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El toreo despacioso de Juan Ortega se reivindica a las puertas de Madrid

Vídeo Pueblos del Toreo

 

Había ganas de ver a Juan Ortega este domingo en Valdemorillo. Comprobar de qué era capaz en su mano a mano con Diego Urdiales después de quedarse hace cuatro días fuera de los carteles de San Isidro. Y el sevillano se reivindicó. Abrió la Puerta Grande después de cortar sendas orejas al noble cuarto y a un sexto de buen fondo. Lo había bordado ya con el capote al segundo, del que pudo cortar otro trofeo de no ser por el acero. Después, tanto en el cuarto, con la diestra, como el sexto, con la zurda, toreó muy despacio. Con mucho temple, logrando esa compleja virtud de ralentizar las embestidas de ambos toros de una corrida desigual de José Vázquez en hechuras y en comportamiento. Porque tan bonancible fue ese cuarto como imposible el lote con el que pechó Urdiales: uno fue a mucho peor, el otro midió lo suyo, muy descompuesto y el último estuvo en las Antípodas de la casta. ¿Otra excelente noticia? Que se volvió a rozar el lleno.

Más amplio de cuna que el anterior y de morrillo ensortijado, el ensillado segundo fue un toro acapachado y bien presentado, que salió con pies de chiqueros. Lo aprovechó Juan Ortega en un brioso saludo a la verónica con la rodilla genuflexa. Lo remató con hasta tres medias, superiores. Aún mejor el quite por delantales, acompasados, una delicia. Se dejó en los primeros tercios el de José Vázquez y Ortega construyó después una faena con la premisa de la suavidad en los cites, sin prácticamente toques, echando los vuelos y cosiendo las embestidas. Muy centrado, armó una faena ligada y templada, llena de relajo y elegancia, frente a un animal manejable, al que faltó poder, pero que dejó estar. Los remates, llenos de gusto. Tenía el premio en su mano, pero la espada se le fue muy abajo y todo quedó en ovación desde el tercio.

Cerró plaza un astado acapachado, bajo y bien hecho, al que costaba irse de los vuelos de un Juan Ortega, que no se pudo estirar a la verónica. El sevillano apostó por el de José Vázquez que, tras unas tandas iniciales en las que reponía y parecía quedarse corto por el derecho, terminó sacando su buen fondo por el izquierdo. Ortega lo ayudó a romper y el animal fue agradecido regalándole una veintena de embestidas que permitieron dos series limpias, de muy buen trazo al natural. Sedosas. Toreo relajado y repleto de naturalidad. Se volcó sobre el morrillo, saliendo trompicado, pero con la tizona hundida hasta la empuñadura. Certero con el descabello, logró la oreja que le permitía salir en hombros.

Más lavado de cara y agradable por delante, el cuarto fue animal que salió algo frío de chiqueros, lo que impidió a Ortega estirarse con el percal. Marcó querencias en los primeros compases de su lidia. Sin embargo, cuando se quedó a solas con el sevillano, el animal derrochó nobleza y profundidad. Ortega, muy serio, trazó una faena monopolizada por el pitón derecho, en la que dejó muletazos de enorme expresión y hondura. Tandas y faena medida, repletas de toreo caro. Bellísimo el epílogo toreando a dos manos rodilla en tierra. Añejo. Pero el acero, Romo, dio al traste con su obra. El pinchazo hondo al segundo intento requirió del descabello. Pese a ello, se pidió y otorgó un trofeo.

Rompió plaza uno de José Vázquez, largo y algo cuestarriba, estrecho de sienes, que salió enterándose y con embestida algo dormida. Pese a ello, pudo dibujar alguna verónica templada suelta Diego Urdiales. Salió sin fijeza del peto y marcó querencias en banderillas. El de Arnedo comenzó el trasteo por bajo con enorme plasticidad. Sin embargo, tras una tanda de derechazos bien ligada -pese a la perenne falta de entrega del toro-, el animal se fue agriando cada vez más. Urdiales pidió a la música que parara, en vista de que se defendía mucho, derrotando con violencia. Lo probó por la izquierda y viendo que el animal no prosperaba, fue por el acero. Pinchazo y estocada casi entera que necesitaron de un golpe de cruceta.

Muy endeble, el tercero fue devuelto antes siquiera de pasar por el caballo y Urdiales optó por correr turno. Salió de chiqueros un astado fuerte y lleno, más serio, que adoleció de fijeza de salida. Urdiales lo terminó recogiendo en los medios sobre los pies. Con facultades. Muy suelto prosiguió tanto en el tercio de varas como en banderillas. Animal incierto, que midió lo suyo, defecto que acompañó de una embestida cada vez más descompuesta. Sin clase ni transmisión alguna, Urdiales le buscó las vueltas, pero en vista de que el trasteo no tomaba vuelo, optó por desistir, contrariado. La estocada quedó algo suelta y necesitó de un descabello.

En quinto lugar salió el primer sobrero, un astado serio y con cara que no permitió el lucimiento de Urdiales y pasó de puntillas en los primeros tercios. Se movió, pero le faltó casta al de José Vázquez, un animal deslucido y que nunca descolgó en la franela del riojano. Urdiales, pese a vérsele bastante incómodo todo el trasteo, trató de darle celo y ayudarle a romper en la muleta, pero el burel nunca tuvo transmisión en sus desrazadas embestidas. Lo ‘despenó’ de una estocada contraria.

 

RESEÑA

Plaza de toros de La Candelaria, en Valdemorillo (Madrid)España. Lleno aparente en los tendidos. Toros de José Vázquez, el quinto como sobrero tras correrse turno en el tercero. El 1º, sin entrega, se fue agriando en su embestida; el 2º, manejable; el 3º, incierto y midiendo, descompuesto; el 4º, noble y de humilladora embestida; el 5º, desrazado y sin entrega, carente de transmisión; y el 6º, de buen fondo, mejor por el pitón izquierdo.

Diego Urdiales (de sangre de toro y azabache), silencio, palmas y silencio.

Juan Ortega (de verde botella y plata), ovación con saludos, oreja y oreja.

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