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Sentir

Emilo De Justo y Luis Bolívar embriagan al público de Cañaveralejo con toreo incorruptible, cortando cinco orejas y un rabo y cuatro orejas, respectivamente, a una espectacular corrida de D. Victorino Martín, en la que hasta cuatro toros fueron premiados con sendas vueltas al ruedo

¿Cómo es posible? No sé a ustedes, pero al menos a un servidor le obsesiona el pensar y saber que hay quienes son amos y señores del segundero en vida, además frente a la misma muerte. No cabe memoria en esos momentos, no existe droga ni experiencia que pueda sustituir al instante en el que el embroque flota, y parece que el mundo es de verdad de una vez por todas. Todo pasa, menos eso. Eso, por efímero al ojo que sea, perdura para los mismos restos. Inyecta las respuestas en el alma del ser humano, pero las hace inteligibles al mismo en el habla, difuminándolas en su adentro, siendo el ser incapaz de nombrarlas si no es con la muerte por delante. Sólo ante este instante, la guadaña reposa en el suelo y la parca se postra llorando. Y todo vuelve a existir.

De pieles cárdenas, marca de la casa, era el primer toro, de la última de abono, fino de hocico y de pitones, bien armados, fuerte de músculo y armonioso de caja. Con una larga cambiada de rodillas lo recibió Luis Bolívar. Templando y mandando, ganándole terreno hacia los medios, le sopló un ramillete de verónicas en el que temblaron los alambres de Cañaveralejo, despaciosas las manos, empleadas las embestidas del morlaco, que apuraba hasta el final del mismo vuelo de la bamba del capote. Apuntes del buen aire. Sin dejar de buscar el capote de Bolívar siguió andando por el redondel en el siguiente tercio, finalmente entrando colocado al caballo, donde tomó un solo puyazo, en el que acusó cierta falta de fuerzas a pesar de la intencionalidad peleona que reflejaba su carácter. Dos pares de banderillas le parecieron suficientes a la presidencia para cambiar de tercio, uno bien puesto y el otro no tanto, buena la brega. Empezaba junto a tablas, y tras el brindis al público, la faena de muleta. Bolívar, sabedor de la escasa fuerza del animal llegados a este punto, no se durmió para abandonarlo por los alberos, y le aliviaba así cada final de muletazo al toro, que quería y hacía, repitiendo y llegando a los tendidos. Lo toreó con el mismo temple y con una todavía mayor despaciosidad si cabe que con el capote, derramándose por la mano izquierda, por la que llovieron los mejores pasajes de la faena. El toro mantuvo la casta hasta el final, a pesar de que su fuerza se terminó por apagar así como su recorrido. Lo bueno, breve, dos veces bueno: ya se habían expresado (con gusto) ambos toro y torero. Y mató Luis Bolívar, un punto caída la estocada, pero fulminante. Cali quiso las dos orejas, así como la vuelta al ruedo para el toro, un tanto excesiva.

Este segundo era cárdeno oscuro, fino de puntas que miraban al cielo, de expresión discreta, pero seria e imponente. No quiso entrar en el capote de Emilio De Justo, que lo tentó por ambos pitones, sin querer el toro involucrarse en términos mayores. Tomó una vara solamente, no le pidió más el lidiador al varilarguero a raíz de estrepitosas caídas que el burel protagonizó. Asomó caos en el tercio de banderillas, era costoso para construirle el sesgo, ya que apuraba hasta el final para apretar a borbotones cuando se le acercaba cualquier hombre de plata. Mejor se le veía en el capote que le lidiaba, y más aún cuando se le hacía a contraquerencia. Tocaba faenar, no sin antes brindarle la muerte del toro a su mismo ganadero el matador extremeño. Tal y como acostumbra, genuflexo, echó De Justo a volarle al cornúpeta, que acometía como si la furia le condujese, una furia bella en la batalla, impasible el bando de las manos del torero. El toro se entregaba sin tapujos, honesto, exigente, hasta complicado. Se prometía un sendero arduo, el cual De Justo convirtió en agua que mana y corre en menos que canta un gallo. Pasó, a base de sutileza magnánima, de la gasolina, la sangre y el fuego, a la calma, el temple, la dulzura, ejerciendo un sometimiento total y absoluto sobre las orfebres embestidas del animal, que iba forjando anillos para las manos que le sabían hacer y vivir. Torear es lo que hizo De Justo, a pies juntos, muleta y pecho descubiertos, sin más orden que la vida y la muerte, ajeno a lo efímero, afín a lo eterno. Ea, ahí eso es ná. Como para no sonreírse. Sembró bibliotecas en el ruedo antes de tomar el estoque. Lo tomó, pinchó y mató un poco atrás pero arriba y atronante. Dos orejas, el toro era sin duda de una vuelta al ruedo que nunca llegó.

