Dos de Mayo. 1808. El pueblo, hermanado, quiere matar o morir. Quiere volar. Quiere Ser. Ríos de pólvora y sangre rebosan las calles de Madrid. La muerte ha venido a vernos. Pero es el principio del fin.
Estamos hartos de la muerte. Y nos hemos levantado hoy contra ella. No queremos morir matando, queremos vivir y dar vida. Mascarilla en boca y clavel en el pecho, Madrid vuelve a ser hoy la Madrid que murió por sí misma. Pero hoy viste galas. Porque es un día de fiesta. Castizo puro y duro. Y hay toros, por fin.
Gran ambiente en los tendidos. Llenazo según lo que las autoridades permiten, y gente joven a raudales, para que luego digan. Ternos camperos cubren las cicatrices y las almas de siete valientes, siete, que por mucho que de un festival se trate, están acartelados en Las Ventas del Espíritu Santo, a.k.a Las Ventas de Madrid, a.k.a la primera plaza del mundo. Como no podía ser de otra forma en un día como hoy, el Himno Nacional guardó filas por unos segundos más, hasta convertirse en palmas ardientes que recordaron a aquellas tardes de dolor, a las ocho de la tarde, a balcón lleno. Hay muchas ganas de toros.
El primero estaba destinado a la lidia para rejones. En singular, La Lidia. Porque está sobre la montura un tal Diego Ventura, 12 Puertas Grandes de la misma plaza que pisa. No le caben en la grupa. Toro negro de El Capea, en Murube en lo que es esta casa, brocho, algo cornicorto pero muy proporcionado. Salió algo frío, sin reaccionar hasta que Ventura le impuso el primer rejón de castigo a lomos de «Campina», en el sitio. Lo quiere llevar cerca, donde lo consigue despertar un poco más, arrancándole algunos galopes a pesar de su embestida ciertamente sosa y monótona. Propinó un segundo rejón de castigo antes de montar a «Fabuloso», para tomar los palos. Grandes banderillas al quiebro, ceñidísima la primera, llegando a tocar las patas del lusitano. Adornó con piruetas, y supo sacar de querencia al toro. Con «Lío», siguió ciñiéndose, incluso en la cercanía, dando luego paso a «Bronce», a quien le quitó el cabezal, para someter al burel antes de las banderillas cortas. Gran tercio de muerte que dejó en el rejón en todo lo alto. Dos orejas que llenaron el esportón del caballero y saciaron a los tendidos.
Era el turno de Enrique Ponce. Su toro, negro, de Juan Pedro Domecq, presentaba buenas hechuras. Lo recibió con verónicas, ante lo que se salía en ocasiones algo distraído. Empujó con la cara arriba en el caballo, y tras tomar el primer puyazo acusó notablemente su falta de fuerzas. Lo señaló el varilarguero en el segundo encuentro con el caballo, y volvió a caer. El tendido clama devolución, que vino tras caerse repetidamente en lo que fue un intento de tercio de banderillas.
Salió el segundo bis, del mismo hierro que el segundo. Más bajo que el anterior, armonioso, pero acusó desde el recibo falto de fuerzas. De ahí en adelante, tuvo un comportamiento muy similar al de su hermano, que hizo de notar antes, siendo rápidamente devuelto al no ser apto para la lidia.
Llegó a salir un tercer toro, negro también, para Enrique Ponce, en este caso el que estaba reseñado como sobrero, del hierro de El Capea. Muy parecido al lidiado a caballo. Tuvo una salida fría, suelta, sin prestar mucha atención a los engaños. Comenzó el diestro valenciano a someterlo camino del caballo, donde empujó a pesar de no sobrarle fuerzas. No fue muy bien picado, sangrando por consecuente en exceso, por lo que la lidia fue de manos altas. Buenos pares de banderillas, tras los cuales Ponce se dispuso a coger la muleta. Inició mezclando pases genuflexos con otros por arriba. Se tropezaba el toro. Tuvo mejores embestidas por el pitón izquierdo, dejando el de Chiva detalles torerísimos. Supo en todo momento que al animal no se le podía exigir, por lo que le hizo una faena a media altura en su mayoría. Consiguió alcanzar las cotas más altas en la faena en las series más próximas al final, con trincherazos sabrosos, colocándolo luego con elegancia para la suerte suprema. Pinchó para luego poner un pinchazo hondo, bajo, que hizo muerte sin necesidad de descabellar. División de opiniones en los tendidos, con pitos y palmas. Posterior silencio.
