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Sevilla: un Escribano y un Campeador

El diestro de Gerena deja una tarde de completa entrega y corta dos orejas en la tarde en que reapareció Manuel Jesús “El Cid” que bordó el toreo con la izquierda y cortó una oreja, como Emilio de Justo.

Tras ver cómo estaba el patio, se fue Escribano a portagayola con el quinto. Ejecutó debidamente la suerte, incluso con un parón del gris por delante, para luego ejecutar un buen recibo a la verónica, conectando ambos sucesos uno tras otro con la piedra cubierta de Sevilla. Fue picado en excesiva cercanía el de Victorino en el primer puyazo, rectificando así la jurisdicción del segundo. De nuevo, Escribano llenó los tendidos de palmas en garapullos, con un par al cuarteo, otro en pie desde el estribo y otro sentado en el mismo sitio. Dicho esto, el de Gerena se dirigió a por su oponente. Genuflexo de primeras, se adivinó la escasísima fuerza que albergaba el animal en los comienzos.

Escribano no se turbó ante este percal, y en lo que quisimos darnos cuenta, partió a firmar muletazos de una despaciosidad que sobrepasó lo remarcable, embistiendo él, no este de Victorino, que se limitó a ser sometido y perder en numerosas ocasiones las manos. Situándose por encima de él, se labró el diestro una obra en la que puso la emoción que faltaba e imperó la suavidad de las gasas, tal y como el bovino pedía. Hizo al toro por completo a ojos del público, que no estaban más que delante de un animal vacío al que se inventaron sometedoras las manos que lo lidiaban, bajando la mano, pulseando cada centímetro. Mató como se debe y cayeron dos orejas que premiaron el conjunto de su tarde. Inmerecida vuelta al ruedo del cárdeno sin ser un mal toro, al que ya les expuse.

Amontonado, receloso, fue el embestir del segundo cárdeno de Victorino en el capote, con buen aire y correcto sin más de caja, al que Manuel Escribano lanceó pragmáticamente en el saludo. No fue lucido en el caballo, tras el cual cayó y se echó de forma muy blanda. Sin embargo, un punto lo vino arriba el de Gerena en sus rehiletes, que puso tres pares en los que acudió desde lejos para reunir parejo y clavar arriba con los morros oliéndole la panza. Turno de la franela. Escribano fue claro y conciso: si no había toro, él se lo inventaba. A un cárdeno que prefería buscar presa por la espalda mil veces antes que entregarse a la pelea, el diestro sevillano le anduvo en poderosa exposición, y compuso series únicamente con medias arrancadas como materia prima para su obra. El de Victorino lo buscó veinte veces y no logró cazarle, prestos los pies, a la altura el componer de la acción. Tras una labor sumamente meritoria, se tiró a matarlo pero se pasó de frenada y cayó el acero atrás, que sirvió. Los tendidos hicieron saludar a Escribano, muerto ya su oponente.

Cortito de fuerzas en el capote de El Cid, se mostró el cuarto que cruzó chiqueros. También de cara apuntando hacia arriba, más despegado del suelo que sus hermanos. Protestaron los tendidos en el caballo tras no prestarse el matador a ponerlo largo al picador aunque el animal lo pidiese, en lo que tomó dos puyazos al choque que no fueron ni lo más lucido ni lo más adecuado. Gran par, ciñéndose valiente, colocó “Lipi” en el tercio de palos. Llegó la franela.

El planteamiento de faena fue condicionado por la constante mantenida de la debilidad del animal, pero El Cid se situó por encima de ello para poner en alza el fondo de clase que albergaban sus embestidas. Compuso una obra con momentos exquisitos brindados por lances plenos en templanza, que buscaban exigir pero sostener al de los rizos, que fue agradecido en la medida de lo que le fue posible. Como no podía ser de otra manera, la labor del reaparecido caló consistentemente en los tendidos, que en base a la falta de broche del anterior episodio y una buena estocada que tumbó veloz al franciscano, le concedieron la oreja que antes hubiera cortado.

El toro de la reaparición era de puntas que miraban al cielo, y no tuvo caminos muy amplios en el capote de El Cid, que lo movió en vueltas cortas, ligándolo al menos. Escaso castigo en varas, muy medido, callada la pelea. En banderillas, relució la cuadrilla del de Salteras, más que correcta. Brindó al público el reencuentro. Los inicios sirvieron de comunicado de las intenciones de El Cid en esta nueva etapa: templar por encima de todo.

