Sólo Aguado ante una irregular corrida de Algarra en Béziers

El sevillano cortó, a base de pundonor, la única oreja de la tarde frente a un encierro escaso de casta y fuerzas. El Juli y Juan Ortega, sin opciones.

Cuando poco hay, poco se puede hacer, pero hasta en esas hay quien saca agua. Hoy, previsiones aparte, sol y moscas. Lo de Algarra salió soso y falto de mayor tranco y final, en definitiva, falto de casta, a pesar de ser la presentación acorde al ruedo en el que nos vimos esta tarde. Sólo se salvaron dos, y cayeron en el mismo diestro.

El Juli y Juan Ortega tuvieron de punto en común el vacío prácticamente absoluto en sus lotes. Lo propiciaron cuatro animales que no remataron apenas lance, de abreviar y más abreviar. Cómo será la cosa, por ejemplo, para que ni un mínimo le sirva al torero de San Blas. Estuvo en continua búsqueda de consentimientos para animales desagradecidos, a los que apretó y alivió de mil maneras distintas, sin encontrarle petróleo a ninguno de los suyos. Juan Ortega, aun dentro de sus maneras, más frágiles, igualmente mostró a sus toros en justificación, siendo su mayor calvario la falta de fuerzas. En su caso, su segundo toro hasta se echó antes de llegar la espada, tras compases en los que algún muletazo muy despacioso y hendido se le derramó, derivando para su mala fortuna la despaciosidad del ritmo de los embestires en la flojera total y absoluta.

Y ya les digo, quien al menos un poco tuvo sobre la mesa para hallar luz fue Aguado. Precisamente sus toros fueron los de menor pega, y no se fue con las manos vacías gracias a ello. En el tercero de la tarde se dejó sobre las arenas una faena llena de sabor y buen hacer desde los mismos inicios. El toro acusaba esa falta de fuerzas que acusaron sus hermanos en un principio, pero se recompuso ciertamente y así le fraguó haceres el de Sevilla, mejorándolo en su muleta en embestida y en ligazón. Templó, exprimió, y mandó todo lo que tuvo de frente, todo ello sintiéndose. Lo mató de estocada algo caída, que hizo muerte sin mucha espera, y cortó la única oreja de la tarde.

Fue la única, como está escrito, por marrar con los aceros su labor en el último de la tarde, sin duda el que mejor embistió. Tuvo buen aire desde el principio, a pesar de embestir siempre en medias alturas. Entró al caballo con brío, y demostró en banderillas todo lo que escasearon sus hermanos, en términos de raza simple y llanamente. Aguado lo esperaba en los medios, y hasta allí se arrancó el burraco, partiéndole desde ahí una faena que rebosó gusto y quilates en cada muletazo, de menos a más si cabe. Se escucharon oles, y miren que esta Plaza calla casi por sistema. Toreo vertical, puro, natural, mientras sonaba Suspiros de España, a lo que Francia se mantenía en silencio. Tan a gusto estaba el hispalense que hasta el sentido de la medida se le fue un tanto al cielo, con una faena algo larga para lo que acostumbra habitualmente. Pero no pudo abrochar con oro su tarde. Pinchó dos veces hasta poner a la tercera una estocada atravesada, que precisó descabello. Ahí empezó la cuesta abajo, fallando repetidamente, sonándole un aviso y hasta pitos del tendido, después de lo que había sembrado en el ruedo. Cosas que uno no termina de entender. Ciego el toro de muerte, no atendía a bulto, pero al fin logró meterle mano para atronarlo, y murió el burel al fin.

Así cayó la tarde ya hecha noche, y nosotros nos vamos pensando en lo que pudo ser. No hace falta dejarse la garganta para degustar faenas como la que presenciamos hoy. Pero no les miento, algún ole se me escapó. Que tengan buena noche.