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Se puede ser feliz con muy poco

Diego Urdiales dejó lo mejor de la tarde poniéndose por encima de la misma en su segundo, cortándole dos orejas algo generosas pero románticas sin tapujo. Manzanares, una oreja, y Ángel Jiménez, detalles. Lo de Garcigrande, sin redondear, falto de casta

La de hoy era una tarde de resaca, para qué engañar a nadie. La televisión en Madrid, y las cabezas en lo de ayer. Pero no dejó de ser la de hoy una tarde grande. Fiesta en Sevilla. Revivió Híspalis lo que algún día escribiera Hemingway, haciéndose más plural que nunca desde la tradición más profunda. El toreo de siempre es el que llena al gentío, sembrando hasta la locura y lo irracional sobre lo que es meramente efímero y a la vez no tiene final. El hablar de toros largo y tendido es lo que dan de comer tardes como la de hoy. Y yo no sé ustedes, pero yo estaba hambriento. Y poco a poco se va saciando uno, aunque para un loco nada es suficiente.

Muy feo de hechuras era el primero de la tarde, bien teniendo la estampa necesaria para tirar de una carreta del Rocío. De Don Domingo Hernández. Un buey, vaya. Negro de capa, gordo pero gordo, y gacho y feo de pitones. Pena del toro, que culpa tenía poca de venir a la alfombra roja que es Sevilla. Nada absolutamente en el capote, no quería entrar. Al caballo sin embargo quería y de sobra, empujando de tal manera que al picador y al corcel les faltó suelo para rodar por él, entrando tres intensas veces al peto y derribando al equino y al del castoreño en las tres. ¡Toro! Y con lo feíto que era. Jaleo metió para rato, y el varilarguero (Manuel Burgos) fue ovacionado. Cierto caos en banderillas, aguantando los arreones y las medidas los hombres de Urdiales. Brindó la muerte del toro a Juan Carlos Tirado, su tercero. Y se fue a por el toro el riojano, mandando sobre las piernas y haciéndole por arriba, construyéndole a lo antiguo. Andurreaba el toro, y el viento complicaba los haceres. Urdiales se postuló en todo momento por encima del toro. Le hizo sobre todo aliviando por arriba, y sobre la media altura le cosió muletazos de alto talante. Nada de casta tenía el burel, amorcillado en todo cite. Compuso sin bajar la mano, anduvo colocándose entre cada cite, exigiendo lo que no había, a medio camino entre ambos lo que fue surgiendo en faena. No cumplió pleno en exigencias el toro, poniéndole su matador todo lo que se le pudiere ver. Mérito. Y se fue a por la espada sin perderle ni un segundo. La puso arriba, casi entera, y cayó sin demora. Ovacionado fue.

El mero lance y alivio capotero, con algún lance estirado, tuvo el largo y astifino (sin ser muy descarado), castaño, del hierro de Garcigrande. El tercio de varas fue lucido por las manos de Pedro Morales “Chocolate”, haciendo expresarse al toro por encima de sus posibilidades, siendo ovacionado por las gentes. Notable en banderillas se mostró, también ensalzado por la cuadrilla del alicantino. Muleta. Había que hacer las cosas por derecho, tragando a la par que mandando. A por la pañosa se iba el animal, rebosante sobre las dos patas en las que se giraba anteriormente. Uno sobre otro, ligaba templando, con algunos enganchones, pero dominando sobre el espectro del animal Manzanares. Por ambas manos brilló, pero posiblemente siendo la derecha la que le otorgaba más altos vuelos, formándose en uno tras el siguiente y embarcándose en las seguidas acometidas del franciscano. Por la izquierda le costó algo más componerse, primando los bruscos enganchones del de Garcigrande, que se deshacía de la muleta a cada poco que se la encontraba. Redondeó para lo que tenía delante, con opciones pero sin pasarse, decente para el premio al menos. A redondear. Espada, no la puso tan bien cono suele hacerlo Manzanares, un punto caída, sin embargo sirviendo para rodarlo. Cortó una oreja.

El toro era de la divisa roja, verde y azul. Pinturerías de capote. Estaba Ángel Jiménez con el mismo en la mano, soplándole en lo que le apetecía, esculpiendo lances que a más de uno le gustarían en su haber. Toreando con cada palmo de su cuerpo. Garboso al caballo lo llevó, por arrebatadas chicuelinas, y un remate de media al pellizco. Ambas entradas al caballo no fueron muy entregadas que digamos, saliéndose por fuera el animal a lo que notaba la puya. En banderillas, se lucieron los peones, especialmente un torero, José Chacón, que puso ambos pares en lo alto y entregando su cuerpo. Brindó Ángel Jiménez a sus compañeros de terna, Urdiales y Manzanares. Comenzaba su obra. Genuflexo y por muy bajas alturas partió a devenir la muleta del ecijano, recibiendo en lo que pedía, hilando bajo y transmisor el diestro. Necesitó únicamente de una serie más, bordada, para hacerse sonar la música de Tejera. Se abandonaba Jiménez por momentos, olvidándose del cuerpo y haciendo el toreo tal y como se concibe desde la soledad máxima y absoluta. Faltó cierta redondez llegada a un punto la faena, por lo que no se terminaban de encontrar ambas partes, algunos viendo al toro por encima del torero y otros cantándosela a la suerte. Ni una ni otra, fue un punto medio. Tomó la espada. Pinchó para poner una estocada en segundo lugar, cayendo el toro. Fue ovacionado.

