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Sardanápalo

Daniel Luque dio una vuelta al ruedo en una tarde mermada por la falta de finales de los de D. Santiago Domecq, dejando detalles Diego Urdiales y Rafa Serna

Recordar el “carpe diem” a cada cuanto no es ningún pecado. Buscarse no es tarea fácil, no se la requieran para el corto plazo. Hablo de buscar quién es uno. Respirar el aire de las excepciones que se le caen a la rutina cuando se despista hace que el alma siga viva. Dicen que el Romanticismo ya dejó de respirar allá por la Pepa, principios del s.XIX para los que no comprendan mi nomenclatura. Les debo una disculpa. No soy para nada germánico en mis escribires, o al menos no habitualmente. Ni en ello, ni en casi nada. Intento volver a Sardanápalo, que esta vez viva, o al menos no caiga muerto. Pero tan oculto es el camino, que la mayoría de veces, no me entiendo ni yo. Hoy diré lo que vea, no pretendo explicarlo. No me veo capaz de ello.

Mirando a las gentes salió el primero, colorado, sevillanísimo de hechura. No terminó de quererle el celo al capote de Urdiales, ya que su embestida no terminaba de acompasarse, y perdía en ocasiones las manos. Al entrar al caballo, al que acudió pronto en dos de dos, se empleó, metiendo riñones, pero se venía abajo al salir, cayéndose de nuevo tras ambos envites. No hizo lo propio en banderillas, pues ahí fue pronto, pero sin humillar demasiado, lo que complicó labores, y pasó con cuatro palos. Muleta y el de Arnedo. El toro anduvo en lo que marcó en palos, obedeciendo a las telas de Diego Urdiales. Pedía medias alturas, no ahogarlo en muleta, dándole sus tiempos entre series, lo que agradecía entregándose desde lo que podía. El toro se mantuvo obediente mientras duró la faena, y Urdiales aprovechó esta virtud para tejer brillo con la elegancia que lo caracteriza, encajándose sin perderle cintura ni muñecas. Paró el tiempo con algún muletazo. Pero el toro vino a menos. El riojano lo vio, comprendiéndole lo que iba pidiendo, andándole bien en el embroque sin poderle bajar mucho la mano. Es un torero de medias alturas, sin dudas. Si el toro hubiera tenido un punto más de fuerza y codicia en finales, otras hubieran sido las tornas. Pero no pudo excederse, ya que no había mucho toro y tampoco transmitía demasiado su embestir, muy justo de fuerzas ya. Le propinó un buen espadazo. Fue ovacionado.

Imponía también el segundo, castaño bragado, fino de astas, caribello. A pesar de vérsele frío de primeras, lo tomó en jurisdicción Daniel Luque, que sin que nadie lo viera antes, le sopló un capotazo en el que el toro recorrió kilómetros, y las manos lidiadoras sin perderle la figura. Así lo hizo para embravecerlo, y se estiró con la templanza de quien sabe que está creando arte. Y bordando el remate. Desde las afueras lo puso al caballo, y desde allí fue a él, peleando gallardamente ambas varas, entregado tanto en el galope como en los riñones al llegarle al peto de J. Manuel García “El Patilla”, que propició el buen tercio, siendo ovacionado. Dejó sin saliva a los tendidos la primera entrada a banderillas, de Juan Contreras, que puso el par en lo alto, pero el toro se le atragantó en lo que salía del sesgo, quedando en los suelos, a su merced, sin hacer por él el toro. Se recompuso para poner un gran segundo par, torera su vergüenza, obligándole la Maestranza a saludar con la montera en la mano. La faena no tuvo gran cosa, el toro no se movía apenas. Iba rígido y manso si se le apetecía, si no, recalcaba en su quietud y falta de entrega. Luque fue muy insistente con él, llegando a protestarle los tendidos, que pedían final a aquello. No le quedó otra opción, poniéndole una gran estocada, que lo rodó rápidamente. Saludó una ovación.