El tercero de la tarde, era del color de la noche, (si se me permite denominarlo como tal), salpicado, bragado, «Picante», n°199 de nombre. Portaba el hierro de Garcigrande, para Julián López «El Juli». Burel fino, con buen cuello. Algo suelto, lo encontró El Juli en una gran media. Lo lleva al caballo donde el toro tomó un buen primer castigo. El diestro madrileño le dio el aire que necesitaba, regalando a posteriori un ramillete de verónicas de quilates, donde lució al toro, desplazándolo. Señaló en el segundo el del castoreño. Tuvo arte el pareo y la brega. Brindó a Pedro, un valiente, un torero, que lidia cada día con la mala bestia que es el cáncer, peor que cualquier otra alimaña. Ojalá que sueñe, y que algún día todo esto acabe con Pedro a hombros de la vida, de su vida. A todo esto, Las Ventas en pie. Recibió rodilla en tierra, navegando en las embestidas del de Garcigrande. Lo buscó tras el inicio en las distancias, dándole ese aire que tanto agradecía. Encajado, sintiéndose, despacio, lo llevó cosido. Un toro bravo, que exigía manejar los tiempos. Tenía el reloj en el bolsillo. Estuvo en todo momento con él, con una delicadeza dominante. Se hizo uno con el toro, tragándole si se paraba, pudiéndole porque puede. Puso a la plaza, ¡hasta al siete!, de pie. Rubricó su obra con una estocada entera, algo trasera pero efectiva. Dos orejas de un bravo toro de Garcigrande, al que el público aplaudió en el arrastre.
El que hacía de cuarto era del hierro de Toros de Cortés, filial de Victoriano del Río. De nombre Jabaleño, n°162. Toro negro mulato y listón, muy serio y hondo, para José María Manzanares. Su capote lo recibió, ante el cual mostró poca fijeza en inicios. No obstante, lo colocó con habilidad en suerte para Paco María, quien le puso un grandísimo primer puyazo, aguantando los riñones poderosos del animal, que llegó a levantar las manos del caballo del picar. Tomó un segundo, señalado. Muestra otras aptitudes ahora el toro, siendo pronto y con recorrido humillado en las telas. Buenos palos, y no brinda el diestro alicantino. El franciscano metió caña desde el principio, expresándose como bravo que era, pero difícil de someter. Le costó a un voluntarioso Manzanares. La embestida del toro, algo rebrincada quizás, tuvo un picante de gran motor y emoción. Trabajó la faena a pesar de las exigencias de un muy buen toro. Tras una estocada un poco tendida vendió cara su muerte, que fue como su lucha, brava. Oreja. El astado fue ovacionado en el arrastre.
Para Miguel Ángel Perera era el toro de Fuente Ymbro, en quinto lugar. De pelo negro, bragado y meano, y hechuras hondas, gruesas pero musculadas. Dispar en el recibo, empujó cabeceando en el peto, tomando dos puyazos, sin sangrar en exceso. Lo quitó por chicuelinas, a las cuales el toro acudía largo a pesar de salir suelto a veces. Tras un buen tercio de banderillas, brindis al público. Vino a luchar el matador extremeño, que quiso recibir al animal de rodillas desde los medios, aprovechando la prontitud del desde la distancia, y su fijeza en el engaño una vez arrancada la embestida. Quebró por atrás al llegar con la muleta, ceñidísimamente. Siguió viniendo de largo el astado, respondiendo notablemente ante las distancias y la humillación que le exigía la muleta de Perera. No obstante, se apagó el toro, perdiendo en la transmisión que tuvo al principio. Lo buscó el coleta desde cerca en el final, para luego matar con una estocada algo atravesada, que terminó por escupir. Sonó un aviso antes de que el de Fuente Ymbro muriese. Oreja.
Trapío tenía también el sexto de la tarde, de Vegahermosa, segundo hierro de Jandilla. Mulato y listón, para Paco Ureña. Fue suelto en el recibo capotero, complicando su colocación en el caballo. Metió bien la cara en el peto, empujando de riñones y encelado en las dos varas que peleó. Tras el quite por verónicas, no cambió en exceso su condición de poco fijo, y esto hizo más difícil su lidia y brega. Tras brindar al cielo, brindó Ureña al público de Madrid, que tanta admiración le profesa. Comenzó rodilla en tierra, saliéndose el morlaco, pero volviendo de largo. Respondía mejor fuera de la segunda raya, donde consiguió fijar y someter algo más al toro. Sin embargo, sacaba la cara en ocasiones, desentendiéndose de los muletazos del murciano, lo que complicó la transmisión. Expuso Ureña, entregando su cuerpo al animal, parado y seco, al que arrancó muletazos cargando la suerte, sin achantar las femorales. No quiso el toro, y pinchó en dos ocasiones el de Lorca, sellando finalmente la labor con una media lagartijera honda, que hizo rodar rápidamente al cornúpeta. Palmas.
