió cierta intensidad en la segunda que se le impuso, a la que acudió con entrega, peleándola igualmente. Pragmáticos y veloces fueron los pareos, así como bien realizados. Tras brindar a Dax, genuflexo comenzó a escribirle faena Ginés Marín, apoyado en la codicia del cornúpeta, que exigía ordenar sus acometeres así como suavizarlos para poder someterlos en la muleta. Lo consiguió, consiguiendo hacerlo que humillase destacadamente, vaciando cada embestida que el animal le vivía. Excelsos eran los sones de la banda, lo que ordenaba silencio y binomio entre faena, música, toro y torero. No se escuchó a Dax rugir, pero no por ello tuvo menos mérito en lo artístico la obra del torero extremeño. Aun sin hacer mucho ruido, tanto toro como torero se dieron el uno al otro. Cuando terminaron de respirar los metales que se hacían pasodoble, se puso por bernadinas el espada, algo menos largo y más brusco le respondió el toro. La estocada fue grande, hasta la bola, y lo hizo morir como mandan los cánones. Una oreja fue el premio al matador, y los aplausos al toro.

 

De bella presencia presumía el cuarto toro del festejo, negro burraco de capa, bajo pero hondo, también astifino aun sin ser tan prominente de pitones. Variopinto fue el saludo del capote de Miguel Ángel Perera, que mezcló verónicas y chicuelinas de buen talante, caminando hacia los medios y ganándole terrenos con seria maestría. No levantó mucho aire en el primer puyazo que se le puso, en el que cabeceó. Se ve que algún aficionado, con más susto que gusto, no se esperaba váyanse ustedes a saber qué, y soltó un alarido digno de cualquiera de las de Paranormal Activity. En el segundo puyazo fueron mejor las cosas, respondió mejor llegando al caballo desde medias distancias, mayores a las del primero, arrancándose con alegría y desapego, empujando y humillando. Tras un buen tercio de banderillas por parte de la cuadrilla del torero de Puebla del Prior, éste brindó a Sergio Sierra, chef dirigente del restaurante “El Portal”, en Alicante. De rodillas y en los medios marcó a fuego los inicios Perera, aprovechando la prontitud y carácter del toro a la hora de embestir. Las primeras series fueron de pura raza, lleno el de la divisa blanquiazul de muleta tanto por mando de las manos como por voluntad propia. Hasta alguna vez hizo el avión con sus pitones. Entrados en mayores extensiones, se volvió algo intermitente en codicia el burel, algo exhausto ya. Larga desde luego fue la faena, también exigente, le sonó un aviso a Perera antes de entrar a matar incluso. Deficientísima fue la colocación de la espada en la primera intentona, al metisaca, poniendo luego un pinchazo que se agarró por hondo, que le exigió descabellar para darle muerte al animal. Palmas le cayeron al toro, fue de nuevo silenciado Perera en medio del ruido.

 

Otro negro burraco de capa salió en quinto lugar, largo y badanudo, serio de cuerna. Salió algo suelto, y cuando al fin hizo por entrar en la esclavina de Juan Leal, él mismo lo recibió por verónicas en las que intentó imponer despaciosidad. Ciertamente protestado fue el primer puyazo por cómo fue hecha la suerte, entrando el toro a los cuartos traseros y malcolocando la puya, luego rectificada. Similar fue lo que ocurrió en el segundo encuentro con el caballo, de nuevo situando el picador deficientemente la puya, de nuevo rectificada, siendo pitado por las gradas de Dax. Un artista y talentoso tercio de banderillas protagonizó Marco Leal, poniendo dos grandes pares bajo el amparo del compás de las palmas del público. Doblándose con el de los marfiles comenzó a trazar muletazos Juan Leal de inicios, suaveando en la templanza de las embestidas del burraco. Meter a este toro en vereda era tarea distinta a la habitual, pues embestía muy despacio, y por ello había que llevarlo muy toreado. En su hacer, más que llevarlo largo y más por lo bajo, optó por las cercanías y la exposición más que por el mando y puro toreo, sobre todo en las postrimerías , lo que generó una repartida división de opiniones en los tendidos. Leal arriesgó mucho, como acostumbra, dando el pecho, las piernas y hasta la yugular, lo cual tiene un mérito innegable. Sin embargo, a lo que viene siendo torear, quedó algo vacía su obra en cierto modo. A ojos de un servidor, el toro daba para torear mucho y bien, y esta faceta no fue suficientemente aprovechada. Más valor que arte, vaya. Pero bueno, para gustos los colores, siempre. Mientras haya de todo no es problema, siempre y cuando a cada uno nos guíe la verdad. No hizo menos Juan Leal. Mató de una estocada algo tendida que hizo que el toro tardase en caer. Se le pidió la oreja, la cual el presidente no concedió. Palmas al toro.

