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El esfuerzo de un Morante poderoso y dos hermosas faenas reivindicativas de Urdiales

Morante de la Puebla, que hizo un esfuerzo grande para imponerse, en maestro y poderoso, a otro de esos jaboneros importantes -por complejo y por transmisión- de Juan Pedro Domecq, y Diego Urdiales, que regaló una elegía de toreo al ralentí, pureza y hondura cerquita de ese Bilbao que le ha cerrado la puerta este agosto, abrieron la Puerta Grande en el Día del Patrón en Santander. Una tercera de la Feria de Santiago en la que se lidió una corrida carente de raza y casta del hierro sevillano, con la única excepción de ese cuarto y un quinto tan enclasado como desfondado. Juan Ortega, con el peor lote, mostró fogonazos de su buen toreo en el tercero.

Lleno y musculado, bajo y bien hecho, agradable y armónico, el cuarto fue un jabonero al que Morante paró con dos lances a una mano antes de coserle un cadencioso ramillete de verónicas hasta los medios. Muy templado. Tuvo ritmo el de Juan Pedro, encastado, que hizo sonar el estribo y empujó en el paso por el caballo.

Morante comenzó a dos manos para tratar de domeñar la encastada embestida del animal. Toro con fijeza y prontitud, con el lunar de su irregular entrega y que le costaba salirse de los vuelos, que obligó a perderle siempre pasos. Hizo un esfuerzo grande el de La Puebla, que lo fue macerando a fuego lento a base de poder y dominio, hasta terminar cuajándolo en una faena excelsa. Pura maestría. Logró reducir su embestida, que tuvo siempre transmisión, en muchos de los muletazos. Alguno, con desmayo, de tan abandonado. Tandas largas, en muchas ocasiones prologadas por muletazos a dos manos, de rodilla genuflexa. El epílogo fundió naturales a pies juntos, citando de frente, con otro puñado de pases toreando a dos manos. Toreo caro y poderoso, que rubricó de una estocada de premios que puso al burel patas arriba. Dos orejas sin discusión y ovación para el toro. Otro jabonero importante de la familia de las “serpientes” de Juan Pedro.

Había roto plaza un animal bajo y de lomo recto, cornidelantero, que repitió y humilló de salida en el capote de Morante que, tras tres verónicas templadas, tuvo que levantar las mano, para aliviarlo. Por el mismo palo, el quite, rematado con una media de rodilla genuflexa con enorme sabor. Se dejó pegar en varas y lo banderillearon en una moneda Trujillo y Sánchez Araujo. Se lo sacó Morante con torería junto a las dos rayas y, ahí, trató de afianzar a un “juampedro” muy endeble. Sin pujanza alguna. Un “Tequila” aguado. El sevillano lo probó por ambos pitones y fue por la espada. Lo mató de dos pinchazos y más de media. Sin opción.

Ensillado y más suelto de carnes, algo acapachado, el segundo colocó la cara con clase en el largo y templadísimo saludo a la verónica de Diego Urdiales. Cargando la suerte en cada lance, ganando terreno, cadencioso, hasta la boca de riego. Una delicia. La media, superior. El quite, por chicuelinas de mano baja, excepcional, como la media de nuevo. Cumplió en varas.

Se lo sacó a los medios el arnedano y construyó una faena presidida por la hondura y economía de movimientos. Sin perder apenas pasos y administrando los tiempos entre tandas, ligó series de derechazos de bellísima factura, bajando cada vez más la mano -respondió el toro por abajo en esa primera mitad- y toreando al ralentí por momentos. Los trincherazos y afarolados con que remató las tandas, pura orfebrería. Carísimos. Al probarlo con la zurda, el animal pareció aburrirse más y, de vuelta a la diestra, ya no tuvo esa misma buena condición. Terminó rajándose descaradamente. De hecho, obligó a Urdiales a montar la espada prácticamente rozando las tablas con el hombro. Con enorme habilidad, dejó una estocada una brizna desprendida, certera, y paseó una oreja de ley.

En quinto lugar, salió un castaño bajo y de lomo recto, cornidelantero que se abrió con clase y codicia en otro preciosa saludó a la verónica de Urdiales. Empujó en el peto y se desplazó con cierto ritmo en banderillas. Pronto y en la mano, Urdiales se puso a torearlo sin preámbulos con la diestra citando desde los medios. Humilló con clase y gran recorrido el toro en ese comienzo y el de Arnedo lo toreó con ajuste y con hondura. Sin embargo, la faena creció con la mano izquierda. Por ahí, hubo naturales sensacionales, echando los vuelos y enganchando las embestidas del toro, por abajo. Con donosura y elegancia. Cuidando la escena, administrando los tiempos en todo momento, muy inteligente, para tratar de alargar la duración del toro que, pese al buen trato, terminó viniéndose abajo hasta el punto de echarse antes de montar el acero. Estocada desprendida y oreja. Puerta Grande también para él.

El tercero fue un castaño abrochado de cuerna, bajo y lavado de cara, que perdió las manos en un par de ocasiones cuando Juan Ortega trataba de cuajarlo a la verónica. No pudo pasar de esbozar un par de buenos lances y una media a cámara lenta. Salió suelto del paso por el caballo. Brindó a Paloma Bienvenida y comenzó a torearlo a media altura con mucha suavidad y ausencia de toques. Ni un solo tirón, porque el toro seguía estando muy al límite. Hubo muletazos de gran mérito por esa condición del toro, que quiso más que pudo, y, sobre todo, por el trazo: limpio, largo, con pureza. Tras la estocada, en el sitio, hubo petición, pero el palco no la estimó suficiente y saludó desde el tercio.

Cerró plaza un sexto con casi cien kilos más que el resto del envío. Toro con cuerpo y alzada, cuestarriba y más bastito que sus hermanos, pero agradable, que no permitió lucirse con el percal a Ortega. Buen tercio de varas de Alberto Sandoval. Fue un animal que nunca descolgó en los engaños durante su lidia y este defecto se acrecentó en la muleta del sevillano, pues, a sus medias embestidas, añadió un molesto “tornillazo” al final del muletazo, que deslucía mucho. Trató de buscarle las vueltas Ortega, que dejó algún remate marca de la casa, pero la faena nunca tomó vuelo. Estocada certera y ovación de despedida.

RESEÑA

hierro juan pedro domecq

Plaza de toros de Cuatro Caminos, en Santander España. Tercera de la Feria de Santiago. Más de tres cuartos de entrada. Toros de Juan Pedro Domecq, de justa y pareja presentación. En general, les faltó raza. El 1º, endeble y sin pujanza; el 2º, noble, pero terminó rajándose; el 3º, al límite, quiso más que pudo; el 4º, con transmisión e importancia, tuvo fijeza y prontitud, pero le faltó entrega y le costó siempre irse de los vuelos; el 5º, con clase y recorrido, pero se vino pronto abajo, muy a menos; y el 6º, deslucido y pegando siempre un molesto «tornillazo».

Morante de la Puebla (de nazareno y azabache), silencio y dos orejas.

Diego Urdiales (de agua marina y oro), oreja tras aviso y oreja.

Juan Ortega (de purísima y oro), ovación tras petición y ovación.

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