Cornicorto y algo grueso de astas era el tercero, de lámina añeja, hondo y cárdeno axiblanco. De tréboles iba la cosa en el capote de Luis Bolívar, que, de nuevo, se mostró tan lúcido como artista con el percal, reposado en el tiempo, desahogando la sombra. Firmeza, ganando terreno, haciendo al toro humillar, rompiéndose la camisa en cada media que le recitaba la capa al burel. De nuevo, Cali era un manicomio. De lejos acudía el animal, y viéndolo así su torero, lo quiso poner de largo al picador. Tanto fue así, que al fin pudimos ver un toro que cobrase sus dos entradas al caballo como corresponde, peleados ambos, de lejos, arrancado el toro con el mismo ímpetu que sangran las venas, con el corazón en la boca. Fue sin falta ovacionado Cayetano Romero, su picador. Exigió en el tercio de palos, a lo que los banderilleros estuvieron a la altura sin mayores aprietos. Muleta hecha cartucho, espada sobre ella y montera en mano, quiso ofrecer el sacrificio del franciscano a Alberto García, el empresario de Tauroemoción, en agradecimiento. A faenar. Pausando, como quien porta un control remoto, haciéndole barridos espaciales al albero en tanto que el burel se desvivía por embestirle, levitaba Luis Bolívar entre nubes de temple. Hallándose ahí, quedó muerto el tiempo, rugiendo Cali, viviendo la bravura de la pelea como si fuera la misma ciudad quien la acometía. Miren si es grande el toreo, que todo el pueblo se hizo una sola voz, vibrando en oles que elevarían seguramente a su torero al mismo Edén en alberos. Cali, Colombia, hacía filas con el grito por arma y el toreo por bandera, miren ustedes la coincidencia, bajo las órdenes de otro Bolívar, batallando este a pie, a capa y espada. Duró lo que quiso, hasta se le pidió el indulto al toro, un punto excesivo. Turno de la espada. Perfiló… y reventó. En el sitio, cuestión de segundos. Dos orejas al torero, héroe nacional, y vuelta al ruedo al toro, merecidísima.

Fino de cara y de marfiles, armoniosa la seriedad, era esplendorosa la lámina del cárdeno cuarto, que salió de un rebrinco a la arena de Cañaveralejo. Se quería comer la capa de Emilio De Justo, que tuvo que bregarlo de dentro hacia afuera, reduciendo y ordenando las grandes embestidas enceladas del torbellino gris que allí se arremolinaba. Partió plaza la media, para que entrasen los piqueros. Se desordenó aquello por momentos, ciertamente suelto el burel, hasta que se le consiguió colocar en la jurisdicción al del castoreño, que le puso solo un puyazo algo irregular en colocación y duración. En banderillas se hizo bien, y la lidia hizo posible un desarrollo adecuado de las virtudes del animal, que embestía largo, por abajo y por derecho. Brindaba Emilio De Justo al público. Menos mal que en Cali la resaca no existe. Porque si la faena anterior había hecho rugir a la ciudad, esta la iba a hacer arder. Se dispuso el torero a hacer sin límite, y menuda la que formó. La zurda de De Justo es tal y como fue y será siempre el verso de Lorca. Sangrante, trágico y a la vez luminoso en la verdad. El sueño ya no va porque el tiempo se ha muerto. Lo han matado, un poco después de las cinco de la tarde. El toro, por ese mismo pitón, escribía estrofas enteras, a pesar de que era más gazapón del derecho. La mano, baja. Nadie sabe qué sostenía el palillo en las manos del matador. Lo que allí se presenció fue el abandono completo y absoluto del ente físico. Y la ciudad, en llamas. No tuvo que explayarse frente al bravo cárdeno. No hacía falta nada más, como si sonaban tres avisos. Pero lo mató. Un poco trasera la espada, pero vaya si cayó. ¿Qué? Las dos y el rabo. Y otro toro de vuelta al ruedo. Éxtasis.

Cárdeno oscuro, delgadas e imponentes las serpientes, ensillada la efigie del quinto, largo. No tuvo igual suerte con el capote Luis Bolívar con este ejemplar, al que tuvo que limitarse a bregar, al menos garbosamente. Un puyazo se le dio, sin mayores andares, para pasar a un gran tercio de banderillas protagonizado por una remarcable labor de manos de Garrido del Puerto y James Prieto, que recibieron la ovación de Cali montera en mano. Igual que su contrincante en el cartel, Bolívar quiso brindarle faena a D. Victorino Martín, así como a la memoria de su padre, en agradecimiento por tanto que su casa le dio a su carrera. Se planteó la labor más complicada de toda la tarde, noche ya concordante entre los dos lados del charco. El toro embestía sin descolgar, no estaba el humillar entre sus pretensiones. Bolívar anduvo firme, con mérito, componiendo embravecido ante las agresivas vueltas que tenía el toro en su danzar. Lo intentó por ambos pitones, pero optó por abreviar lo adecuado, planteándose cada vez más complicado su trabajo. Tomó el acero, puso un caído metisaca de primeras, pinchando de segundas y matando finalmente de terceras, siendo ahí cuando cayó bajo una estocada en el sitio. Palmas.

