Se acaba el año. Y, ¡menudo año! Hemos vivido, estamos viviendo, historia del mundo que creíamos conocer. Hemos podido comprobar que estábamos muy equivocados, sin duda alguna.
Muchos han dado un paso adelante, se han jugado el cuello por la fiesta, unos con más éxito que otros. Otros muchos han visto, nunca mejor dicho, los toros desde la barrera. Hemos perdido a almas muy grandes en esta guerra moderna, que nos miran felices desde arriba.
Los pitones siguen inmóviles, apuntan a nuestros ojos. Muchos han tenido un cruel e indigno fin en mataderos. El toro, nuestro rey, tratado como un número, con la muerte más industrial posible, casi terrorista, tiro en la nuca, y fuera.
Creo que sin quererlo, esta situación nos honra. Mientras los que se decían «amantes» de los animales se cruzaban de brazos mirando hacia otro lado, nosotros hemos dado la cara por ellos. A pesar de que se han perdido grandes cantidades de cabezas de ganado, hemos dejado en evidencia la necesariedad de la fiesta como único sustento de la joya de la naturaleza que es el toro de lidia. Este hambre, ha sido, sin duda, una victoria contra los que se quieren decir «enemigos» de la fiesta.
Terminaremos de vencer, por completo, si conseguimos que esta victoria lleve el nombre y apellidos de los que han estado en primera línea de batalla, partiéndose la cara por lo nuestro y por su pan. «Ya es hora» dirían las figuras de Goya. Pero si ni tan siquiera reyes, papas, guerras, ni ahora, una pandemia, ¿quién podrá con nosotros? Queda claro que si esto se termina, algún día, será porque nosotros mismos lo decidamos, y no porque quieran quitarnos lo que es nuestro desde fuera. Y no creo que, a pesar de mi juventud, ni yo ni mis hijos lleguen a ver ese panorama. Mientras tanto, a gozar de lo nuestro, que el telón ni siquiera está esbozado. Paz.