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Sevilla, vuelve a nosotros

Morante, Roca Rey y Aguado dejan retales ante un flojo encierro de Victoriano del Río en una tarde de “no hay billetes”

Sevilla de mis amores. Moriría yo si no pudiera vislumbrarte en tus colores. Qué pena que haya pasado tanto tiempo, que parezca que se les ha olvidado tu silencio. Bendito silencio. Brilló hoy por su ausencia. Ahora, ya callado mi aire, me siento más contigo que cuando me posé en tu piedra para volver a volver. Qué grande volver a verte, aunque a veces no se calle la tarde por ti. Ruidos no te abarcan, no te menguan, para quienes somos tus hijos. No te me vuelvas a ir de la vera. Que me dueles si duermes.

El naranja albero volvió a ver pitón, y menudo. Negro era el de Don Victoriano del Río, bajo, astifino y serio dentro de lo recogido. Bello de estampa. Morante quiso hablarle de Sevilla, su piedra ardiente estaba con el ole en la boca. Le faltó un tranco de más, no terminaba capotazo. Sin embargo no fue excusa para que el capote del cigarrero le temblase alguna de sus pinturas. Escaso de fuerzas iba el burel, que nada más salir de la esclavina perdió las manos. Al caballo fue nada más lo vio, sin ser muy brava su actitud que digamos. Un puyazo medio que lo rehuyó y el otro lo tomó con excesiva discrección. En banderillas se recreó algo más en sus mansedumbres, que sin llegar a ser plenas hacían mella en la lidia. Aun teniendo que salir a buscarlo, lucidos estuvieron los hombres del de La Puebla. Llegó la muleta. Maldito el déja vu. Se me viene el Puerto a la cabeza, y no por los calores, que hoy son más prominentes. Qué te gusta, Morante. Auténtico discípulo de Cristo, capaz de rehuirlo un día para morir otro por él. Menos mal que esto no es todo. Tres o cuatro lances fueron para él suficientes, cuadrándolo y matándolo con el estoque que desde el principio portaba. Lo pinchó hasta tres veces para ponerle por fin una media que hizo muerte. Pitos al torero y al toro.

Más bajo era el segundo de la divisa madrileña, igualmente agudo y armado de cuerna, negro como su hermano. Se moría de ganas Sevilla, y el primer toro no era como para contarlo. Bien lo recibió Roca Rey de capote, abierto de compás y encajado de riñones, silbándole verónicas, rematando con una volandera media. En el caballo pudo ir dolido por momentos, pero se resarció debidamente, empujando desde abajo. Lo vinieron arriba en banderillas, sentándole grandes pares, especialmente Juan José Domínguez, que tras poner cuatro rehiletes saludó una sonora ovación. El toro estaba a punto de caramelo, habiéndose dejado ver en palos, acudiendo pronto y galopante, a ritmos de compás. Partió a embestir en la muleta del peruano desde el principio, que lo quiso llevar largo y por abajo. El burel le embistió tres series que fueron de libro por su parte, y llegaba a los tendidos, que estaban hambrientos. La labor de Roca Rey tuvo pasajes de lucidez, sin embargo, a pesar de circulares invertidos y demás etcéteras, algo tuvo que pasar, pues la faena no terminaba de coger el vuelo que auguraba el de los marfiles, que en ocasiones acusaba con caídas la mano baja casi por sistema. Cuando comenzó a rebajar aquello, tiró el peruano de arrimón, gustando en la piedra. No honró con su planteamiento de faena completamente al animal que tenía delante, que tenía las llaves de dos cortijos colgando de las orejas. Con el acero, pinchó primero, y puso una buena estocada después. El público le otorgó una generosa oreja.

