Los tres toreros se hacen gigantes ante la inmensidad del bravísimo encierro de Miura
Magallanes era un jefe, la verdad. Hay que estar muy colgado de la cabeza para coger un barco e irse a dar una vuelta al mundo, y más aún hace 500 años. No es por comparar o equiparar, pero no está de más acordarse de una gesta así en un día como hoy. También hay que estar, si se me permite, muy colgado de la cabeza para tomar la alternativa con los de Miura. Para muchos, hoy un tal Cristóbal Reyes es simplemente un loco. Digo simplemente porque normalmente no se valoran las acciones de los locos hasta que nos dejan para siempre. Hoy nace uno, como matador de toros. Y sólo Dios sabe cuánta falta hacen más locos en este mundo. Ojalá que algún día se me tilde como tal, probablemente no merezca semejante cumplido. Larga vida a los majaras.
El primero de los de Zahariche era cárdeno como ellos suelen serlo, cornidelantero y vivo de expresión. Cristóbal Reyes salió con el hambre en las manos, sin miedo ni corte, encaminando al Miura en su capote a pesar de que no humillase ni una pizca. Bravura de ambos. Tres varas tomó el toro en el caballo, las tres las peleó sin siquiera pensárselo, cabeceando bastante, como hizo en la capa. En banderillas se hizo dueño y señor del ruedo, poniendo en apuros a todo aquel que por allí se asomaba. Y llegó el momento ceremonial. Tras él, brindó solemnemente al Cielo. Casi nada, esperándole la inmensidad. Hay que ser muy valiente. Cristóbal Reyes anduvo como quien se ha pateado España y demás tierras con el de luces en el cuerpo y una alternativa en lo alto. Y era su primera tarde como matador de toros. Cargó la suerte, apostó en todo momento complicaciones aparte, y confió sin confiarse en ningún momento, dando fe de su propio oficio, muy, pero que muy remarcable. Sometió al de Miura, bravo como un tejón, lo metió en su pañosa, guiando sus propios caminos. La única pega fue la espada, con la que falló en repetidas ocasiones (unos cinco o seis pinchazos y media de bajonazo), pero terminó haciendo muerte al rato y tras el aviso. Fue ovacionado calurosamente.
Las guadañas del negro segundo eran para verlas. En el capote de Rafaelillo arrolló casi sin pasar en algunos casos, cayendo bajo la capa en otros, revolviendo los adentros del personal. Fue homérica su pelea en varas, entrando al caballo sin que se lo pidiesen, ¡hasta en cinco ocasiones! Y cada una como si fuera la primera. En banderillas subió el acelerómetro notablemente, había que tenerle pies al burel, y no hicieron menos los hombres del murciano. Devolución de trastos correspondiente, y manos a la obra. Qué decirle a Rafaelillo si el que hay en el ruedo es de Miura… sobra el verbo. Este en concreto tenía una marcha menos que su anterior hermano, siendo igualmente bravo y exigente. El de Murcia dominó a su compañero de baile, exprimiendo sus cualidades, haciendo de lo escaso lo abundante. Llevó a cabo una labor ordenada y pulcra, como acostumbra el espada, con pasajes de relajo y gusto. No fue posible rematar suficientemente con la espada, dejando un pinchazo y luego una estocada atravesada que requirió descabello. Saludó una ovación.
El tercero fue un remolino de salida. El demonio de Tasmania. Castaño era de capa, serio y con alzada y badana para parar cuatro trenes. No pasó ni una vez entera en el capote de Octavio Chacón, que tuvo que rematar con una media sobre los pies. Fue bravo como sus hermanos en el caballo, al que acudió tres veces rebosado en transmisión. En banderillas no bajó la cara en ningún momento, convirtiendo las labores en más complicadas aún, regalando atragantones por doquier. Así prosiguió una vez llegado el cuerpo a cuerpo, pasando ahora algo más, ganando en recorrido y profundidades gracias a las manos de Octavio Chacón. El morlaco no lo ponía nada fácil. El de Prado del Rey estuvo hecho un tío, sin taparse un pelo. Se metió a la plaza en el bolsillo, a base de mando y desplante transformados en faena. Hizo mejor a su contrincante. Puso un pinchazo y luego otro hondo que precisó el uso del verduguillo. Se le otorgó una oreja.
Playero como un domingo era el cuarto. Negro entrepelado y bragado de pelaje. Perdónenme las palabras, la madre que lo parió. Menudo el toro. Destrozaba burladeros. Medía cada cosa que hacía, siendo calculador sin ser frío ni mucho menos. No entró apenas en la esclavina de Rafaelillo. Al caballo fue brusco y bravo al mismo tiempo, empleándose en ambas entradas a la jurisdicción del picador. Lo que tiene que ser ponerte delante de un Miura y quedarte en calzoncillos… uno de los banderilleros de Rafaelillo corrió esa nefasta suerte. Mejor no entremos en nombres, no quisiera que me nombrasen si me pasara a mí. Lo de Rafaelillo con los Miuras es una historia aparte. Ya quisiera cualquier tortolito tener con su amada una relación igual de candente que la que tiene el de Murcia con los de Zahariche, vamos. Rezumando intensidad, le cantó las cuarenta a un toro difícil como poco, que amenazaba con cogerle, hasta incluso buscar escribirle la bestia novelas con sus pitones al diestro sobre la piel. No lo consiguió. Quien consiguió su cometido otra tarde más fue Don Rafael Rubio Luján. Jugándose la vida como medio para vivir realmente. No fue menos con la espada, le puso una estocada que hubiera cantado de tener garganta. El ole en el acero, hecho acción y movimiento, y la plaza de pie. Cayó rodado. La oreja era suya.