 

Como antes dije, para gustos los colores, y para un servidor, el jabonero que hizo sexto era el más bonito que salió de toriles. Y no bonito por “cómodo” como algunos gustan decir, era serio e imponente, de mirada indescifrable. Para esculpirlo. No dijo mucho en el capote de Ginés Marín, mostrándose algo incierto de conducta. En el caballo tomó dos fuertes puyazos, y aunque clavó pitones en la arena e incluso perdió manos en algún momento tras salir, ni mucho menos se le veía venido abajo. Ganó luz en banderillas, encelándose en el capote que lo lidiaba, acudiendo con briosos pies a cada sesgo. Encajándose y por abajo dibujó los primeros trazos de la obra que estaba por labrar, rebosado, pronto y fijo el toro en el engaño. La virtud principal que hacía destacar al animal en los inicios era el brío con el que desde lejos quería coger la muleta. El burel se fue tornando áspero posteriormente, lo que nubló por instantes la pugna entre él y el torero. Ordenó Ginés Marín el desorden, hizo suyo el peligro. Y justo cuando parecía que iba a ir cuesta abajo, cogió al destino por los cuernos para hacerlo igualmente suyo, entregado plenamente, sin mirar atrás en ningún momento. Al puro pisotón, al puñetazo en la mesa, al tirar la puerta abajo de una patada. A eso anduvo Marín. La palabra es mérito. Disposición. Este torero demostró hoy que, o consigue lo que quiere, o morirá intentándolo. Y todo bebiendo del silencio. No es nada fácil. El público andaba resacoso del día anterior. En exceso quizás. Sin embargo, hoy el silencio no calla a los disparos. Puso una estocada caída que mató rápidamente. No se le pidió la oreja, no por ello fue menos merecida.

 

La corrida de D. Santiago Domecq fue, además de impecable en presentación, brava, sin duda alguna. Algunos toros se apagaron acusando cansancio en largas faenas, pero el hierro de la “D” coronada brilló por sí mismo. Destacaron todos los que salieron por toriles quizás exceptuando al primero. Del segundo al quinto fueron todos toros bravos y con opciones de sobra. El sexto fue elevado por Ginés Marín, siendo un toro complicado y para nada exento de riesgo pero que respondía si se le hacían las cosas bien. La tarde tuvo dos caras: la brillantez torera de Ginés Marín, y la despampanante entrega de Juan Leal, cada quien con sus partidarios y detractores. Perera hubiera tocado pelo de no ser por el mal uso de los aceros, estuvo firme y fiel a sí mismo. El público estaba completamente dormido salvo en momentos puntuales. El silencio está bien, pero Dax hoy no calló como por ejemplo lo hace Sevilla. Cayó, más bien, en la indiferencia, lo cual no logro entender, ya que la tarde fue entretenida en su totalidad. 

 

Se va así otra tarde de alberos. No he podido evitar (esquivando odiosas comparaciones) acordarme de nuestra Pamplona, que lleva dos años sin oler un pitón. La charanga imprimió nostalgia en cada segundo que se vivía y sentía en el redondel de Dax, que quiso hoy callar. Disfruten del silencio, pues. Mi verso:

 

Quien calla otorga

El marfil por bandera,

Quien vive el silencio,

A sí mismo se llena.

 

 

RESEÑA

Domingo, 15 de agosto de 2021. Plaza de Toros de Dax. 6 Toros 6, de D. Santiago Domecq, para Miguel Ángel Perera, de corinto y oro, silencio en ambos; Juan Leal, de blanco y oro, oreja y vuelta al ruedo tras petición; Ginés Marín, de buganvilla y oro, oreja y palmas de despedida.

Incidencias: fueron ovacionados, tras colocar lucidos pares de banderillas, Javier Ambel, en el primero; Agustín de Espartinas, en el segundo; y Marco Leal en el quinto. Todos ellos saludaron montera en mano sendas ovaciones.

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