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Gonzalo Caballero, Renacer

Reaparición triunfal de Gonzalo Caballero, que junto con Enrique Ponce, frente a un escaso de fuerzas encierro de D. Juan Pedro Domecq, al menos pudieron lucirse y gustarse.

«La muerte es la muerte, y nosotros una página». Pocos, marcados por lo que nos ampare, son capaces de morir y volver a nacer. Arrancar la página, metérsela en el bolsillo. Hacer un avión con ella, y cortar los aires montado en él. Vivir de nuevo. Hoy vuelve Gonzalo Caballero. La muerte vino a su casa, él la invitó a un café para luego mandarla a paseo. Los años jamás harán justicia a un alma joven, bravía, que sortea al fin de los devenires en un mar de incertidumbre. Hoy vuelve a la vida. ¿Qué más se puede decir?

El primero que salió de toriles era muy feo de armas, por su acodada forma de abrochar sus pitones, y era adecuado de caja, negra la capa. Extraño fue su comportamiento en los primeros lances, saliendo suelto además, sin sobrarle fuerzas y sin humillación o ganas en el capote de Enrique Ponce. Apretó lo justo en el caballo, cara arriba, un puyazo, tras lo que salió algo más fijo pero sosón. Intentó Ponce el quite por verónicas sin mucho lucimiento, debido a que el toro pasaba aburrido y sin bajar la cara lo más mínimo. No se vino arriba en banderillas, incluso hizo amago de caerse en algunos casos. Con todo esto llegaba el diestro valenciano al tercio de muleta, calmado ante un oponente escaso de sangre o codicia. Empezó la faena aliviando por encima del mando, al ser un animal manso y sin apenas fuerza. Fue cuando lo sacó de la segunda raya cuando la res empezó a encelarse en contraste con la desgana que había mostrado hasta ahora. Ahogándolo en técnica, hizo de su adversario otro muy distinto al que salió por toriles diez minutos atrás, con el único factor común de su mansedumbre y la falta de fuerzas, siendo ahora más pronto y seguido en su acometer. Se metió a la plaza y a su oponente en el bolsillo el torero de Chiva, viniendo arriba a un devenir incierto y vacío con dos feos pitones, tirando sus defectos al aire. Trabajo de media altura, lo buscó y se lo inventó, llegando y luciendo. Terminó con una estocada caída, que lo mató eficientemente. Oreja.

Dentro de lo que es un toro brocho, mejores hechuras tenía el burraco segundo, más armonía, igualmente adecuado de carnes para una plaza de tercera. Gráciles fueron las palmas de Gonzalo Caballero en el recibo capotero por verónicas, gustándose y sintiéndose relajadamente. Tras la colocación en los terrenos de picar, un puyazo de duración media fue suficiente para el torero, que quiso quitarlo. Fue por Gaona, a compás abierto y cintura rota. Se pegó, se resarció de las malas horas en cama. Luz. Tras ello, su cuadrilla ejerció como es debido en palos, buenos los haceres. Y ya muleta en mano, se fue directo a brindar la muerte del toro a la vida, a su madre. Mucho le exigió en los inicios, por lo que se llegó a echar. Pero estuvo listo Caballero, que se fue a buscarlo a las medias alturas. Y le embistió entrancado, con chispa, lucido aun sin tener clase. Se gustó, igual que lo hizo de capa, abandonado a la vez que presente. Sin ser el toro mucho, se hizo enorme el diestro madrileño, cogiendo a la muerte, tras muchos meses, por el cuello, cantándole a la vida. Se vació en una faena medida e inteligente. Y lo mató de un estoconazo, en toda la yema, cayendo al instante el astado. Hizo honores a quien le regaló la vida, viviendo entre los pitones de la muerte, haciendo arte entre ellos. Una oreja que debieron de ser dos, y no fue por no ser pedida. Incomprensible. Bronca al presidente.

Excesivamente anovillado era de cara el castaño tercero, no tanto así de cuerpo. Lo recibió repitiéndolo Enrique Ponce en su capote, aprovechando su prontitud y aparente fijeza. Le fue impuesta una vara, algo caída, que fue bastante para lo que se buscaba del toro. Por chicuelinas, dando distancia, y rematando con una larga cordobesa lo quitó Ponce. Muy trasero y caído se fue el primer par de banderillas, igualmente trasero y caído fue el segundo y último par, mal los hombres del valenciano. Brindó a Gonzalo Caballero la faena. Como una vaca embestía el toro, algo rebrincado también, lo que permitió a Ponce ligarlo sin problemas en el comienzo. Era débil, y pedía aire, lo que ensombrecía las labores. Tampoco se le podía bajar mucho la mano, era faena de telas altas. Aburría la faena, no daba para mucho a pesar de los sones de la banda. Demasiado recurso junto, a Poncina limpia quería seguir exprimiendo lo inexprimible. Pinchó primero y puso luego una estocada caída y un punto tendida que hizo rápida muerte. Ovación con saludos.

