Tardes de expectación, tardes de decepción. No me atrevo a nombrarla plenamente como tal, pero… la espina se clava. Todo quien acudía hoy a los tendidos de La Maestranza oraba a Dios por un segundo baile de Morante. No tomó esos derroteros la tarde finalmente, no sé si en dos trofeos encontraremos consuelo a la expectativa perdida. Les cuento cómo fue la última de San Miguel.
Una voltereta a destiempo pegó el colorado tercero, la cual cortó el recibo capotero de Aguado. Capote le pudo dar en el tercio de varas, lances adelantalados de notable sabor. Sorpresa fue que el juampedro cumpliese decentemente en el caballo, siendo además aplaudido Juan Carlos Sánchez, quien lucía el castoreño. En banderillas no se terminaba de definir, pero se mantenía hecho, y sin importarle que cantase el gallo, lo fue componiendo Aguado, que se encontró con él en rotundidad más próximo a última instancia, sonando Tejera para hacerle compás a naturales a cámara lenta. Hasta las postrimerías le hizo faena al colorado, como Dios manda, variado el repertorio y justa la medida. Gustó y el toro se movió razonablemente. La espada cayó un tanto trasera y caída, sin embargo valió. Tras petición unánime, oreja a Aguado, y palmas en el arrastre al toro.
El segundo era negro de capa, mediano en todos sus aspectos físicos. Ginés Marín le dio buen capote, verónicas primero, lances al paso después para ponerlo al caballo, donde pasó casi de picotazo para encima perder las manos. Un mal ensueño de caídas en el quite por verónicas del extremeño precedió a un muy buen quite de Aguado por chicuelinas, ceñidas e importantes. Se recompuso para la muleta el burel, en donde se movió y se encontró con un Ginés solvente, capaz, y sobre todo, muy templado. En dos tandas, ya le estaba sonando la música. No fueron muchas más, pues optó por la calidad frente a la cantidad, basándose en la cadencia y la despaciosidad tanto en el cite, como en el trazo y el vuelo. Puso media estocada que rindió al animal sin tardanza, y cayó con él el primer trofeo de la tarde. Palmas para el toro en el arrastre.
Sin duda, el colorado que abrió tarde era el mejor presentado. Entre viento y toro, Morante no pudo hilar más que brega. Muy medido el castigo en el caballo, pues se caía el juampedro. Se le pidió pañuelo verde desde los tendidos, pero no se concedió ni tras caer entre trotes cochineros en banderillas. Solo un ole se pudo escuchar de muleta antes del declive total. Vacío absoluto lo que tuvo delante Morante, no tuvo ni medio telediario. Indignación en los tendidos. Enterró el acero algo bajo y atravesado. Descabelló y ahí quedó la cosa. Fuertes pitos al toro en el arrastre, silencio para el diestro.
Se le antojó salir suelto al cuarto, castaño él. Dos o tres lances clamó al cielo en verónicas, así como a posteriori entre puyazos, donde bajó Morante la mano lo nunca visto, acallando al viento y levantando oles. Cumplió el astado en el caballo así como la cuadrilla del cigarrero en banderillas, y la expectación no podía ser mayor. Estaba la plaza loca por ver a Morante. Y se desvaneció todo, de nuevo sin nada por delante. Morante tuvo que tomar el estoque, el cual hizo guardia estrepitosamente, sin opción a segunda entrada. Pitos al toro en el arrastre, y otro silencio para el de La Puebla.
Castaño era el quinto. Se movía de salida, y llegados a varas acudió discreto. Mejor anduvo en banderillas, a la altura los de plata con él. No les miento, partía con buen son el faenar, pero en escasos momentos se paró el del hierro de la “V”, y Ginés Marín no pecó de no intentarlo, sin encontrar calado para su mala fortuna. Silencio.
Discreto fue el saludo de Aguado al último de la tarde, negro de capa. Cada vez que acudió al peto, lo hizo al choque, intenso, así como lo fue el castigo. Pasó por banderillas algo falto de orden, y en esas comenzó el muleteo. No rompía el de los marfiles en absoluto, sólo presente sobre el albero dorado el carácter de Aguado, que no se fue sin probar fortuna. Se llevó un chasco. Mató de estocada algo tendida que hirió de muerte. Silencio, y leves pitos al toro en el arrastre.
Se marcha Sevilla. No nos dejaron los toros ver a Morante y esa es la espina que nos queda, por desgracia por encima de los trofeos cortados por Aguado y Ginés, que estuvieron por encima de lo que tuvieron delante. Y es que a veces el recuerdo perdura por encima de la realidad. Aunque la realidad es que no se nos pasa la resaca. De Morante, de Sevilla. De este Cielo. A falta del festival del 12 de octubre, se acaba la temporada taurina en nuestra ciudad. Esperaremos soñando de pie. Sean buenos.
Plaza de toros de la Real Maestranza de Caballería, en Sevilla. Última de la Feria de San Miguel. Casi lleno. Toros de Juan Pedro Domecq, discretamente presentados, faltos de fondo, casta y fuerza en líneas generales, con la excepción parcial de 2º y 3º, que ofrecieron opciones en un segundo plano.
Morante de la Puebla (de grana y oro), silencio en ambos.
Ginés Marín (de pizarra y oro), oreja y silencio.
Pablo Aguado (de sangre de toro y oro), oreja y silencio.
Se dormirá la Faraona
A su vera el Faraón
Que no es porque no te quiera
Pero hoy te digo adiós;
Toma tú mi alma en pena
Guárdala en algún cajón
Que se nos asoma el agua
Y se nos despide el Sol.
No me quiero morir
Aunque no recuerde cuna,
Y si lo tengo que hacer
Sea al menos cerca tuya;
En tu dorado y tu caldero
Tu Cielo azul como ninguno
Hasta tu rincón más oscuro
Está impregnado de Romero.
Adiós madre blanca y oro
Sé que pronto volverás
Mientras tanto sigue siendo
Guardiana de tu ciudad.
Buenas noches.