Otra pintura era el tercero de la tarde, un colorado bragado de pitones gachos, finos y serios pero recogidos, badanudo pero fino de panza. Codicioso fue ante el capote de Rafael Serna, que por verónicas sembró el ole en las arenas. Por Chicuelo lo llevó al caballo, pronto y alegre el astado, vislumbrando chispas. Podía tener algo. En el caballo apretó empleándose en las dos varas, sin poner excusa. Menudo el tercio de banderillas, tanto Juan Manuel Raya como Antonio Ronquillo expusieron e hicieron sentir, “montando el taco” que diríamos aquí, recibiendo una ovación cerrada del gentío. Y lo dicho, ahí había algo. Más concretamente, un toro bravo. Comenzó pegado a tablas Rafael Serna, queriendo hacerle por abajo aprovechando la clase y potencia del animal. Quería hacerle las cosas desde cerca, y el toro lucía porque rebosaba, pero había que tenerle cuidado, pues de no perderle pasos se amontonaba en la muleta. Transmitía a grandes efectos, emocionando. Serna le piropeó buenas series cuando consiguió ordenar sus embestidas, sonándole la música y el calor de su ciudad. Igual que en los dos anteriores no había demasiado toro, aquí había “una jartá”. No es fácil cumplir con semejantes exigencias, y menos en Sevilla. La faena tuvo pasajes de luz, pero decayó llegados a un punto, en el que la suerte ya estaba echada, y las tornas eran difíciles de cambiar. El toro perdió interés sin dejar de ser pronto y fijo en la muleta, pero Rafael Serna no le perdió la cara. No terminó de romper aquello. Genuflexo como empezó le acabó la faena. Con la espada pinchó primero y puso media de segundas, sirviendo esta por estar en buen sitio. Sevilla premió su esfuerzo con una ovación.

Si hablábamos antes de pinturas, este cuarto es lo menos un cuadro de Tiziano. De los monumentales, con sus avíos, dígase corcel y armadura, realeza y Apocalipsis. De capa era flor de gamón, de espadas era fino, era grande y sin sobrarle ni un kilo en estampa a pesar de la elevada báscula. Ni “mu” se dijo que Diego Urdiales ya lo había palmeado a compás, abriendo el suyo propio a la vez que sus entrañas. Es muy difícil torear, y más hacerlo así. Aterciopelar una tormenta. El susodicho toro fue bravo en el caballo, viniéndose de lejos y dígase pronto, empujando (seguramente en sentido literal) como la madre que lo parió. Sin más salió de banderillas. Se estaba parando. Llevaría entonces los kilos por dentro, ya que le costaba moverse con agilidad. Se le vio amorcillado desde el principio, perdiendo las manos como no lo hizo antes, rajado desde lo inerte. Urdiales lo intentó desde adentros, también le pegó un tirón para intentarlo exterior a rayas, pero nada. Para colmó le propinó un pisotón de regalo. No tenía otra el riojano que abreviar, y así lo hizo, pinchando y luego poniendo una buena estocada que no tardó en rodarlo. Fue silenciado.

Más serio que un guardia real era el negro y astifino quinto, una pizca ensilladito, y largo. Repitiendo seguidamente entró al capote de Daniel Luque, embistiendo de forma irregular, a veces brusco y otras más templado, otras sin hacer mucho caso al bulto. Entrando en varas, la pelea del morlaco no fue sencilla en entrada pero sí intensa en empleo, con buena lidia del portador del castoreño. A la salida del primer puyazo, por no haber podido estructurar recibo con la capa, Luque le esculpió unas verónicas camino al caballo que resplandecieron como la plata de su vestido, para rematarle con una media a pies juntos que ya quisieran pintarla, colocándolo debidamente al peto. Grandes rehiletes se le plantaron al casi cinqueño, de los que hay que salir a buscar para luego tragarle el hilo. Sevilla ovacionó a ambos José Chacón y Alberto Zayas. Brindó tras ello a su público el diestro de Gerena, ya muleta en mano. Tras unos instantes para ordenarse, no fue en la primera serie, pero llegó el oleaje, y Luque tomó el tridente. El toro rompía a embestir fijo en la franela, con un ritmo que no era fácil de llevar, pero que su lidiador aguantó con creces, magnánimo y profundo por bajo. El animal iba y se movía, transmitiendo y llegando. Mientras duró, bailó con él Luque. Pero se paró repentinamente llegado a un momento, teniendo que tirar por las cercanías el de Gerena. Partió por circulares invertidos en los que el toro ya carecía de la transmisión anterior, pero volvió a darle vida a aquello el diestro por sus luquecinas, en las que quiso ceñirse. Dicho y hecho esto, se fue a por la espada. Tuvo la mala fortuna de que el toro perdiese las manos en la buena entrada, que se prometía entera y en el sitio, saliéndose con la caída y acabando en media, perdiendo la oreja.Tardó más por ello en echarse el toro, sonando un aviso. Pero finalmente lo hizo. El público le pidió el trofeo, pero el presidente no atendió peticiones, a lo que el diestro dio la vuelta al ruedo.

