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Sentenciados

Imagen: PLAZA 1

Los seis toros y los tres toreros estaban sentenciados de antemano. Era de esperar: la gente está ya harta de la ganadería de Juan Pedro Domecq y los toreros que deciden anunciarse con ella han de cargar con su cuota de culpa. Lo lógico sería darle un descanso en ferias de este compromiso, pero los taurinos aseguran que no hay más toros en el campo: si ellos lo dicen…

Un galafate abrió plaza y Morante apuntó algún lance y luego algún natural, pero si con semejante caballo de tiro alguien pretendía ver torear, estaba errado. Así, sin hache. Luego el cuarto, regordío pero más bajo, anduvo poco pero para compensar pegó hachazos a troche y moche. Como también querían naturales, voló incluso alguna almohadilla.

Junto al maestro comparecieron Juan Ortega y Pablo Aguado yo creo que con buena actitud, si bien es conveniente advertir que ninguno de los dos son gladiadores, y no lo permita Dios. Pablo soportó con honradez el genio de su primer toro, intoreable por el lado izquierdo, brusco por el derecho, sin una gota de clase para hacer el toreo. Hubo dos series ligadas con su punto de emoción, pero concluida la alegría de la arrancada a los diez muletazos, ya sólo quedó el derrote defensivo. Para cuando salió el sexto, en el Tendido 7 habían desplegado una pancarta exigiendo que vuelva «el toro de Madrid», creo recordar que ponía. En efecto, no lo parecía el último de la tarde, simplón y escobillado, si bien la pancarta la traían desde casa. Aguado se dobló con temple y ahí se acabó el asunto, porque esto de Juan Pedro es que no embiste.

En efecto, la flojera no es la tara más grave de la prestigiosa vacada en estos momentos, sino una falta de entrega y de buen estilo alarmantes. Puede saltar algún toro blandengue, es cierto, pero lo que aquí falta de verdad es calidad. Apuntó a medias esa virtud el quinto de la tarde. Había cambiado a malísimo el segundo, un castaño al que Juan Ortega toreó con compás a la verónica; pero este quinto tuvo sus arrancaditas. En quites por chicuelinas, rivalizaron con arte Pablo y Juan, y con la muleta, Ortega dibujó diez o doce muletazos de muchísima categoría sin acabar de entender al toro, que pedía más espacio, no quedarse encima, torearle de uno en uno. Quizá la presión de un triunfo que se le resiste terminara traicionándole, pero el caso es que cuando se quedó en el sitio, sin perder terreno, arriesgó mucho más pero el toro respondió, demasiado exigido, con derrotes que afearon las suertes.

En cambio, cuando le agobió menos brotó un toreo templado, de gran ajuste, con naturales, redondos, trincheras y ayudados llenos de sabor, para paladares exquisitos. Pero no está hecha la miel para la boca del asno, por mucha corbata que se ponga…

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