Setecientos siete kilos de toro. Ni uno de sobra, aparentemente. El manierismo español. Templado quiso hacerle las cosas Chacón con el capote, genuflexo. Al caballo fue sin levantar mucho revuelo, aunque no escatimó en fuerzas, entrando dos veces intensamente. Las banderillas fueron de alto voltaje, siendo el toro muy complicado por tener apenas recorrido y por cómo hacía por los cuerpos, sin bajar la cara ni un ápice. Se lucieron Vicente Varela y Alberto Carrero, que fueron fuertemente ovacionados. Sembró el miedo el tercio final. Octavio Chacón quiso seguir en la línea del temple para sentar las bases de su mando en la faena. Comenzó a apretar el toro, así como a quedarse sin más recorrido que el que lleva a la yugular. El mal rato fue para rato, valga la redundancia. Y no por duración, sino porque tanto el torero como los tendidos sudaron sangre mientras duró el toro vivo sobre las arenas ya descoloradas. Las espadas del cinqueño hacían por su lidiador cada vez que podían, queriendo echarle mano para hacer presa. Fue un toma y daca, en todo momento. La espada entró algo tendida y atravesada, por lo que el del hierro de la “A” con asas tardó en caer. Pero así fue, finalmente, poniendo fin a una Odisea. Fue premiada con la oreja.
El último, por si fuera poco, parecía más bien un tigre de bengala. Colorado bragado, no es que fuera a coger, es que mordía. Y encima para el “novato”. Lo entrecomillo, porque Cristóbal Reyes de novato mostró más bien nada. Lo metió en vereda en el capote, mostrándose maduro como él sólo. Al caballo acudió lucido y desde lejos, pero ya una vez allí manseó cabeceando y viéndoselas con el peto casi sin tocarlo. No obstante, la labor del varilarguero, más concretamente Adrián Navarrete, fue merecedora de la ovación del público. Las banderillas fueron una oda al vibrato, protagonizada por Abraham Neiro, que saludó otra gran ovación. Comenzó la pugna, llamarlo de otra forma sería un pecado. De tú a tú. Para que se acordasen de su nombre. De nuevo se jugó y ganó los cuartos con un toro bravo, que se comía las arenas así como los tobillos, que no dejaba ni pestañear. Le hizo las cosas bien y por abajo, y tenía a Sanlúcar consigo. Sólo faltaba la rúbrica, y como la cosa iba de apostar, quiso finiquitar sin muleta. No salió bien la cosa, fue prendido contra el suelo y llevado a la enfermería, sin encontrar carne la espada. Rafaelillo, como director de lidia, tuvo que hacerse con la difícil papeleta, que finalmente selló.
La señora corrida de toros de Don Eduardo y Don Antonio Miura salió brava, brava, brava. Y era un encierro que bien podría haber ido a Bilbao o Pamplona. Sin duda. En el caballo fue impresionante la entrega y pelea de los de la divisa verde y grana. Y en la muleta fueron exigentes para rato, pero con cualidades que aunque callen, ansian sin dudarlo un segundo muchos ganaderos que se llenan la boca con lo mayoritario. El ambiente en la plaza fue superior. Y los toreros, los tres, estuvieron enormes. Es muy difícil pintar sin pinceles o lienzo, aunque haya quien piense que no. Y hoy se vivió la tarde. Todos salimos saciados del Coso del Pino.
Irse de una Plaza de Toros, al menos a mí, siempre me cuesta. Lo distinto hoy se alza, gracias al Cielo, tras mucho tiempo hundidos en la mediocridad de lo aburrido hecho rutina. Hoy brillamos, aunque sea de noche. Estamos volviendo a ser nosotros, y eso es muy bonito. Valorémoslo. Mi verso:
Si estar loco
Fuere un pecado,
Yo para el infierno
Me iba encantado.
Sábado, 21 de agosto de 2021. Plaza de Toros de Sanlúcar de Barrameda (Cádiz). Corrida de Toros Magallánica. 6 Toros 6, de Miura, para Rafael Rubio “Rafaelillo”, ovación con saludos y oreja; Octavio Chacón, oreja y oreja; y Cristóbal Reyes, que tomaba la alternativa, ovación con saludos tras aviso y herido.
Incidencias: Santiago Pérez fue ovacionado tras picar al tercero, también lo fue Adrián Navarrete tras picar al sexto. Vicente Varela y Alberto Carrero fueron ovacionados tras parear al quinto, y Abraham Neiro recibió también una ovación tras banderillear al sexto.