spot_img
spot_img

Palabra de maestros

Curro Romero, Rafael Chicuelo, Alfonso Ordóñez  y José Luis Lozano hablaron de toros en la Maestranza en torno a la figura de Pepe Luis Vázquez. Fue una lección inolvidable, un cúmulo de sabiduría, la palabra convertida en tesoro en boca de los maestros.

Vicente Zabala de la Serna asumió con temple el compromiso: moderar una charla de cuatro sabios a los que la edad no les ha quitado lucidez, y en algunos casos ni siquiera ligereza mental. Curro, a su lado, iba más despacio, pero cuando hablaba parecía que lo hiciera Dios. Lento, desgranó sus primeras palabras en honor a Pepe Luis:

«Me hubiese gustado torear en su época. Daba gloria verlo andar por la plaza. Entraban temblores de ver cómo hacía las cosas. Qué suerte tuvo de nacer con esas cualidades… Porque con eso se nace y él tuvo eso desde su nacimiento hasta que se murió».

Y enseguida, las anécdotas, como aquella que le contó el Sócrates al Faraón una tarde en la que ya le fallaba la vista pero no la cabeza. «Toreé en Lima -contó Pepe Luis a Curro- con Rovira y Luis Miguel, y estos dos se enzarzaron en una pelea con el toro allí mismo, así que me fui para él porque me dije: ¡como le pegue una voltereta a estos dos voy a tener que matar los seis!»

Siguió el maestro recordándolo con auténtica devoción. «Era un encanto. Tenía gracia hablando, y toreando ya para qué te voy a contar… Pepe Luis era inteligente y ameno». Lo corroboró Chicuelo, al que se le saltaron las lágrimas varias veces hablando del torero de San Bernardo. «Fue de los mejores que yo he conocido -dijo Rafaelito- y daba alegría verlo, sólo con esa manera que tenía de colocarse. En los tentaderos, con dos capotazos hacía lo que otros tenían que hacer con cuatro. Un día en Sevilla lo querían matar tras una mala tarde, porque entonces la gente cuando se enfadaba, se enfadaba de verdad, pero le hizo un quite al último toro y acabó con el cuadro».

Después tomó la palabra José Luis Lozano, impresionante por su ligereza mental pese a los años:

«Pepe Luis no tenía enemigos, todos le querían. La primera que le vi en mi vida fue en la despedida de Marcial Lalanda, que fue un acontecimiento porque los dos tuvieron una tarde memorable. Aquel día entró en Madrid. Tampoco olvidaré la faena de Aranjuez con un toro de Núñez. Esa faena que se te queda grabada y nunca se olvida porque fue grandiosa, como la del toro de Castillo de Higares en Madrid. Aparte de torear con esa sensibilidad y esa naturalidad, cuando cargaba la suerte era una maravilla, pero es que además Pepe Luis tenía un conocimiento enorme de los toros. Una de sus grandes virtudes es que veía el toro muy rápido».

