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Morante es un oasis

Es un desierto ya esto del toro. No sólo metafóricamente, si de por sí el albero se convierte en duna al menos para torero y toro, para quienes no existe nada más a su alrededor. Los desiertos secan la garganta, no es sólo el miedo a estar sólo, pues el polvo rasga la laringe. Se mueren las bocas sin agua, y se les olvida hablar como se es, diciendo verbos de otros. Pero hoy encontré un oasis. Sabía de él, pero hoy se me ha vuelto a aparecer. José Antonio Morante Camacho.

Según estaban cerca el uno del otro para realizar mutuo saludo, el de García Jiménez hizo tal extraño que perdió las cuatro manos a escasos metros de Morante, que tan sólo dos lances tras la sorpresa, espantó tan rápido como le fue posible rumbo al burladero. Pero ya saben de Morante, es tan día como noche siempre, hasta sin querer. Tras lidia de escasa definición, peto y garapullos de incertidumbre en los que se pidió devolución en ocasiones por falta de mayor fuerza en el animal, pero el cigarrero exigía calma a toda protesta. Y no le entendíamos cuando partía a faenar, pero ay del momento en el que pegó el primer muletazo. Cambió todo.

Se hizo un hueco, pero no le bastó con eso, quiso reventar Sevilla. Nos hizo esperar, pero llegó. Y llegó con todo. Echó la panza de la muleta lo más arrastrada que supo. Esculpió muletazos que esta plaza llevaba sin ver años y años. Toreó, vaya si lo hizo, todo lo despacio que se puede, y mucho más. Hondura, pureza y expresión, y se me quedan cortas las palabras. Le hubieran pedido el rabo si lo mata, pero caprichosa la tizona, no entró hasta el tercer intento, en todo el hoyo al menos, muriendo sin tardanza que valiese. La plaza, loca. Oreja a lo que pudo llegar a haber sido en finales. Y una vuelta al ruedo clamorosa.

Salió para abrir San Miguel un toro de la divisa de los Hermanos García Jiménez, negro de capa, con armas que apuntaban al cielo. Suelto de primeras fue, pero vaya si lo recibió Morante. Su capote se arropó de oles como la gitana se echa por encima su mantón, y templando casi hasta morir, transformó las gargantas en rasposas, sangrantes. Verónicas, por supuesto. Otro soplido le pegó con la capa tras poner el primer puyazo, mermado por la incipiente falta de fuerzas del animal, que por otra parte tenía buen fondo en maneras e intenciones. Así, la puya se puso entre algodones, para que pasara a quitarlo Juan Ortega, también por el palo previamente mimbreado, arrancando también más de un jaleo. Tras un tercio de banderillas en el que el toro hizo hilo progresivamente, se dirigió a franelar Morante.

La obra prometía de primeras, si bien el temple perduraba aún en los envites del burel, y así lo aprovechaba su diestro, toreando sin tapujo en lo despacioso. Sin embargo, la fuerza del animal se mantuvo en línea hasta ir a peor, y tras mostrarse enclasado por el derecho, se le vio bronco cuando se le faenaba al natural, a lo que Morante tuvo precisa medida en un hacer al que por momentos se le llegó a pedir música. A pesar de un primer pinchazo y otro hondo pero agarrado, el toro no tardó en morir, y se premió al de La Puebla con una ovación que saludó. Pitos al toro en el arrastre.

Fue castaño de pieles, de cabos menores y hocico fino el tercero de la tarde. Rufo lo recibió sereno, con ciertos toques pero sacando a relucir el son del astado, que fue el que más y mejor se movió hasta el momento. Discreto en el caballo, lo lucieron precisamente en banderillas, ejecutando Carretero su última brega en su carrera como hombre de plata. Se ovacionó a la cuadrilla tras el tercer pareo, y comenzó la faena de muleta. Que prometía lo saben hasta en la China, si bien el toro iba con ímpetu saliendo rebosado, humillando y repitiendo, y Rufo le bajaba la mano para ensalzarlo aún en mayor medida, dejando dos tandas de sobrada intensidad, que per se le sonaron la música.

Fueron por el pitón derecho, y parecía que iba camino de ser premio grande, pero… se pasó de faena. El castaño pedía mucha, mucha medida, una faena hasta corta, y cuando olió pase de más comenzó a caer en picado. Rufo no quiso dejar de intentarlo, y perdió algo de fuelle por ello con respecto al público y sobre todo, con respecto al toro. Quiso matarlo y erró en su primer intento, pinchando arriba, para poner acto seguido una estocada en el sitio que causó rápida muerte. Saludó una ovación Rufo, y algunas palmas escuchó el toro de Matilla en el arrastre.

