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Toros de Gerardo Ortega, un bravo ejercicio de resistencia

Los cerrados de las vacas lucen esplendorosos en las fincas Los Llanos y Vallebarco, sierra de Huelva, predios de Gerardo Ortega. Una explosión de color en plena paridera en la que se hace muy complicado atisbar un becerro completamente negro. Como si la sequía no fuera con ellos. Pero sí. Nadie escapa a uno de los años con menos agua que se recuerdan y es la calidad de esta dehesa la que engaña al visitante. “Lo ves todo muy verde, pero le falta mucho. Aquí siempre hemos contado con la ayuda de la finca pero este año es de los peores que hemos vivido”, afirma Gerardo Ortega, tercera generación familiar al frente de la vacada y que este año cumple nada más y nada menos que treinta años como representante de la misma.

La camada de saca es un espectáculo. Veinticinco toros de los que más de la mitad servirían para plaza de primera. Lucen cuajo y remate para ser embarcados mañana mismo la mayoría de ellos. No hay más secreto que la cartera para afrontar una subida brutal de los piensos que cada día ahoga más a los ganaderos. “No queda otra, los toros tienen que estar puestos si los quieres vender. Al margen de eso, yo antes me quito de comer solomillo a que a mi ganado le falte la comida”, manifiesta Ortega, antes de puntualizar que los dos años de pandemia han sido una de las pruebas más exigentes que ha tenido que afrontar en su ya larga trayectoria.

Va ya para una década la que Gerardo Ortega vive en la soledad del campo en Santa Olalla del Cala. Alejado totalmente de la familia, el ruido y la contaminación. Pero no reniega. “Aquí es donde soy feliz, con tener la candela de la chimenea, tabaco y la nevera llena es más que suficiente. Bajo a Sevilla un par de días y no me encuentro, busco la querencia y me vuelvo con mis toros. Esta es mi vida, mi trabajo y mi pasión y así será mientras las fuerzas y el espíritu no me abandonen”.

Gerardo Ortega cría el que seguramente sea el toro más fino de tipo de la historia de su casa. Una alquimia Domecq (vía Algarra) con un goterón de Guateles que ha moldeado de manera muy particular para conseguir un animal bello y con trapío. Apenas se atisban ya los esqueletos y tipos más aparatosos y la amplitud de cunas de lo del Marqués. Los cría para quien los quiera, por cierto. Aunque no figure en los carteles de las plazas, él nunca se fue del toreo. Las empresas comenzaron a pagar las corridas por debajo prácticamente de los costes de producción y Gerardo dio un paso al lado. “Yo sé lo que es estar en las ferias. Aquí ha habido temporadas en las que se han embarcado cinco corridas de toros para plazas de primera. También sé lo que estar alejado de ellas. Pero no me resigno”, afirma Ortega, quien se viene arriba en ese sentido y anuncia que para 2023 seguramente lidiará dos o tres novilladas. “Creo que es el momento, la pandemia ha hecho mucho daño y los ganaderos que hemos resistido comenzaremos a ver los frutos a partir de la temporada que viene por la gran cantidad de machos que se han dejado de herrar. Voy a dejar un par de novilladas o tres sin picadores, creo que el punto de la ganadería es excepcional, se ve en los tentaderos. Aquí estarán para quien quiera comprarlas”.

Volviendo a los cerrados de los toros, el cuidado vídeo de Alberto Llanes da fe de lo espectacular de una camada que ya está vendida en un setenta por ciento. La seriedad de un número 39, siempre atento a todo aquello que se mueve, contrasta con la perfección de hechuras y nobleza de un número 2 que es un auténtico dije. Las calles, el asidero y sostén de la ganadería desde el año 2015, han vuelto a demostrar su confianza en uno de los hierros más demandados y que goza de mayor ambiente en los festejos populares. ¿La clave?, la explica el propio ganadero de manera cristalina: “vienen porque se sienten respetados. Una peña se lleva un toro de casa y sabe que se está llevando un toro íntegro, bien comido y que no ha sido toreado nunca. En la calle la gente se juega el dinero de su propio bolsillo y solo piden a cambio el mismo respeto que profesan ellos. Eso, unido a que me han embestido unos pocos todos estos años en sitios importantes, creo que son los pilares del éxito”.

Los festejos populares, especialmente los bous al carrer de la Comunidad Valenciana, mantuvieron a la vacada onubense cuando más lo necesitaba. Por ello, Gerardo Ortega siempre les estará agradecido. “La Tauromaquia es del pueblo y esto donde mayor reflejo tiene es en las calles. Da igual que un pueblo manden los de un lado o de otro, da igual que los peñistas voten a éste o a aquél. Sale el toro y están todos de acuerdo. Es la mayor expresión de que no pertenecemos a una ideología u otra, un ejemplo de cara a toda la clase política que nos señala y ningunea. Yo solo puedo darles las gracias por confiar en esta casa y manifestarles que será también la suya mientras ellos quieran, independientemente de que comience a lidiar en la plaza”.

El ejercicio de resistencia ha sido encomiable y es hora de recoger los frutos de una simiente variada sembrada los últimos años: paciencia, esfuerzo y afición. Mucha afición. Gerardo Ortega enciende el penúltimo Marlboro del día. Nos despide con una sonrisa y un “con Dios”. La nevera está llena, hay leña para la candela y sus toros reburdean sanos y rematados al otro lado de la cancela. Es todo lo que pide para seguir al pie del cañón treinta años más.

 

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