Llegó entonces el turno de Alfonso Ordóñez, que fue de banderillero en su cuadrilla en un par de festivales ya retirado de los ruedos. «Le vi -recordaba Alfonso- hacerle un quite a un toro en Jerez de la Frontera, y raro es el día en el que no me acuerde de aquella media verónica. Aquel día Hemingway le dijo a mi hermano Antonio: ahora entiendo por qué hablas así de Pepe Luis Vázquez». Alfonso incidió mucho en el ingenio del maestro, y puso como ejemplo aquella tarde que le pidió que le escogiera unas fotos para la inauguración de una peña bética. «Elegí una en la que estaba en el tercio mientras se banderilleaba al toro. Si le quitan el vestido, la montera y hasta la Maestranza, porque era en la Maestranza, se seguía viendo a un torero», declaró Alfonso. Además de esa, seleccionó otra de un lance en Barcelona. «¿Cuál has escogido?», le preguntó un Pepe Luis que ya había perdido la vista. «Mire maestro, he cogido una en la que está usted pegando un lance y una mano va por la bragueta, y la otra a la misma altura, por la cadera». Y entonces Pepe Luis se dirigió a su mujer: «¿No ves, Mercedes, como yo sé a quién tengo que llamar para que elija las fotos?».
También rescató del baúl de los recuerdos la vez que le hizo el quite a un picador en México, cuando el toro estaba a punto de cogerle, y al meterle el capote en la cara se lo destrozó a cornadas. «Le debo la vida, maestro», le dijo el picador. Y le contestó Pepe Luis: «¡No, lo que me debes es un capote!».
EL FARAÓN HABLA DEL SÓCRATES
Volvió a tomar la palabra Curro Romero. «Pepe Luis está en la historia del Arte de Torear, y lo estará por los siglos de los siglos», sentenció. Y apuntó Chicuelo: «Se puede torear bien y no tener arte. Pero el que tiene arte le pega dos o tres a un toro y la gente se pone loca. Y eso es lo que tenía Pepe Luis». Y entonces entró Curro de nuevo. «Que fuerte…».
Salió después a colación la importancia del sentido de la medida, algo que era intrínseco en la filosofía pepeluisista. «Si con veinte pases no has metido a la gente en la canasta, no los vas a meter con cien», declaró Alfonso Ordóñez. Y Curro Romero incidió en el tema:
«El sentido de la medida y de la distancia son fundamentales. Cuando un torero está bien con un toro hay veces que se olvida que hay que entrar a matar. Por eso existen ahora tantos avisos. Tararí, tararí. Todo lo que no sea regularse con 15 ó 20 pases es aburrir a la gente. Y es mejor cabrearlos que aburrirlos. Aburridos, se van corriendo a casa a aguantar a la mujer».
Habló el maestro también de los aficionados de antaño. «Había aficionados que sabían tanto como los que estaban allí abajo con la muleta. Eso hoy se ha perdido. De toros, hoy, sabe cuatro. Bueno, dos…». Y explicó el toreo a su manera, quizá mejor que nadie: «El toreo es un chispazo que te cruje los huesos y hay que estar en esa línea. Hay que someter al toro pero sin brusquedad. Despacio. Despacio. Es tan difícil torear despacio… Hay toreros que dan mucha leña. ¿A quién le va a gustar la guerra? Estar natural frente a un animal tan potente es un milagro».
Romero también reflexionó sobre su vida torera. «Yo he sido el torero de más suerte de la Historia. Cortaba una oreja en agosto y era noticia. Cuando no lo he visto claro he tirado por la calle de en medio. La gente me quería matar pero al día siguiente allí estaban otra vez esperándome». Al hilo de ello, José Luis Lozano se lamentó de la pérdida de los partidarios. Estaban -explicó- a las duras y a las maduras». Y apostilló Curro: «Los partidarios es lo más grande que puede tener un torero. Hay quien llora, quien se levanta a aplaudir, quien se cae encima del que está debajo…». Y por último, habló Curro Romero de Pepe Luis Vázquez Silva: «Los genes de Pepe Luis ahí están, en su hijo. No se puede torear con más naturalidad que él».
Cerró el acto Zabala de la Serna con unos preciosos versos de Rafael Duyos, el poeta que más bonito le ha cantado a Pepe Luis. Y todo el salón se levantó para ovacionar a aquel cartel irrepetible. Cuando se montaba en el coche para irse, le di las gracias a Curro por venir, por primera vez en su vida y a los 88 años, a hablar de otro torero, aunque fuese nada menos que Pepe Luis Vázquez. «No me las des, Álvaro. He venido a favor de querencia…».
spot_img
spot_img
spot_img
spot_img
spot_img
spot_img
spot_img
spot_img
spot_img

RELACIONADO

spot_img
spot_img
spot_img
spot_img
spot_img
spot_img
spot_img
spot_img
spot_img
spot_img
spot_img