Calaba la sangre el tercero de la tarde, sardo, más alto, que más que dos velas tenía dos ciriales. Tenía una marcha más que sus hermanos de salida, y entró rebosante al capote de Aguado, que lo esperaba como los campos en verano esperan a la lluvia. Se empleaba y era fijo, sin ser tampoco una tormenta que digamos, pero pareciendo que ahí había toro. Camino al caballo se caía, y al querer colocarlo Aguado no tuvo más que desplomarse estruendosamente. Desastre. Se le picó nada y menos, total, allí quedaba casi nada incluso antes de la puya. En banderillas, Iván García se hizo con las arenas, poniendo dos pares que vibraron con fuerza, obligándole el público a desmonterarse. Flojito llegaba a la muleta de Aguado, que no iba falto de ganas al menos. A media altura dejó muletazos sueltos, aquilatados, pero sin poder llegar a compensar las nubes de la invalidez que vivía dentro de aquella pintura con pitones. Tuvo que abreviar el hispalense, poniendo un pinchazo y una estocada que pasaportó sin tardanza. Palmas.

Desde luego que iba bien presentado el cuarto, estrecho de sienes pero descarado de pitones, negro de capa. Le bailó con el capote en las manos Morante, pero sin llegar a dejar huella en lo que es verdaderamente. Le costaba entrar por el pitón izquierdo, así como al cigarrero tragarlo por ahí. Media de quilates, y chimpón. Entró perdiendo las manos al caballo, pero le dio vuelta a la tortilla sin tardanza, recomponiéndose para empujar. Fue recortón en palos, poniendo dificultades para los de plata y azabache. Morante, para comenzar a relatar, quiso sacarlo a los medios para empezarle faena, pues el franciscano se aquerenciaba fácilmente. En los mismos medios le contó la antítesis a todo lo que los tendidos le habían injuriado en el toro anterior. Morante es blanco o negro, los grises para los bajos de los burladeros de Las Ventas. A pies juntos y pañosa en mano, brilló como sólo él sabe hacerlo, y menuda formó. Serie sí y serie también. Fue una de esas faenas de mordisquito, más que de atracón. Sació únicamente a los paladares entendidos, pero puso el aplauso en todas la manos allí presentes. No obstante, el toro barrió para casa, dejándole Morante que se fuera dirigiendo cada vez más hacia la querencia, apagándose a cada poco la lumbre. Cuando se vio pegado a tablas, le dejó tres o cuatro carteles de toros y se fue. No remató con la espada, pinchando y poniendo una tendida, entre lo que le sonó un aviso. Le sirvió, saludando una fuerte ovación.

Carivacado era el quinto de la tarde, también muy fino de espadas. Algo lo violentó Roca Rey en su capote, a pesar de que repetía, pegándole varios trapazos que no hicieron mejor su condición. Al menos estructuró. Se picó más bien discreto, el del hierro de la “Y” iba algo justo de fuerzas. Tras salir el del castoreño, Aguado estaba en suerte, yéndose a buscar al animal con el capote en la mano. Soñaron los Cielos con Chicuelo, haciendo subir el sevillano el precio del pan a cada lance que pintó. Un “ahí lo llevas”, en toda regla. La plaza en pie. Replicó Roca Rey con un quite que no tuvo misma recepción, por gaoneras. La lidia fue de libro por parte de Juan José Domínguez, de morado y azabache, que bregó como mandan los cánones del arte de Cúchares. Fue fuertemente ovacionado, premiando también el conjunto de la tarde. Roca Rey tenía delante un animal que iba si se le pedía, con sus más y sus menos, pero con opciones. Se dejaba andar sin muchas complicaciones, la verdad. Tiró de recursos en su labor, tornándola algo hueca. No obstante, la gran mayoría del público, borracho de alberos (y de lo que no lo son) jaleó su hacer, que podría haber sido más ordenado y que careció de colocación, brillando quizás y solitariamente en la habilidad más que en el arte o la virtud en sí. Llegó la muerte, pinchando primero y poniendo otro agarrado, teniendo que tirar de descabello. Incomprensible petición de oreja del personal, que por obvias razones, fue inatendida por el presidente. Dio la vuelta al ruedo. Más indicado hubiera sido que la hubiera dado Juan José Domínguez, desde mi humilde opinión.

