Con el quinto, más fino que sus hermanos, se pudo estirar Roca Rey a la verónica. Aguado lo tiró al suelo en el quite. Pese a las disculpas, a ARR aquello no le hizo ni puñetera gracia. Fue devuelto ese toro tras perder de nuevo las manos en el primer par.
El sobrero, montado y feo, manseó en varas a la usanza de los dos primeros. O más. Pero como Roca Rey está en un momento que le sirve casi todo, lo toreó a su altura en las primeras series, sin el más mínimo toque ni violencia, con la panza de la muleta. Al natural y de uno en uno, lo obligó a romper hacia adelante y ya en el final del trasteo, más metido con él y entre los pitones, lo apretó por abajo para acabar sacándole un fondo que nunca pareció tener. La plaza, loca. Y la estocada, pelín caída pero fulminante. Dos orejas.