Manuel Escribano y Pepe Moral cortan dos y tres orejas cada uno desorejando ambos a sus toros de Miura. Rafaelillo, con el peor lote, cortó una oreja a su segundo, de D. Adolfo Martín
En Utrera hace más calor que vigilando un puchero, más si cabe con una mascarilla en lo alto. El verano agoniza, se muere. Septiembre es el último chupito de la fiesta, el que termina de dejarte seco. Hay quien lo sufre, aunque nunca está de más volver a volver, sentar pies en Tierra para sacar cabeza de la atmósfera veraniega. Aquí en el sur se sufre una mijita más, ya que el fin del verano no supone el fin del calor, aunque sí el fin de fiesta. Habrá que dejarse las manos palmeando, desgañitarse las cuerdas que hacen voz en el último quejío. Irse como debe de ser. Aire acondicionado todavía no ha llegado a la piedra, aprovéchenlo ustedes. Ahora, por mí como si me evaporo, que me voy con lo que se quede en la arena esta tarde. Al lío.
De los de Miura era el primero, salinero de capa, como si una nube (grande como ella sola, y de sabia ni les cuento) se hubiera caído para quedarse en los alberos. Serio era tela, no especialmente alto. Al salir se mostró algo escaso de fuerzas, y del trote cochinero del burel hizo Rafaelillo cuna con su capote, suavidad y templanza, cerrando a pues juntos. No se le castigó apenas, de hecho nada más tomó carne la puya la protesta se hizo unísona, haciéndose brevísima la vara. Cuatro palos fueron trámite puro y duro, prórroga de la protesta. Se le veía algo lastimado de manos, sobre todo de las traseras. Pero el presidente no atendió crítica. El diestro de Murcia pidió calma. Brindó al público y se fue a por él genuflexo. El toro actuaba en propia contradicción, ya que sólo quería por abajo y cuando le andaban ese camino, la fuerza no le daba para responder. Lo intentó frente a un desierto, y la faena se murió de sed. Más las gradas, que sólo pedían fin. Estuvo firme y torero Rafaelillo a pesar de la que les estaba cayendo a ambos toro y torero. Qué estampa para tan poco toro, la verdad. No se andó con mucho rodeo, mató de una estocada muy deficiente que hizo guardia. Lo intentó par de veces con el descabello sin éxito, pero el toro se echó antes de que llegase la sentencia. Palmas para el torero, casi bronca para el toro.
Decimonónico (en lo terrorífico) de hechura era el segundo, de Miura también, más que embestir parecía que te podía saltar a la yugular para arrancártela de un mordisco en cualquier momento. En estas, Manuel Escribano se postró de rodillas para saludarlo con una larga cambiada, lanceándolo metódicamente después sentándole compases, andando hacia afuera. En el caballo, no escatimó ni una pizca, tomando una buena primera vara y una bravía desde lo lejano, empujando en ambas como si fuera consciente de que le iba la vida en ello. Abundantes fueron las palmas que se le merecieron a su varilarguero, Juan Francisco Peña, en lo que volvía al patio de caballos. El tercio de banderillas fue protagonizado por Escribano, como acostumbra. Dos pares al sesgo y uno a la Calafia (al quiebro y a violín al mismo tiempo, pegado a tablas), en los que el toro iba montado en moto, sin dejar ni pestañear. Estuvo cumbre, temblaron los tendidos. Manuel Escribano es el capitán de un barco que lleva la tormenta por rumbo y camino, y en su serenidad se vuelve el más cuerdo y consciente de quienes le rodean. Ante la muerte, ahí es ná. Hay quien reza para que no le salgan toros bravos, y yo estoy seguro de que el de Gerena se postra frente a la Cruz pidiendo otra. El de Zahariche se moría por desvivirse en la muleta de Escribano, que lo esperó desde los medios. Cambiado y por la espalda fue el lance, primera letra de un libro más sangrado que escrito. Hay que ser bravo para brillar con un bravo, y Manuel Escribano lo hizo. Mandó por abajo y por arriba a un pronto y bravo toro de Miura, fijo pero orientado. Las gentes boca abajo. Se arrimó y trazó pinturerías. Mató mal, algo caída y tendida la espada. Terminó por caer, sin embargo, y se le otorgaron las dos orejas.
