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Luque y Ortega: ¡Larga vida a la juventud!

Los diestros de Gerena y Triana triunfan cortando tres y dos orejas, respectivamente. El Juli se va de vacío, sin fortuna con el acero en su mejor faena

Quisiera uno ser docto y apalabrado para definir como la ocasión merece lo que al que escribe le rodea. Siempre que viene el de los marfiles, a todo aquel que por muleta tiene la letra, le dan escalofríos. Cómo será la cosa, que jamás con él estará todo escrito. Es inabarcable, pero se intenta. Espero que el uso de más de un “palabro” y la incapacidad de ponerle verbo suficiente a todo lo que una tarde de toros supone y envuelve no les incordie. Hoy es seis de agosto, y de nuevo hay toros en El Puerto.

Abanto fue de salida el primer toro de la tarde, negro chorreado, cornigacho y no muy fino de remate, que sí de cuerna, además de hondo. Lo consiguió de menos a más meter en su esclavina Julián López “El Juli”, encelándolo con quietud y prominencia en la figura erguida. Al caballo entró una sola vez, al menos tomó una vara intensa y peleona, sin mucha clase en su empujar, eso sí. Con la misma inamovilidad que lo recibió lo quitó por verónicas “El Juli”. Arrastrando la tela y los vientos de las alturas con la seda, fueron cuatro o cinco y menuda la media con la que cerró, desplantando con un molinete improvisado. Jaleo, del bueno. En banderillas pasó con cuatro palos por fallarse en la última entrada, a pesar de que se podía perfectamente. Casi teatralmente le inició faena al burel el matador madrileño, genuflexo, arrodillándose como si lo llevase el viento. Mandando con iguales poder y despaciosidad, hizo lo que quiso, como acostumbra. No es fácil mandar al antónimo de la razón con una tela, pero como si lo fuera, El Juli manda tanto en el albero como en la piedra, ensalzando a ambos toro y espectador. Largo quiso tenerlo en su franela, así se lo llevó estirándose por ambas manos. Cuando al toro le faltó recorrido, se irguió para proseguir con otras maneras, éstas más clásicas. El toro, a lo largo de la faena fue perdiendo en fuelle pero sin gastarse, arreando con ímpetu y fijeza, sometido, pero cabeceando. El torero de San Blas le tapó todo defecto. Le cerró faena en una baldosa, con los pitones rozando las ingles. Con la espada, pinchó de primeras para luego ponerle una estocada que sirvió aun siendo un poco trasera. Recibió una fuerte ovación.

El recibo capotero de Luque a su primero fue variado y afín a lo que el toro, menor en tamaño que su hermano y algo más justo de remate, negro de capa. Mostró no ir sobrado de fuerzas perdiendo las manos en más de una ocasión. El tercio de varas se resumió en un puyazo en el que el animal apretó y despertó hasta tal punto que parecía que iba a derribar al caballo. En banderillas, los hombres del de Gerena estuvieron habilidosos. Brindó al público su suerte con el cornúpeta, y salió a buscarlo. Lo vivió con los marfiles en la piel. Ante un toro que de todo hizo menos entregarse bravamente, Luque estuvo estremecedor. No se dejó absolutamente nada que decirle a nadie. El de Garcigrande era irregular en todas las facetas de su comportamiento. Pero el diestro de Gerena se hizo enorme por poco toro que allí hubiese. Se hizo uno con las agujas, a las que dejó pasearse por su cuerpo sin miramiento alguno. Quieto, quieto, quieto. La plaza, puesta en pie. Llegó el acero y mató de una estocada algo contraria pero con muerte, a la que el toro no vendió barato el pasaje. Llovió un mar de pañuelos, y se llevó las dos orejas de un golpetazo en la mesa.

Castaño y bociblanco, ofensivo pero algo anovillado de cara, no de badana, salió el tercero de la tarde. Juan Ortega lo intentó mecer en su capote, a lo que el toro respondió cayéndose repetidamente, a lo que el público pidió su devolución. Entró al caballo y tomó una vara de no muy buena colocación, sin empujarla con muchas creces. Nada más salir cayó de nuevo, por lo que las protestas se volvieron casi unánimes. Pañuelo verde.

Salió como tercero bis un toro alto y cuajado de caja, fuerte, algo bizco pero fino de pitones, de pelo castaño. El toreo de capa no tuvo mucha cabida, pues el morlaco no embestía ordenadamente en la tela de Juan Ortega. Algo caótico fue su camino al caballo, dejando capotes por los suelos y algún que otro medio susto. Allí se le puso una sola vara que por lo contrario fue larga e intensa. De riesgo fue el tercio de banderillas, haciendo el toro hilo y subiendo la cara en su entrada al sesgo, actuando con profesionalidad los hombres del sevillano. Flexionando la rodilla comenzó su pugna con el castaño Ortega, intentando hacer de lo brusco, lo suave. El toro derrotaba, repartía tornillazos a cada vez que hacía por la muleta. Las buenas maneras frente a las malas. Dicen que no, pero hay que tener valor. La pureza hecha bien es la bandera de los hombres valientes. Hasta en la adversidad. Lo justo y necesario, con eso basta si es bueno de lo que se habla. Las puntas de las zapatillas apuntando a los pitones. Y todo hecho con la bamba. Más de un susto dejó la faena, pues parecía que el toro iba a hacer por él, pero finalmente no fue así. El acero llegó y cayó caído y tendido, por lo que fue ciertamente protestado, pero sin embargo hizo muerte sin tardanza. Fue ovacionado.