Diego Urdiales tomó la pañosa para brindarle a Sevilla. Quiso andar poco a poco, haciéndose con los devenires del animal. Y cómo anduvo cuando lo hizo. Haciéndose a sí mismo, crecido ante un animal que se hacía mejor ante la muleta del riojano. Tremebundo por ambas manos. Si de algo sabe el de Arnedo, es de torear, y muy pero que muy bien. Al toro le faltaba un tranco de más, pero su obediencia hacía que el riojano luciese como el oro bajo la farola. La más alta reserva. Cada muletazo era para emborracharse de panza de franela. Y los hacía tal como le salía del pecho y las muñecas. No dio ni jaleo, leche. Le faltaba redondear al animal, sin embargo. Pero todo lo que le faltaba al toro lo ponía Urdiales. Redondez por ambos pitones, más si cabe por el izquierdo, por el que a pies juntos le contó las verdades. Estaba todo consumado. Y se iba a por la espada. Se perfiló, y la puso en todo lo alto, rodando el toro en instantes. Era de una muy gorda, pero fue Sevilla quien tiró de femoral para pedirle las dos. Y se le dieron. Palmas al toro.

Negro de capa también, más justo de pitones, finito de caja y anovilladito era el negro quinto. Longitud mostró en el capote de José María Manzanares, empleándose con el aire de una vaca de tentadero. Desde las murallas de la misma cara aguantaba Manzanares el lance, haciendo por que no se le fuera el animal de su jurisdicción, consiguiéndolo. Al peto entró rehuido, sin emplearse más que poca cosa, a pesar de las buenas manos que sostenían la vara. Daniel Duarte puso dos pares como dos campanarios, brindándole La Maestranza palmas de río y candela. Llegaba el muleteo. De primeras, a Manzanares se le vio un punto por detrás con respecto al ritmo de las embestidas del toro, que hacía por entregarse pero al cual le faltaba un palmo más de muleta. Se le echaba en lo alto el burel, y no lucía el trabajo. Se fue deshaciendo la labor de ambos, no terminando de encontrarle sitio Manzanares, y comenzando el toro a rajarse. Humo en el aire, sonando aquello ya a espada. Venía por la senda el acero, el cual costó de clavar. Dos pinchazos y media, descabellando a la cuarta. Silencio.

No entraba en la vereda del capote de Ángel Jiménez el serio último, castaño oscuro, cornalón, astifino y sin cortarse en altura a pesar de ser recogido de panza. Al caballo, escueto y sin emplearse, manteniendo la línea del resto de la corrida, falta de pelea. Y peleando el aguante los de plata en banderillas. Ángel Jiménez anduvo mucho más digno que su oponente con la muleta en la mano, yéndole por derecho a un animal que de todo hacía menos eso. Obligaba e intentaba someter, a veces obteniendo respuesta y en otras la nada o el susto, venido de la mano de los arreones que hacía por meter el morlaco entre los muslos. Peligraba aquello. Insistió el de Écija, cargando suerte, enrazado y al toque, obligando sobre lo que poca cosa atendía. La escasa transmisión venía del condenado andar, que asomaba tragedia casi que a secas. No era para extenderse, y lo entendió el astigitano, tomando la espada para ponerla en todo lo alto. Saludó una fuerte ovación al morir el toro.

La corrida de Garcigrande no salió muy brava que digamos. Sólo hubo dos toros con opciones, escasas, a cuentagotas ambos, siendo estos el 3º y el 4º. Lo demás, se rajó sin tardanza, dando buenos inicios el 2º, asegurando una buena faena pero muy obligada en finales, por encima su lidiador. Urdiales dejó una obra de las que se beben de a poquito a poco con su segundo, cortándole las dos, algo excesivas. Manzanares tuvo grandes pasajes con su primero, al que le cortó una, por encima de él. Ángel Jiménez lidió con un lote complejo, dispuesto con su primero, aprovechando opciones, y muy digno con el mal sexto. Entrada, de lleno, y un gran ambiente. Fue acabar la tarde y Juan Carlos Tirado, subalterno de Urdiales, se cortó la coleta en el mejor escenario que cabe, rodeado por los suyos.

Con ilusión llega el alma del que escribe a la de mañana, la última tarde, la última bala. Bien Sevilla no nos habrá regalado los mejores toros o las faenas más redondas desde el punto máximo de la objetividad. Pero si algo nos está regalando, son retales de eternidad, que le ponen a uno los pelos como para coger WiFi. Se puede ser feliz con muy poco, es más: se debe de. Verso para irme.

En tan poco
Se cruza la noche,
En tan tanto
Se puede ir el coco.

Estar loco
No tiene reproche
Si la dicha es buena
Y el alma se ha roto.

RESEÑA

Sábado, 2 de octubre de 2021. Plaza de Toros de la Real Maestranza de Caballería de Sevilla. 13ª de abono de la Feria de San Miguel. 6 Toros 6, de Garcigrande y D. Domingo Hernández, para:
Diego Urdiales, de verde botella y azabache, ovación con saludos y dos orejas; José María Manzanares, de azul marino y oro, oreja y silencio; Ángel Jiménez, de blanco y oro, ovación con saludos en ambos.

Incidencias: saludaron sendas ovaciones, tras su labor en banderillas, José Chacón en el 3º, Daniel Duarte en el 5º, y Abraham Neiro “El Algabeño” en el 6º. Juan Carlos Tirado, banderillero de Diego Urdiales, se cortó la coleta al finalizar el festejo.

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