Otro tío era el último de los tres de Miura, negro entrepelado y bragado, alto y ensillado, cornigacho. A larga cambiada era la bienvenida que le recetó Pepe Moral al morlaco, ramilleteándole verónicas que hacían eco desde la bamba hasta la esclavina en lo que se trazaban, y una media de caramelo. Garbosamente le anduvo camino al caballo con un galleo por chicuelinas, y la pelea fue de escándalo. Tres puyazos tres. Los dos últimos, de hecho, desde lejos. Empleados en riñones, sin tapujo alguno. Hay que picar, y si no lo creen, pasen y vean. Fuertemente ovacionado fue Francisco Romero González, que saludó desde su montura. El tercio de palos fue algo accidentado, afortunadamente sin consecuencias para los hombres del torero de Los Palacios. No obstante, la lidia fue espléndida. Brindó a Utrera Pepe Moral. El toro, más largo que un agosto sin piscina, se comía la muleta a bocado limpio. Quería ir adonde se le llevase, pero siendo exigente para rato. Por la mano izquierda, vació llenándose de embestida, luciendo al bravo Miura, protagonista de todo cuanto sucedía en el ruedo utrerano. Tenía esa transmisión especial que tiene la pelea rebelde, la que asusta y no regala. La mano izquierda del palaciego destacó notablemente, como no podía ser de otra forma, haciendo al toro ir largo como lo era. Y rubricó su labor con un buen espadazo, que sirvió de sobra. El público le concedió las dos orejas, así como la vuelta al ruedo al toro, “Abejero” de nombre.
El cuarto de la tarde, primero de los de D. Adolfo Martín, era cárdeno, amplio de caja sin ser muy hondo, medio de altura y de cuerna, fina ésta. Tobillero pareció que salía, oliendo más tibia que un defensa de los antiguos. Rafaelillo le quiso por abajo y despacio, y más de una verónica desempolvó otros tiempos que en verdad nunca murieron. No lo ponía nada fácil el del hierro de la “V”. En el caballo se empleó de tal forma que se le escuchaban los respirares desde el tendido. Dos varas que fueron especialmente intensas no mellaron a la bestia, que se enredaba en cada capote que se le cruzaba en lo que intentaban colocarlo para parearle. En lo que estaba por ser una oda a la eternidad estaba Rafaelillo con la muleta en la mano. Le brindó a D. Manuel Bajo, ganadero de Las Monjas. Tocaba trabajar la muerte. La avispa cárdena quería picar, se moría por ello. Pero el de Murcia no temblaba. Lo tenía en los tobillos lance sí y lance también. Las guadañas le cosquilleaban la sangre, y Rafaelillo no se quitaba. Y una, y otra, y otra que hacía por él. Se embravuconó Rafaelillo, ante la mala idea del toro y de algunos sectores del público, que más que a los toros pareció que iban a un concierto de cumbia, menuda la forma de silbar sin ton ni son. Absurdo, una minoría, al menos, que hizo mal ruido durante un buen rato. Se hizo magnánimo el espada de entre lo que por él hacía. Mucho más grande que el toro, demostración clara de que el tamaño nunca importará. La Odisea hecha escrita en muleta. No selló con la espada fácilmente, tuvo que pinchar y luego descabellar, consiguiéndolo por fin. Una oreja como una casa.
Ancho de pitones, sin llegar a ser playero, era el quinto, cárdeno oscuro y hondo, también de la divisa cacereña. Fue muy frío de salida, embistiendo poco y por fuera, saliendo suelto de los engaños. En el caballo fue discreto, pero no se fue sin pelear. De nuevo, las banderillas hicieron fiesta en las manos de Manuel Escribano, poniendo esta vez tres pares al sesgo. Buenos inicios se auguraban por el buen ritmo que parecía tener el toro… pues nada. Mal bicho salió. Las pocas arrancadas que soltaba (que no por tenerlas, más bien por hacer sangre) iban al cuerpo de Escribano. Tormenta de arena se queda cortito. Aquello era el Dakar. Más que las mulillas tendrían que llegar dos tuaregs a llevarse al toro cuando Escribano le diera muerte. No permitió lo más mínimo, más allá del mal rato que se vivió, que parecía que llegaba la cornada cada dos por tres. No llegó, afortunadamente, y el de Gerena se fue a por la espada para cortar por lo sano. Pinchó en varias ocasiones descabellando luego tras numerosos intentos, a lo que le sonó un aviso. Fue ovacionado.
