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Transgresión taurina en el Pompidou

Desde hace diecisiete años el Centro Pompidou de París organiza unos encuentros culturales “Hors pistes” (“Fuera de pistas”) en los que se dan cita nombres ilustres de la cultura y de la creación artística y en los que participa habitualmente el cineasta catalán Albert Serra ( de Banyoles, como el también cinesta Isaki Lacuesta o Salvador Boix, músico, escritor y apoderado de José Tomás). Serra fue el protagonista absoluto en la edición de 2013 en la que se proyectó toda su filmografía y como maestro de ceremonias de un debate sobre la estética de la corridas de toros, compartido con Miquel BarcelóFrancis Wolff y Luis Francisco Esplá.

Serra es la quintaesencia del cine de autor y él mismo se considera “el único que hace cine de autor, bueno y honesto, en España”.

También es un provocador, entendido este como aquel que pone en cuestión el comportamiento, la norma, oficial. No sólo lo pone en cuestión, lo pone patas arriba. Tanto, que aborrece de los actores -y actrices, claro- profesionales y, salvo limitadísimas excepciones- caso de Jean Pierre Leaud en “La muerte de Luis XIV”- no se sirve de ellos en sus películas, muchas de ellas auténticas performances. En esa provocación, también los toros. Serra ha ido a los toros desde pequeño, tanto a La Monumental de Barcelona como a las plazas del sureste francés, tan cercanas a su lugar de nacimiento, allá en el Alto Ampurdán donde sopla la tramontana, que marca- dicen- el carácter de sus gentes. Ahí está Dalí para confirmarlo.

Serra hace algo más de una década participó en un Congreso taurino en La Maestranza donde apostó por una regeneración del espectáculo a partir de la recuperación de un cierto salvajismo porque- defendía en una entrevista que mantuvimos para La Vanguardia a finales de 2020-: “Esa es la esencia y, parodójicamente y en contra del discurso social y político así no se extinguiría”. Y en ese compromiso sigue, ahora inmerso en el rodaje de lo que, también en sus palabras en la citada entrevista “será la mejor película de toros que jamás se ha hecho”. En ella aborda el sufrimiento del torero, no del toro, como mandarían los cánones del buenismo imperante.

Un sufrimiento que está muy presente en la peripecia creativa, tanto literaria como escénica, de Angélica Liddell.

Liddell ¡oh casualidad!, nació- como Dalí- en Figueres, capital de la comarca del Alto Ampurdán, a 30 kms de Banyoles, a 20 km de la frontera francesa. Sigue soplando el viento de tramontana…

Angélica Liddell ( que en 2019 renunció al Premi Nacional de Cultura que le concedió la Generalitat, gesto torero en protesta por su veto de una década en los escenarios barceloneses ) presentó el verano pasado en el Festival de Aviñón y también en el Grec de Barcelona, con lleno absoluto y triunfo apoteósico en las dos ciudades, “Liebestod. El olor a sangre no se me quita de los ojos. Juan Belmonte” .

Traducido, “Liebestod” es “muerte de amor” y es la representación teatral de un breve texto- 40 páginas- de Liddell, que conforma el primer capítulo de los tres en que se divide su también pequeño libro- en formato y extensión- y que está dedicado a Rafael de Paula. Un librito cuyo título nos evoca a Juan Belmonte (la autora explica que se inspiró en el libro de Chaves Nogales) centro del relato: “Solo te hace falta morir en la plaza”. Por cierto, El Mundo llevó a sus páginas hace unos meses, con la firma de Antonio Lucas y documento gráfico de José Aymá, un maravilloso encuentro en Jerez de la Frontera entre Paula y Liddell.

En la pieza teatral- con un inerte y enorme toro en el escenario- Liddell se sumerge, con el trasfondo del aria final de “Tristán e Isolda”, en las emociones más auténticas y primarias, aquellas que la tauromaquia desvela como ninguna de las artes y de ahí la fuerza de la figura del Pasmo de Triana, torero trágico y espiritual por antonomasia. Liddell acaricia al toro o se cuelga de sus astas, mientras suenan sevillanas, recita frases de Cioran, grita una letanía de injurias, se inmola, y acaba vestida con traje de luces a los acordes de un pasodoble.

Ahora, hace unos días, Albert Serra se ha llevado a Angélica Liddell al “Hors
pistes” del Pompidou. Uno y otra comparten, además de paisanaje y la fobia
antes citada, el espíritu transgresor, y han mantenido un mano a mano -corps à
corps, se anunciaba- que se puede ver al completo en youtube.

Entre otras muchas cosas Liddell, que reconoció la relación de frustración que siente en el teatro con respecto a la tauromaquia y que la lleva a sentir envidia del torero, dijo: “No me interesan los debates morales, de verdad que no es provocación, me interesa el espectáculo de los toros por lo que tiene de inmoral, precisamente, como decía Bergamín, lo inmoral educa”.

Hablaron Serra y Liddell de toros, de vida, de muerte, de violencia, de belleza, de arte, de teatro…de Belmonte, de Bergamín.

Lo hicieron en libertad. Sucedió en París.

Albert Serra

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