Más fino pero musculado y más rematado de cuerna que sus hermanos era el también castaño cuarto, que salió escopetado. Suelto también se mostró en el capote de El Juli, sin terminar de repetir. Un largo puyazo tomó el franciscano, el cual peleó acusando cierto cabeceo. Buenos fueron los haceres en palos por parte de la cuadrilla del madrileño. Basto fue el comportamiento del astado en la muleta, exceptuando su acometitividad en la primera serie. A partir de ahí, todo cuesta abajo. “No te vas a rajar” le decía El Juli al animal. Para ser de Garcigrande, no le hizo mucho caso. Nada tenía. Dos lances duró, y le trajeron la espada. La puso rodando el toro rápido. Su efímera actuación causó una división de opiniones en los tendidos.

El quinto toro siguió en la línea morfológica del encierro: de cuerpo bien, de cuerna justito. Era castaño, de buena alzada. No tuvo nada en el recibo. No gustó en los tendidos pues su comportamiento era frío y descompensado con los arreones que luego metía. Fue algo desordenado pero bravucón en el caballo, y en la intensa vara que tomó no se dejó nada por pelear, brillando en el peto del corcel que montaba Juan Manuel García, que fue fuertemente ovacionado. Seguía aún así algo crudo, y planteó serias complicaciones en el pareo, que se hizo de sobaquillo y de uno en uno. En la muleta, ese tren quedó abandonado. No tuvo raza ni codicia alguna. Pues bien, Luque le hizo sonar la música. Y cómo suena la música en El Puerto. “La Concha Flamenca”, señoras y señores. Y eso que el de Garcigrande no tenía ni medio acorde. La faena no fue nada del otro mundo en sí, fue el dominio del espada lo que se alzó en la sordidez. Está siendo, sin duda, su temporada. Triunfa allá donde torea. Le puso todo lo que no existía en los adentros del que tenía frente a sí, y así, rebosó los tendidos de aplausos, haciéndolos levantarse con suma facilidad. Pero recuerden, esto no es para nada fácil. El toro se distraía con una mosca. Fue acabar de sonar la banda (la cual el bovino no dejó de mirar mientras sonaba) y estallarle una ovación por tocar cada nota con una música que ya le gustaría a la Filarmónica de Viena. El toro siguió distraído, por lo que la espada se hizo bastante complicada. Pinchó para luego reventarlo, muriendo el toro mucho más bravamente de lo que peleó en la franela. Luque recibió una oreja.

El último de la tarde era negro, fino y justo de remate córneo. El saludo capotero de Juan Ortega se limitó a la entrega de salidas, moviendo al cuatreño hacia los medios. El tercio de varas fue caótico en sus inicios, derribando el astado a Manuel Burgos de su montura, dejando un picotazo. Sin embargo, se recompuso y le colocó un grandísimo puyazo en el que el toro se empleó bravamente. Manuel Burgos fue merecidamente ovacionado. El tercio de banderillas fue cumplido, y en estas llegó la pañosa. Brindó Ortega al maestro José Luis Galloso, quien fuera y es torero del Puerto de Santa María, que este año cumple medio siglo de alternativa. Gallardo fue el comienzo, tan Barroco como Renacentista, como si de una escultura de Martínez Montañés se tratase. El toro estaba venido arriba, y repetía con la mera presencia de la muleta por ambos pitones. Cargada la suerte y pura la efigie, tal que así le cantaba uno y otro muletazo, sin haber dos iguales, valiendo uno sólo mucho más que el dinero. Perdía fuelle el animal, a la vez que empezaba la banda entonar los acordes de “Nerva”. Reculaba, haciendo por rajarse en algunos momentos. En estas, la faena era de uno en uno, de series cortas pero exigentes. Así lo vio Ortega, vaya que si lo vio. Muñecas, cintura y muleta a pies quietos y al compás de la Gloria hecha pasodoble. La exquisitez no puede pretenderse en abundancia pues es la abundancia en sí misma. Y tizona en mano, lo puso patas arriba rápidamente, con una estocada en todo lo alto. Volvían a danzar los pañuelos. Dos orejas fueron el premio.

El encierro de Garcigrande tuvo bastante, bastante poco, más allá que buenos tercios de varas, e inicios lucidos de faena. Terminaron por rajarse todos y cada uno de ellos. La presentación fue deficientemente anovillada de pitones, e irregular de caja y badana, con algunos más hondos y otros algo escasos de carnes. Triunfaron indiscutiblemente Daniel Luque, cortando tres orejas en dos faenas en las que dejó latente su fuente inagotable de poderío hecho saber hacer, y Juan Ortega, que fraguó una faena de momentos sumamente exquisitos luego rematada con la espada que le otorgó las dos orejas. El Juli estuvo en su línea con el primero, mandándolo y haciéndolo mejor, con la única pega de la espada. No tuvo opción con su segundo, rajado desde el principio, lo que puso a los tendidos en su contra. De nuevo, la banda de música hizo el toreo con partituras por telas. Y la entrada fue rozando el lleno según lo establecido.

Sevilla se abre paso, quién lo iba a decir. No es por que uno sea de allí, pero Dios sólo sabe qué tienen sus tierras para que salgan toreros como los que pare. Hoy, es una madre orgullosa.

Sería el Giraldillo
Muleta de vientos,
Por ella sus hijos
Torean tan lento.

 

Título de caja

Viernes, 6 de agosto de 2021. Real Plaza de Toros del Puerto de Santa María (Cádiz). 6 Toros 6, de Garcigrande, para Julián López “El Juli”, de grana y oro, ovación con saludos y división de opiniones; Daniel Luque, de caña y azabache, dos orejas y oreja, y Juan Ortega, de Rioja y azabache, ovación con saludos y dos orejas.

Incidencias: saludaron sendas ovaciones, tras picar a sus respectivos toros, Juan Manuel García, en el quinto; y Manuel Burgos, en el sexto.

 

 

 

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