En recibo y caballo no se lució en especial el ejemplar que cerraba tarde. Y fíjense que hacía historia sin quererlo este animal, pues era el último que lidiarían las manos de José Antonio Carretero, que se despedía hoy de los ruedos. Una ovación en pie escuchó tras pegar los últimos capotazos de su carrera sobre el albero dorado, al brindarle además la muerte del toro Tomás Rufo. Menuda fue la ovación, merecida como poco. Lástima que las posibilidades no rindiesen honores a la calidad del brindis, pues tornó a ser el de Matilla un animal un tanto vacío, bronco a veces y escaso en otras. A pesar del buen inicio, no vio puerto la labor del toledano, que se empleó lo que pudo en dicha circunstancia. Un tanto se le atragantó la muerte, pero la vio antes de ver aviso. Silencio y pitos para el toro.

El que cruzó toriles en segundo lugar hizo acto de presencia rematando con ahínco en burladeros, siendo más escueto de pitones que su anterior hermano, pero bien hecho y presentado. No tardó en meterlo en la vereda de su esclavina Ortega, dándole capote tal y como Verónica daba paño, abierto el compás y el vuelo, hundido el mentón. Breve ramillete precedió a un tercio de varas un tanto desordenado al ser la pelea del animal de Matilla poco reunida y menos brava, rehuyendo el peto. Hizo de esos pitos palmas Tomás Rufo, que en su correspondiente quite, lanceó al toro de Ortega por chicuelinas con tanto garbo como serenidad, haciéndose más si cabe de oír rematando con una larga cordobesa que fluyó cristalina.

En banderillas acudió con cierta prontitud y distancia, y así nos íbamos al último tercio. Dicha fijeza no llegó a puerto con la muleta de Ortega por delante, si bien el toro tradujo su desinterés por la pelea en embestidas vacías de significado y llegado a un punto, hasta de recorrido. Algún muletazo se le escapó al sevillano, pero tuvo que finiquitar sin demorarse ha que su oponente poco o nada decía. Puso el estoque de pinchazo hondo que se mantuvo como tal, decidiendo descabellar dándole muerte en el primer intento. Silencio a ambos toro y torero.

Un tanto indigna la presentación del colorado de Matilla que hizo quinto en la tarde, que en su longitud corniancha albergaba en realidad una cara más bien festivalera a pesar de lo fino en los pitones. Pues Juan Ortega lo recibió abriendo de nuevo el compás a la verónica, buscando el arrebato como reivindicación frente a la resaca del cuarto, que rebosaba los tendidos. Pasó sin pena ni gloria por el caballo, para después ahogar por momentos el ruido en un encontronazo con Jorge Fuentes, quien escapó tras bregar con tan solo un puntazo, aparentemente. La faena, sin más. Tientos por un lado y por el otro, sin acople, nada se vio. Abrevió con creces Ortega a expensas de lo que pedían los tendidos, pinchando en dos ocasiones para poner media estocada que sirvió para matar. Silencio.

Hallamos agua. Y vaya si teníamos sed. Se sufre mucho en el desierto, pero el oasis es el reducto de verdad en un lugar que es más bien de mentira. La libertad no se coge con las manos, pero a veces florece y la vemos, a pesar de los terrenos enrranciados, revenidos, muertos a la apariencia. Siempre queda algo. Y a nosotros nos queda Morante. Poco más puedo añadir. Tengan buenas noches.

RESEÑA

Plaza de toros de la Real Maestranza de Caballería, en SevillaEspaña. Algo más de tres cuartos de entrada. Toros de Hermanos García Jiménez y uno (6º) de Olga Jiménez, presentación moderadamente discreta a excepción del quinto, claramente por debajo de la categoría de Sevilla. En líneas generales, vacíos de fondo físico y de medias tintas en la intención. Sólo lució en sí mismo por momentos el tercero de la tarde, sin duda el mejor de todos.

Morante de la Puebla (de verde manzana y oro), ovación y oreja tras aviso.

Juan Ortega (de corinto y oro), silencio en ambos.

Tomás Rufo (de tabaco y oro), ovación y silencio.

Incidencias: Fernando Sánchez y Sergio Blasco saludaron desmonterados tras parear al tercero. La del sexto fue la última brega en la carrera de José Antonio Carretero, que recibió fuertes ovaciones, y se cortó la coleta al finalizar el festejo.

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