Después de la que formó El Juli ayer, la resaca inunda los tendidos de Las Ventas. Hay días grandes y días que pasan sin pena ni gloria, y hoy tocó pasear la mirada.
«La de El Juli con los de La Quinta, la de los naturales.» Tras derrochar su adentro el torero de San Blas, y gobernar las tendencias de Twitter, las historias de Instagram y las bocas en el hablar de toros, llegaba la tarde de hoy, con el ralentí propio del acontecimiento vivido tan recientemente.
La resaca no siempre da dolores de cabeza, a veces incluso alimenta el espíritu, recargando las pilas del hambre y haciendo la lucha más liviana. La resaca hoy, aunque hizo mella, fue algo de lo que enorgullecerse, no por su consecuencia, sino por lo que la trajo. Sarna con gusto no puede picar.
Fíjense que el cartel prometía (aunque en el toreo nada es seguro hasta que las mulillas arrastran al de los pitones). Por una parte, Ferrera, que siempre da que hablar de una o de otra forma, entreteniendo con su personalísima teatralidad en la puesta en escena. Por otra parte, Luque, a quien me consta que las grandes plazas esperan tras tantos puñetazos sobre la mesa, siendo el último en Sevilla, terminando como uno de los triunfadores de la Feria de Abril tras abrir la Puerta del Príncipe. Y por último, y no menos importante, la vuelta de un torero a la plaza de su tierra: Gonzalo Caballero. Hablaba Carlos Ochoa, su «apoderado» (entrecomillo porque sé de sobra que no le gusta colgarse ese sambenito) del calvario que ha supuesto para su torero volver a vivir como lo hacía antes de morir por nueve minutos hace tres años en este mismo ruedo. Se dudaba incluso de si podría volver a caminar, y ahí estaba el tío, con los chismes en la mano, tras tres años sin pisar el primer coso del mundo y con una única corrida de toros en su haber desde el percance (Navalcarnero, el año pasado, su reaparición). Mérito es poco.
A la corrida de El Torero era para hablarle, por lo menos, de usted. Eran víboras de marfil más que pitones lo que tenían en las sienes, tan largas como afiladas e hirientes. Sin columpiarme puedo decir que será uno de los encierros más serios de la Feria de San Isidro de este año, sin necesidad de sobrepeso. Hoy no quisieron embestir. El sabroso punto de picante que caracteriza a esta ganadería tomó hoy más bien un sabor ácido, para nada gustoso. Algo se movieron par de ellos, pero fueron precisamente a caer en el lote del torero menos rodado de los tres, Caballero, que estuvo pulcro, más que digno para sus circunstancias. Los de Lola Domecq esta tarde fueron animales que duraron y dieron poco, y no pudo tampoco levantar la tarde un sobrero de Montealto que hizo de quinto bis. Luque y Ferrera se justificaron con creces, sin mayor lucimiento posible más allá de lances sueltos y una grandísima actuación de sus cuadrillas hoy, dignas de clavel ya por sí mismas. Parece que la muleta sigue mandando, y los ojos miraron ausentes, como era de esperar.
Hay que estar ahí. Esto no es el fútbol, pero el aficionado lo tiene que ser en las buenas y no tan buenas. Hay días en los que no están hechos para brillar, sino para aprender. No se es menos torero porque embistan menos los toros, y los de luces hoy pueden salir con la cabeza alta. No han pecado de no haberlo intentado. Hoy no bastó, pero hay un mañana para la terna al completo. Ferrera, Luque y Caballero tienen una tarde más en San Isidro cada uno. Dos balas más para disparar. La suerte se lo pague a los tres en su próximo compromiso. Y que Dios se la reparta.