Gallarda era la presencia del sexto y último, cárdeno, un punto zancudo y altivo de cuello, enmorrillado, serio y afilado de espadas. No tuvo capote, pegajoso y apretón se hizo ver bajo la esclavina de Emilio De Justo, que hacía por ganarle espacio camino a pararlo. Peleó fuertemente la vara que tomó, haciéndole al peto contra las tablas, empleándose aun sin bajar mucho la cara. Pragmática facilidad la de los hombres del extremeño en garapullos, y a por la pañosa. Había que atacar en toma y daca para someter al animal, guardando los espacios y tapando los huecos. En esas anduvo De Justo, con un toro de medias embestidas y vuelta en dos patas, al que consiguió ligar a medida que le anduvo, creciendo al toro sin desbordarlo. Ahí, lo hizo humillar, hilando series cortas y sudadas. Iba alzándose vuelo, y Cali hasta quiso arrancarse a cantar a coro, a la gloria del toro, aun en la peligrosidad del ruedo. Y paso a paso, pase a pase, matando al número, consiguió hasta parar relojes en más de uno y dos muletazos con un toro que parecía que ni las buenas tardes iba a decir. La exigencia cumplida es mérito, y eso rebosaban los alamares del traje de De Justo, entregado a la Fiesta, nuestra Fiesta, la de todos. Llenó el ruedo en la soledad de la batalla, y hasta todas las almas allí presentes empujaron con él la espada al invocar a Anubis en la arena, colocándose la Tizona en lo alto y muriendo atronado en breves la bestia. No fue una oreja, fue el remate a aquello. Menuda tarde.

¿Qué más les puedo decir? El encierro de D. Victorino Martín, impecable. Presentación sin un solo pero, seria y en el tipo. Cuatro toros de vuelta al ruedo, concedidas a 1º,3º,4º,y 6º, algo excesiva quizás la otorgada al primero, pero incomprensible el que no se le otorgase al segundo. Faltó más caballo, bien es cierto. Sólo un toro, el mejor de toda la tarde, el tercero, efectuó dos entradas al peto. En la muleta, todos fueron exigentes, pero los matadores, a la altura, obtuvieron la extraordinaria recompensa de cada uno de los toros, cada cual con su historia a contar. Luis Bolívar se alzó sobre los marfiles con todo su pueblo respaldándole, y Emilio De Justo pegó un aldabonazo más, si cabe, para dejar cada vez más clara su estatus de figura del toreo. Tres cuartos de plaza dejaron claro que el eje que mueve a Cañaveralejo son los toros. Se disfrutó de una tarde para la historia de la tauromaquia.

La retina no estalla porque tiene más paciencia que las manos, y si Dios quiere, de una o de otra forma, incluso con la pantalla de por medio, no olvidará nunca mi adentro ciertos momentos brindados por los marfiles. No sé cuándo llegará mi fin, no lo he descubierto aún plenamente. Pero cuando llegue la luz al final del túnel, al gastarme ya el oro de mis días, sólo espero que vuelvan esos momentos para poder existir una última vez antes de vivir por siempre. Se va otro año, y nosotros nos iremos algún día. Si leen esto, les regalo mi verso para que se lo lleven con ustedes:

Si el demonio quiere llevarme,

Que se arme de paciencia;

Pues es mi arma el embroque,

Y no conozco la querencia.

RESEÑA

Jueves, 30 de diciembre de 2021. Plaza de Toros de Cañaveralejo (Cali). 7º de abono de la Feria de Cali. 6 Toros 6, de D. Victorino Martín, en mano a mano, para: Luis Bolívar, de sangre de toro y oro: dos orejas, dos orejas y palmas; Emilio De Justo, de verde esmeralda y oro: dos orejas, dos orejas y rabo, y oreja.

Incidencias: Cayetano Romero recibió la ovación de los tendidos tras picar al tercer toro de la tarde. Tras banderillear al quinto toro de la tarde, Garrido del Puerto y James Prieto saludaron montera en mano la ovación del público. Fueron premiados con la vuelta al ruedo póstuma: primero, “Ordenante”, herrado con el nº1; tercero, “Hebijón”, con el nº34; cuarto, “Cobrador”, nº63; y sexto,”Muchachero”, nº83.

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