Castaño de capa, el fuerte tercero fue un manso de libro que salió enterándose, andando y midiendo a Roca Rey en el saludo para después pasar de un caballo a otro huidizo sin que nadie pudiera sujetarlo. Sorprendentemente lo devolvió el presidente. Salió en su lugar uno del mismo hierro que, tras hincar los pitones en la arena, se descoordinó y tuvo que ser devuelto también.
En su lugar salió un tris, alto y bastito de hechuras, cercano a los 600 kilos, acapachado y abriendo mucho la cara, que permitió un templado ramillete de verónicas a Roca Rey. Tuvo movilidad el toro en esos primeros tercios y la mantuvo en un volcánico inicio en los medios con cambiados por la espalda, que rubricó con el del desdén y el de pecho. Lo dejó más a su aire, el peruano en las tandas posteriores, pero el animal, lejos de romper en la muleta, fue un toro que, aunque se dejó, tuvo el poder justo. Puso todo lo que le faltaba Roca Rey que se incrustó entre los pitones para robarle los muletazos de uno en uno dejándose deslizar los pitones por los muslos. Apabullante. Lo mató de estocada algo trasera y paseó un trofeo.
Cerró plaza un astado más aparente por delante que el resto del encierro, algo acapachado, que resultó deslucido por sus irregulares embestidas y sin entrega. Roca Rey, que brindó a Victoria Federica, trató de poner en orden a su condición en un trasteo que comenzó por doblones. No hubo manera de corregir esos defectos, por lo que el peruano, impávido, optó por acortar las distancias y se metió entre los pitones. Sin enmendarse, pasó una y otra vez al toro por alto y con la derecha en un palmo de terreno. Ese final más hierático y una buena estocada pusieron la oreja en su mano para salir en hombros junto a Urdiales.