Un fiasco de corrida de Juan Pedro Domecq frustró la apertura de la temporada en la Maestranza, apenas maquillada por una templada faena de Morante y por pinceladas con el capote del propio Morante, y de Juan Ortega y Pablo Aguado. La buena noticia es que a Juan Pedro ya «sólo» le quedan doce toros por lidiar. Y que, parafraseando a cualquier taurino de turno, los buenos estarán en el campo.
La clave está en señalar al responsable de tamaño desfase, justo el que va desde la posición privilegiada de Juan Pedro Domecq en los carteles de Sevilla hasta sus contadísimos méritos recientes. Casi el menos culpable sea el ganadero, si bien éste podría decir que no de vez en cuando: con una corrida en vez de tres, tendría más donde elegir y el público, menos donde cabrearse.
Luego está la empresa y los toreros. ¿De verdad no hay otra alternativa a este triplete injustificado? ¿Es de recibo una decepción tras otra a cargo del bolsillo del cliente? ¿Hasta qué límites hay que llegar para comprender, de una puñetera vez, que la ganadería de Juan Pedro Domecq no está en un buen momento, y que patina especialmente en las plazas de primera categoría por el volumen del toro y la exigencia de los dos puyazos?
Enumeradas estas obviedades, y sin embargo con urgencia por reseñarlas, el análisis de la tarde se queda en una faena de primor, templada y grácil, de Morante a su primero, al que acompañó a media altura sin hacerle daño. Los ayudados por alto, los redondos acompasados, unos naturales acariciantes, el molinete, el de la firma, el kikirikí… Todo medido y lento, y un pinchazo antes de la estocada. Recibió la única ovación de verdad de la tarde.
Y es que, tras la lidia y muerte del resto de reses las palmas sonaron poco y de compromiso. A saludar, señor Juan Ortega, le tiene que sacar a usted la gente rompiéndose las manos a aplaudir, en vez de salir al tercio por cuatro palmitas mal contadas, como si estuviésemos todavía sin picadores.
Aunque bien mirado, picar hubo que picar poco, y ni así hubo raza ni fuelle para llegar con ímpetu al último tercio. Antes, aprovechó Juan Ortega para desgranar sus lances de pureza y unas chicuelinas lentas, soberbias. Y Pablo Aguado, para replicar también por Chicuelo pero por otro palo, más sevillano y más pinturero. A su primer toro además se lo llevó pegándole lances hasta los medios, quizá en el momento más meritorio de la tarde. Y en el sexto toreó a la verónica otra vez muy bien, con hondura y sentimiento, y respondió con delantales juveniles a un Morante que había pegado verónica y media de clamor en su turno de quites.
Con la muleta, ni Aguado ni Ortega hicieron milagros, y mucho menos Morante con el de Virgen María, un sobrero que incluso empeoró a los titulares de Juan Pedro Domecq. Una ganadería, por cierto, de la que dijo Morante que le aburría mucho. No hace falta que lo jure…