La suavidad imperó en esos primeros compases, donde ganó acción y trazó despaciosamente, ganándose al público apoyado en las embestidas que abrieron capítulo, largas, al relente, sobre todo por el pitón izquierdo. Aunque cerró un tanto la persiana, le sirvió al saltereño para reunir y estructurar, metiéndolo en sus líneas a pesar de la irregularidad de finales que acusaba. Medido en duración, lo apuró hasta el momento en el que pidió estoque. No pudo rematar tan lucidamente, pues dejó algo más de media estocada trasera que pidió descabellar, lo que le hizo perder el premio que tenía entre manos. Tras petición del personal, merecida vuelta al ruedo.

Salió el tercero, rematado de cara pero un punto escurrido, cárdeno también. Emilio De Justo no encontró poso en las embestidas para mecer la capa en el saludo, a lo que prosiguió un bastante escueto tercio de varas, más si cabe mirando por lo que se debe esperar de este hierro. Banderillas al asomo y un pequeño susto próximo a tablas hicieron previa a la muleta, que vino de la mano de un brindis del matador extremeño a Manuel Jesús ‘El Cid’. El andar de De Justo con este ejemplar cumplió con las exigencias que le planteó, pidiendo y dando por bajo, llevando hondo y componiendo tan estético como importante. A pesar de que hubo lagunas en la faena por no encontrar el de Torrejoncillo continuidad en los envites del burel, logró fraguar una faena con sentido y coherencia por bandera. Alguna embestida valiosa brindó el de los marfiles durante su discurrir en el redondel dorado. Tirándose con todo, colocó una estocada caída pero en ese “rincón” que dicen de Ordóñez, que poco tardó en morirle al de la “A” coronada. Algo generosa oreja le concedieron los tendidos en mayoría.

Notoriamente anovillado fue el último de la tarde, en cara tanto en caja como en consecuente en fuerzas. Lo notó De Justo en su capote, eso y la resaca de las previas dos orejas, por lo que no hubo mucho lucimiento. Así fue también en el caballo, donde al toro la puya quedó grande, venido un tanto abajo. En banderillas, brilló la eficiencia por encima de todo. Brindis al público de De Justo. Le esbozó una faena meritoria marcada por las numerosas pérdidas de manos del animal, a pesar de las cuales supo llegar al personal, sometiendo aun sin poder bajarle mucho la mano por su condición. La cosa fue de momentos, momentos que se emborronaron tras dos pinchazos y una estocada casi entera que tardó un tanto en hacer efecto. Ovación con saludos.

Tarde de toros cuanto menos entretenida, a plaza llena. A pesar de la caña que se le metió al encierro por las fotos del mismo en corrales, la realidad fue que, con la excepción del francamente mal presentado sexto, viéramos sobre el albero un encierro variado que posibilitó el espectáculo y el disfrutar en un ruedo en el que tanta falta hacía. Desde mi punto de vista, encierro más bien falto de pilas en líneas generales, con un fondo de clase destacable en 3º, 4º y sobre todo 5º, premiado con una vuelta al ruedo un tanto excesiva por la falta de caballo suficiente y su justísima fuerza, pero que permitió ver torear muy, muy despacio a Manuel Escribano, que le cortó las dos orejas que premiaron faena pero sobre todo una tarde completísima.

El Cid volvió para sorprender, infinitamente mejor de lo que se fue, y bordó el toreo a la zurda con una rotundidad que trajo a la memoria su época de mayor plenitud. De Justo, aunque lo intentó, no pudo terminar de redondear a un tercero con buenos matices, y a gran pesar de su hambre erró con la espada al que cerraba tarde, al que sembró momentos valiosos.

Para terminar, desde mis ojos, el punto a más destacar de toda la jornada fue el buen ambiente en los tendidos, que hizo sumo contraste con el vivido en la tarde de ayer. Dicho esto, qué mejor manera de empezar la Feria. Disfruten. Hasta mañana.

RESEÑA

hierro victorino martín

Plaza de toros de la Real Maestranza de Caballería, en SevillaEspaña. Cuarta de la Feria de Abril. Casi lleno. Toros de Victorino Martín, suelta de carnes, pero bien presentada, con la excepción del último, anovillado. Destacaron el 5º, premiado con la vuelta al ruedo; lleno de clase, pero de medido poder; el 3º, buen toro, no se vio en todo su esplendor por el vendaval y el 4º, toro con muchas teclas, pero agradecido. Una alimaña, el 2º. El resto, con poca fuerza.

El Cid (de tabaco y oro), vuelta al ruedo y oreja.

Manuel Escribano (de verde botella y azabache), ovación y dos orejas tras aviso.

Emilio de Justo (de rioja y azabache), oreja y ovación tras aviso.

Incidencias: Tras el paseíllo, fue obligado a saludar Manuel Jesús ‘El Cid‘ por su regreso a La Maestranza. En el cuarto, se desmonteró Lipi, en banderillas.

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