Cerró la tarde el más grande y pesado de la corrida, toro de pelaje melocotón, hermosote de cara, con prominencia en su efigie. Serna lo quiso ordenar ante su enrazada salida, pero se le deslució clavando pitones en arena de primeras, luego cayendo en un lance tras pararlo. Se le castigó debidamente en el caballo, sin más ni menos. En banderillas no lo puso nada fácil, brindando apuros, sin dejarse poner mucho palo. Le ofreció Serna la muerte del toro al público. El melocotón, más bien melocotonero, tenía su melocotonazo. Perdón, ya paro. Lo tenía, al menos de primeras, con acometidas briosas. Genuflexo le tragó y le hizo el diestro sevillano, que le labró dos buenas series. Pero quiso llegar la discordia, y el fruto se pudrió de repente. Lo intentó una y otra vez Serna, pero nada había allí. No fue por no intentarlo. Llegó a un punto de falta de entrega el animal, que ni asomó el acero y ya estaba él en el suelo. Lo levantaron como pudieron, y a terminar de hacer lo que estaba ya casi hecho. Ni un ápice de disposición le faltó a Serna. Gran estocada del diestro hispalense. Pitos al toro, y ovación con saludos para el torero.

La corrida de D. Santiago Domecq no cumplió con las expectativas que la afición sevillana le guardaba a esta divisa esta temporada. Los toros carecieron de casta sobre todo en finales, a excepción del buen tercero, el único que destacó en cómputo. Los tres toreros estuvieron próximos a tocar pelo, siendo el que más Daniel Luque, que dio una vuelta al ruedo. Urdiales fraguó orfebrería fina con el primero, haciéndole mucho más de lo que había opción. Serna se dispuso, teniendo que lidiar con un bravo y por tanto exigente tercero y con un nulo sexto. La entrada fue muy pobre para lo que la afición se prometía con este cartel, en torno a algo menos de media plaza.

Con tardes como la de hoy sobran promesas, para lo que uno pueda o no esperar. Una de las pocas verdades que conozco es que la única promesa plenamente cierta en esta vida es la muerte, que a todos nos hace iguales. Pero no se asusten, sólo piensen. Y disfruten de lo que el día a día les ofrece. Sin medida, que eso mata más que engorda. Que nos guíe la Libertad. Verso:

Resucitaren atmósferas
De naranjas de enero,
Que mi alma se siente
Sólo en tu albero.

RESEÑA

Miércoles, 22 de septiembre de 2021. Plaza de Toros de la Real Maestranza de Caballería de Sevilla. 4ª de abono de la Feria de San Miguel. 6 Toros 6, de D. Santiago Domecq, para: Diego Urdiales, de azul marino y oro, ovación con saludos y silencio; Daniel Luque, de blanco y plata, ovación con saludos y vuelta al ruedo tras aviso; y Rafael Serna, de grana y oro, ovación con saludos en ambos.

Incidencias: J. Manuel García “El Patilla fue ovacionado tras picar al segundo toro de la tarde. A su vez, fueron ovacionados tras banderillear: Juan Contreras, en el primero; Juan Manuel Raya y Antonio Ronquillo en el tercero; y también José Chacón y Alberto Zayas en el quinto.

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