Se llamaba “Chaparrito”, pero no se le vio como tal, nunca sabremos de él. Era cárdeno claro, hocico de rata, abierto de puntas y amplio de caja. Dios quisiera un par de chaparritos sobre las telas de Pepe Moral en medio de la que estaba cayendo. Para salir volando sin rumbo. ¡Ya corriera este airecillo por las noches sevillanas! Dormía cualquiera. Ese viento condenó labores más allá del detalle. En el capote nada se pudo más que pelearse con el viento. Al caballo el cárdeno fue una sola vez, respondiendo prácticamente dormido en pelea, empujando inertemente. En banderillas, menudos pares puso Antonio Chacón. En lo alto ambos. Torero andando y poniendo rehiletes. Ajustadísimo, al borde de la calavera el último, en un palmo le entró y le salió. La plaza entera de pie, el par de la tarde. Ahora tocaba tragar, pues los vientos ya estaban rondando lo que vendría a ser la fiesta de cumpleaños del dios Eolo, rebozado para colmo en arena que llegaba hasta a los cristales de las gafas del presidente. Remolinos en los tendidos. Pepe Moral hizo lo que pudo, ante un toro que tenía grandes cualidades que no se pudieron ver por la imposibilidad de hacer faena. Salía volando hasta la banda de música, vaya. Algunos muletazos sueltos pudo dejar cuando amainó un poco la ventolera, pero no se pudo estructurar nada. Para rematarlo, en un derrote del toro que lo derribó, se clavó la punta de la ayuda en el gemelo izquierdo, lo que resintió notablemente su pierna. Llegó la espada, que puso un poco atravesada, pero terminó por hacer muerte. Se le otorgó una oreja, excesiva para lo que se vio.
Los toros dieron tarde, desde luego. Los de D. Adolfo Martín fueron más correosos, exigentes y complicados, destacando de entre los tres el último, que era el que mejor embestía, pero que no pudo expresarse suficientemente debido a las circunstancias. Sin duda, la tarde fue de Miura, a excepción del primero, que no tenía nada. Ambos segundo y sobre todo tercer toro (premiado con la vuelta al ruedo) fueron bravos en la totalidad de su lidia, dejando grandes tercios de varas y faenas de muleta en las que el picante reinó y se redondeó en manos de Manuel Escribano y Pepe Moral, quienes dejaron con ellos sus mejores faenas, saliendo ambos a hombros. No fue aupado Rafaelillo, con el peor lote, pero pegó un fuerte puñetazo con su segundo, con el que tocó pelo. El ambiente fue dispar, pero generalmente bueno, muy destacable la presencia de muchísimos niños así como de mayores en la plaza, que por poco no llenó aforo. Buena tarde de toros.
Irónico final para el que objeta acerca de los calores, sin duda. Si llega a rondar Utrera Mary Poppins (cosa que dudo, como ustedes comprenderán) acaba en el Finisterre como poco. Aun así, el viento nunca podrá con la piedra, que hoy ha temblado y sentido mucho. Para crecer interiormente a veces no está mal que te sacuda un torbellino. Más que salir volando, volaremos, algún día. De momento, mañana es lunes, y habrá que arrimarse. A algunos algo nos queda, otros ya enterraron sus vacaciones de verano. Señoras y señores, en cualquier caso, que les sea leve todo cuanto les venga. Yo les presto mi verso:
Yo les presto mi verso
Como abanico esta noche si quieren
Aunque viendo llegar al fresco
Mejor abanico no lleven.
Domingo, 5 de septiembre de 2021. Plaza de Toros de Utrera (Sevilla). 6 Toros 6, 3 de Miura y 3 de D. Adolfo Martín para Rafael Rubio “Rafaelillo”, de azul rey y oro, palmas y oreja; Manuel Escribano, de obispo y azabache, dos orejas y ovación con saludos tras aviso; Pepe Moral, de negro y plata, dos orejas y oreja.
Incidencias: fueron ovacionados, tras picar a segundo y tercer toro, respectivamente, Juan Francisco Peña y Francisco Romero González. Tras banderillear al sexto toro, Antonio Chacón fue fuertemente ovacionado. El tercer toro, de nombre “Abejero”, de la ganadería de Miura, nº59, nacido en diciembre de 2016, fue premiado con la vuelta al ruedo.