Chispeante salió con las luces ya encendidas el último, del hierro filial de Cortés. Quería morder el capote de Aguado, pareciendo que le quemasen las arenas las pezuñas al animal. A paso mudá, dígase presto, y por abajo, le mandó a embestir bravamente por verónicas, doblándose luego, y rematando con orfebrería levantó las palmas del público. Se castigó notablemente, casi en exceso, al toro en varas, peleando con honra en el peto el animal. En palos, la lidia fue excepcional a pesar de las espontáneas dificultades que planteaba el cornúpeta. Comenzó la muleta tras el brindis a los tendidos. El toro parecía que tenía más leña que todos sus hermanos anteriormente lidiados, embistiendo con ritmo y humillación, repitiendo y rebosándose en la muleta de Aguado. Dejó tres series que armaron jaleo pero sólo hacia adentro. Esto no es Sevilla, discúlpenme. De haberlo sido, hubiera sonado Tejera y los “oles” hubieran saltado al vuelo. Se ve que no está hecha la miel para la boca del asno. Afortunadamente, esto no es Sevilla. Pero también por desgracia. Me apena ver a la Maestranza llena de gentes que no la honran. Y no lo digo por esta faena únicamente, en la que tras esas tres series el toro se rajó sin más. Lo digo por el conjunto de la tarde, siendo para mí esta la gota que colmó el vaso. Se tuvo que ir Aguado a por la espada, con la que falló primero y puso un pinchazo hondo después. Decidió tomar el descabello, plantando tres intentos y haciéndose daño en la rodilla. Parecía que Morante iba a tener que darle muerte por él, pero Aguado tiró de vergüenza torera para rematarlo finalmente al siguiente intento. Se le premió con una ovación al caer el animal.

El encierro de Don Victoriano del Río salió muy bien presentado, marcando un buen listón para las corridas venideras. Sin embargo, salió muy flojo, sólo salvándose un buen segundo toro, de embestida acaramelada, pronto y templado en su acometer. Morante dejó una de cal y otra de arena, primeramente calentando los adentros del público para luego calentar las palmas del mismo. Roca Rey fue el único en tocar pelo, siendo la oreja que cortó generosa a más no poder si hablamos de Sevilla, que es una plaza de primera categoría. Tuvo el mejor lote, siendo los dos toros que le tocaron con opciones, no aprovechándolos suficientemente. Aguado fue quien tuvo peor suerte, mostrándose muy dispuesto, y dejando detalles de muleta y un gran quite al quinto toro de la tarde. El público se mostró carente de sevillanía. Por mucho “no hay billetes” que se colgase. No conoció el silencio salvo cuando tenían que haber sonado compases. No era Sevilla, lo dije y no lo pienso retirar. Para montar ese jaleo, hay mucha verbena por ahí. No ensucien a nuestra madre.

La primera de catorce, Dios quiera que no nos faltes como lo has hecho. Ansiamos tu sonreír, tanto que no hay quien nos sacie. Llegará el otoño y aquí seguiremos por ti. Vivimos de tu respirar, Sevilla. Abrázanos el alma, y no nos sueltes nunca. Verso:

Frente a las orillas
De tu bendita sangre mora,
Navegan las almas en albero,
Sin importar por momentos la hora.

RESEÑA

Sábado, 18 de septiembre de 2021. Plaza de Toros de la Real Maestranza de Caballería de Sevilla. Primera de abono de la Feria de San Miguel. 6 Toros 6, de D. Victoriano del Río y Toros de Cortés para Morante de la Puebla, de negro y oro con cabos rojos, pitos y ovación con saludos; Roca Rey, de gris perla y oro, oreja y vuelta al ruedo; Pablo Aguado, de negro y plata, palmas y ovación.

Incidencias: Se desmonteró Juan José Domínguez en ambos 2º y 5º toro tras bregarlos y parearlos. Iván García hizo lo propio tras realizar la misma labor en el 3º.

 

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