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Antimorantismo y manzanaritis

Imagen: ARJONA-TOROMEDIA

Sin «antis» no hay morantistas, por eso no se vuelca el mundo, y también hay gente que vota a Podemos no por conveniencia, sino creyendo que van a salvar el planeta Tierra. Morante hizo una faena deliciosa, pero a la gente le gustó más Manzanares. Qué bonita es la democracia…

Lo recibió el maestro con lances mecidos, como acunando a un niño, y luego galleó lento por chicuelinas al paso. Chalequeó en el quite y lanceó con las manos altas, todo a la antigua usanza, siempre en torero.
Ya de muleta, se ayudó en el tercio a dos manos y terminó de sacarlo fuera de la raya con dos pases de trinchera. Y allí se puso a torear. ¿Cómo lo hizo? Con la armonía y el arte de los elegidos, sin voces ni violencias, con una hondura salpicada de belleza, con un trazo de paladeo. Por redondos y naturales, su toreo tuvo la plomada del cante puro, y sus contados adornos le dieron gracia al clasicismo. Bastó una estocada corta en su sitio y a Morante le dispensaron una rácana ovación tras petición desganada.

El toro fue un buen toro, pero luego siguió la tarde entre chascos y cositas. A Manzanares le jalearon tres templadísimos lances y unas tandas ligerillas en su primer toro, muy manejable, y a Diego Urdiales, diez muletazos acompasando a ralentí y con la cintura la calidad del quinto, al que le duró poco la alegría truncando la continuidad de aquel toreo que pareció hecho a placer, y al que le sobró algún toque demasiado seco y duro.

La tarde no rompía y, además, a Morante le pitaron por intentar un quite fallido, y luego por aliñar con un toro burriciego. Los antimorantistas aprovecharon para salir a flote, algo humanamente comprensible, y el gentío enloqueció finalmente ante la faena de Manzanares en el sexto de la tarde. Porque aquí fue cuando el júbilo se apoderó de los tendidos mientras galopaba el toro, precioso de hechuras, alegre y con recorrido, magnífico, ante la muleta del apuesto torero, que ligó tandas emotivas, mandonas, a veces vertiginosas, y siempre con firmeza. Fue estupenda la primera, rematada con su habitual cambio de mano, y no tanto las siguientes, aunque dentro de un buen tono general venido finalmente a menos. Se rompía las manos la gente aplaudiendo, sin reservas, rendida ante el empaque y brazo rígido del alicantino, ante esa mezcla de oficio, recursos, estética y tensión, y tras un pinchazo hondo la plaza emblanqueció de pañuelos, los mismos que faltaron dos horas antes tras contemplar, también los mismos aficionados, el toreo de Morante, de orden radicalmente superior. Cortó José Mari una oreja aunque faltó lo de «Morante aprende», pero todo se andará…

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