Restante, un utrero largo de El Parralejo aguardaba en corrales para ser lidiado en último lugar por Guillermo García, con tan sólo 19 abriles, alumno de la Escuela Taurina José Cubero “Yiyo” de Madrid. Si a uno, cuando se enamora, le revolotean mariposas en la barriga, sus entrañas hoy son la Primavera de Vivaldi. Y se le ve que tiene hambre. El novillo reseñado a su nombre es un tío, casi cuatreño, con buena badana y carnes, fuerte. Lo recibió con largas cambiadas de una en una, y verónicas y dos medias que le dieron una buena idea de cómo Madrid canta un ole. Lo colocó en suerte para las varas con un muy buen gusto y técnica en las dos ocasiones en las que lo hizo, donde el utrero se empleó con los riñones. Entre puyazos, realizó Guillermo García un vistoso quite por gaoneras que sirvió para parar a la res. Resolutivos fueron los pares que se dejó poner. Brindó, como si de un sueño se tratase, a un cartelazo viviente de toreros, en una mezcla entre cariño, emoción y admiración emotiva como pocas. Alivió las acometidas del animal en los inicios de la faena, en los que embistió repitiendo, con buena condición. El novillo quería fiesta, y la encontró en la muleta de García, que le citaba desde lejos, adonde acudía. Pulseó bien el devenir de los pitones, y la plaza se volcó con él. Quiso Guillermo García llevarlo largo en todo momento, y supo cumplir con creces con la ligazón y colocación que el del Parralejo le pedía. No perdonó éste en varias ocasiones, en las que le revolcó sin hacer sangre. Siguió con el astado hasta el final, con actitud y una soberbia elegancia, una presencia muy del gusto de la afición venteña, que, tras pinchar en una ocasión y una estocada algo caída que sirvió, le otorgó una oreja merecidísima, que le costará olvidar.
Tarde completa, diversa, caracterizada por la amplitud de comportamiento de las reses, destacando notablemente los toros “Jabaleño”, nº165 de Toros de Cortés, “Belicioso”, nº53 de Fuente Ymbro y “Picante” de Garcigrande, nº199. Gran organización y seriedad. Por fin pudimos disfrutar de una tarde de toros en la plaza que más se espera y desea ver un pitón siempre, y más aún tras esta pandemia, que ha dejado huérfanos a los tendidos desde el 13 de octubre de 2019 hasta hoy. Gran gesto la amplia cobertura del festejo por parte de los medios, lo que se ha traducido en la relevancia que este evento merece. Dispuestos los toreros, ninguno se quiso dejar nada en casa, a pesar de tener unos más suerte que otros con sus respectivos toros. Se llevaron la tarde Ventura y El Juli, destacando notablemente José María Manzanares, Perera y Guillermo García, que tocaron pelo igualmente. No tuvieron igual deparar Ponce y Ureña, que se fueron de vacío.
No sé a ustedes, pero a mí me llena de ilusión y esperanza el haber podido presenciar a través de una pantalla, cómo 6000 personas (máximo permitido por el maldito virus) se han dado cita y han disfrutado en ese Templo de ladrillo que es la Plaza de Toros de las Ventas. El caso es que se ha terminado hablando de toros y de toreros, y no de política y políticos, como acostumbramos a hacer, por desgracia, casi siempre en nuestro país. Hoy ha ganado la Fiesta. Y me voy contento a la cama, exigiendo y deseando que este sea realmente el pistoletazo de salida para la organización de festejos tanto en las demás plazas de primera categoría como en todas las demás que se sigan animando. Porque se ha demostrado con creces que es posible. Y diría:
Como fue la sangre a la piel
Es hoy la cal a la arena,
Las gradas de piedra están llenas
Y huele en ellas a clavel,
Pitones cortando los vientos,
Clarines diciendo que llega,
Que vuelven, ¿Que vienen bureles?
Vendrán, está la Luna llena.
Incidencias: Al finalizar el paseíllo, sonó el Himno Nacional. Enrique Ponce lidió a un animal de El Capea, tras devolverle dos toros de Juan Pedro.