Fino y musculado pero de mayor presencia que los tres anteriores salió el negro bragado cuarto, para Gonzalo Caballero. Venía bien al capote, repetía, pero salía un punto distraído de la tela. Tomó un puyazo que peleó cabeceando, pero que no fue muy expresivo o extenso. Se basaron en lo pragmático los pareos. Brindó al público, y quiso recibirlo por estatuarios. Era dispar, primero vino largo, luego acortó y se llegó a caer. Templado, con encaje, serenaba las momentáneas brusquedades con distancia y suavidad. Y de tanta quietud llegó un susto sin consecuencias en el que el toro se le coló con un topetazo. Tras el susto, se apagó el animal. Se apalancó, sacaba la cara a medio muletazo sin más. Se iba, no era para alargar, pues estaba completamente rajado. Lo mató habilidosamente, precaria la colocación, atravesada y caída, pero remarcablemente rápida de muerte. Oreja.

Acodados y finos eran los abrochados cabos del quinto de la tarde, negro de capa, bien de badana. Enrique Ponce lo recibió entre la complicada transmisión, buena la media que le dio tregua. Empujó en el caballo, a vara trasera. Lo cambió de tercio tras ésta, siendo ovacionado el varilarguero. Suficientes fueron los pareos. Brindó al público desde los medios. Ahora, el burel rebrincaba y repetía, quedándose corto a media tanda. Tenía viajes dispares que debían de ser hilados. Entre viajes cortos, otros más largos, Ponce se las apañaba sin problema para lucirse. Engatusándolo en la franela, le encontraba y sometía a placer, girando sobre sí, ensalzando a un burel que tampoco hubiera sido para tanto si otras fueran las manos lidiantes. Verticalidad rebosaron las postrimerías de su larga faena. Monumentales fueron los pases genuflexos que le cantó por abajo, para luego sacarle absolutamente todo al animal por medio de su veterana alquimia. Pero ya era larga la faena, tocaba cerrar, pero quería buscarlo hasta la saciedad. Y deslució por ello la última tanda. Le sonó un aviso sin que la espada hubiese acometido siquiera. Y a pesar de ello, ahora con la espada, quiso seguir Ponce, pero ya estaba el público aburrido. Le puso una estocada defectuosa, atravesada y caída, que salió a media por irse escupida. Precisó descabello, que mató a la primera. No sonó antes segundo aviso, a pesar de que los tiempos así lo pedían. Una oreja.

El último animal iba mermado de puntas, afeitado. Al menos su cuerpo tenía presencia. Negro de capa, salió suelto, lo que no permitió mucho capote. Sin más en caballo y palos, el bovino llegó a la muleta, cuya faena fue brindada a la Infanta Elena. Breve el inicio, prosiguió encajado, aprovechando Gonzalo Caballero la prontitud de su adversario, así como su dejarse hacer. El pitón izquierdo fue su mejor aliado, a pesar de colarse si no se le ganaba la acción. A buenos trazos, aplauso en tendidos. Tras acortar el toro recorrido, acortó Caballero distancias, echándose en lo alto. Se fue a por la espada, estocada algo atravesada pero en el sitio, que hizo muerte sin más dilación. Oreja.

Floja corrida de D. Juan Pedro Domecq hoy en Navalcarnero, de presentación dispar, feos algunos, bien presentados otros, alguno mermados. No estuvo a la altura de la circunstancia, sin embargo, sirvió para que los diestros se luciesen y se sintieran a gusto. Aburrió a la vista el ganado, por lo general. Enrique Ponce estuvo técnico, sabedor de quien torea, haciendo mejores a sus tres débiles oponentes. Gonzalo Caballero volvió a respirar bajo el traje de luces, se mostró firme y sin tapujos, abandonando al alma, sintiéndose entre los marfiles. La plaza, con una gran entrada, rebosó gente joven.

La vida siempre gana, hasta en la muerte. Jamás la sombra vencerá a la luz. Hoy hay que cantar a la vida, sacarla en volandas. Mi verso:

Caronte y su barca
No hacen presencia
Cuando la palabra
Supera a la ciencia

 

RESEÑA

Sábado 29 de mayo de 2021. Plaza de Toros de Navalcarnero (Madrid). 6 Toros 6, de Juan Pedro Domecq. Enrique Ponce, oreja, saludos desde le tercio y oreja; Gonzalo Caballero, oreja con petición de la segunda, oreja y oreja.

Incidencias: fueron ovacionados, tras picar, Ángel Rivas, en el 4°, y Óscar Bernal en el 6°. También, se desmonteró Roberto Martín «Jarocho» tras parear al 4°.

Al finalizar el paseíllo, Gonzalo Caballero (que reaparecía), saludó una fortísima ovación.

Ricardo Pineda

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