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Un día más, una Puerta del Príncipe menos

Fotografía: Martín Safore

Galería de la corrida del Viernes de Feria de Sevilla.

Bochorno en Sevilla una tarde más, en palco y sobre todo en tendidos. Morante y Ortega, dignidad frente a la vergüenza.

Váyanse de nuestra plaza. Váyanse palmeros, claveleros, ebrios y sinvergüenzas. La Maestranza no es para ustedes. No la merecen, no sabrían tratar a semejante dama. Saquen las pezuñas del tarro de miel. Dicen algunos que a plaza llena ganamos todos, y una porra. Así debería de ser, pero tardes como la de hoy nos hacen ver que no todo vale. Que estamos cosechando cizaña. A la deriva la grandeza de lo acontecido hoy, todo por premiar lo que no es ni será. Sólo José Antonio y Juan impusieron algo de cordura frente a la desolación de la ausencia de las almas. 

Roca Rey hoy estuvo en su línea. Su faena al primer toro tuvo tanto mando como recursos, inteligencia y técnica. Consiguió sin prisa meterse al público en el bolsillo frente a un buen animal, pareciendo que podía cortar las dos orejas si mataba a su oponente como mandan los cánones. Bueno, pues no fue así. Menos de media estocada, caída, delantera, que no parecía que fuera a causar efecto. De buenas a primeras, el toro se echa y tan rápido como lo hace se le atrona. Para cualquier aficionado, de una oreja. Populacho pide, y se le conceden dos trofeos, indigno el segundo. La vergüenza no acaba ahí. Labora una faena que de relumbrón únicamente tuvo el inicio, cañero, de rodillas desde los medios. Breves pases después, el astado se para estrepitosamente, llegando tras ello un arrimarse a la desesperada y una voltereta que se veía venir. La música sonaba en el gallinero pero en el ruedo, nada. Abrevió y puso una estocada entera pero caída, que pasaportó sin tardanza. Venga pañuelos. Incomprensible, Sevilla, irreconocible. No se vio nada. Más parecía una fiesta campera organizada por el peruano, que el mismísimo viernes de farolillos. Recogió al fin cable el presidente, que tuvo que evitar el estrépito saltándose el reglamento, ignorando a la ignorancia de la mayoría, que reclamaba el premio como si le fuera la vida en ello. En fin, no se concedió la oreja. Procuré abandonar la plaza justo después de verificarlo, para no tener que tragar con la circense bronca. 

No es por quedarme en lo oscuro, ya que Morante se hizo enorme. Los Vázquez están orgullosos, me consta. ¡Cuánto cabe en un cartuchito de pescao, la madre que me parió! No se puede torear mejor ni más despacio. Sentar cátedra en la verdad máxima de las artes es algo excelsamente complicado frente a un manso de libro como lo fue el cuarto de los de Cuvillo. Si tan sólo hubiera forma de respirar los aires levantados por el vuelo de la franela del cigarrero, el Paraíso no sería sino un prometer de boquilla. Eso de lo que les hablo es tan sólo la muleta. Porque ya si hablo de su capote, arriesgo a morir en la insuficiencia de la palabra. Verde, que te quiero, verde. Asentamiento, alma hundida en el mentón, muñecas al aire, despacio, muy despacio. Varias medias, pero una, a su primero, que ya la quisiera Ruano Llopis para pintarla, sin lienzo en el que cupiese. La pinturería de Morante escapa al óleo, una vez más. Si lo de Roca era de dos, a Morante se le tendría que haber dado el rabo. También hay que hablar de Triana. Ortega se derramó de capa, tan templado como doliente, rasgado pero sereno. Verónicas de altísima enjundia arroparon la frialdad de la maldita indiferencia, a lo que siguieron varios ramilletes de muletazos en ambas faenas que ya los quisiera más de uno para él. Lástima de animales tuvo por contrincantes (se devolvió su primero para ser sustituido por otro toro al borde de la invalidez). Pulcro fue su hacer con su lote. Ambos estoquearon firmes, pero con ninguno se hizo justicia. De nuevo, escapa al público el arte. Padre, dales ojos. 

Los toros de Núñez del Cuvillo se movieron irregularmente, con un buen fondo de clase cuando se decidían a embestir pero con altas notas de mansedumbre y una clara falta de fuerza sobre todo en el tercio final. Del ambiente ya les he hablado, y no les pienso hablar más. La escasez de respeto de los primeros días ha derivado en un triunfalismo embriagado de farolillos que alumbrarán la calle, pero no las mentes ni tampoco a Sevilla. Cruzamos los dedos para que esto sea cosa tan sólo de un año, que en muchos aspectos va para el olvido. Lo que no quedará para el olvido es lo de José Antonio, es lo de Juan. Lo de Curro, Rafael, Pepe Luis. Lo de ahora, lo de siempre. Nunca. Porque nosotros pasaremos. Pero el toreo no. 

 

RESEÑA

Plaza de Toros de la Real Maestranza de Caballería de Sevilla. 12ª de abono de la Feria de Abril. Toros de Núñez del Cuvillo. Morante de la Puebla, silencio tras aviso y oreja; Juan Ortega, palmas y silencio; Roca Rey, dos orejas dos vueltas al ruedo tras indigna petición. 

Incidencias: saludaron montera en mano tras su labor en banderillas Abraham Neiro «El Algabeño» y José A. Muñoz «Perico». 

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