Cuando uno sale, sale. Y no quiere que le tosan, menos entre baile y baile, pues para algo paga. No les miento, tanto el salir como la Fiesta se plantean caros a día de hoy. Las masas están y deciden. Y el precio se paga. No les hablo sólo de billetes.
Salió exageradamente suelto el tercero en cruzar el chiquero, que ni dos lances duró el astado en el capote de Roca Rey sin perderse por el redondel, y encontrarse luego con Sergio Molina, piquero que guardaba la puerta, que agarró bien la puya y castigó debidamente al de momento manso animal, que entró al relance, siendo luego ovacionado el del castoreño y por lo tanto fraguando más liviano el segundo encuentro, ya con el correspondiente picador. El tercio de banderillas de Antonio Chacón fue sublime, acudiendo aun distante de las espadas del morlaco, llegándole a los mismos morros para clavar en todo lo alto y salir airoso en ambos pares. Saludó senda ovación con la montera en la mano.
Brindó Roca Rey a los tendidos. Comenzó toreando sometido, acorde a lo necesario, lucido y profundo el peruano en su primera tanda. Sin embargo, la cadencia que imperó en la primera tanda se fue desvaneciendo prevaleciendo solitaria la condición del animal, que encontró intermitente el arrastre que pedía, y siempre fue largo y rebosado. Roca Rey lo repitió en su muleta y llegó a los tendidos, pero terminó por aburrir a un toro que pedía más para haber dado más. Un abuso de recursos al final de la faena deslució más aún una labor que prometió por los primeros haceres. No obstante, remendó con una gran estocada. Los tendidos le pidieron la oreja y el presidente la dio.
Los ojos poco tenían ya en qué fijarse, pero este burraco que hizo último al menos se volvió cuando Roca Rey le ofreció capa. Pero repetimos, sin decir nada en el tercio de picar, pasando al arreo por el intento de las banderillas, por fin asomando pañosa en el lugar. Les describo la faena en conjunto: el mérito destaca por encima de lo demás. Toro de medias arrancadas, Roca Rey lo aprovecha para ligarle aún en esos cortos caminos y conectar con los tendidos. La guasa llega cuando la vulgaridad se hizo con el ambiente, desfasado ya. El exceso hace que una faena con puntos exigentes, de un torero por encima de un manso, haciendo las cosas siendo fiel a su concepto, torre al aficionado de forma incontestable para emborrachar al público por la otra parte. El caso es que el peruano estuvo bien, pero el tendido ensordeció con su jaleo el valor de lo que hizo. Final superior, ya destartalados los tendidos, hizo cierre con una estocada certera. Oreja de nuevo.
Con carbón se presentó el segundo, fino de hechuras y cabos y fuerte de adentros sin sobrarle ni un kilo, largo de cuello. Así, tuvo que lancearlo Juan Ortega abriéndole caminos sobre los pies, buscando reducir la embestida limando asperezas. Al caballo acudió pronto y peleó correcto dos puyazos debidamente administrados, pasando sin hacer ruido por rehiletes. Brindis de Ortega al taurino malagueño Juan Carlos Estrada. Se dirigió a recibirlo aliviándolo por alto, luego se dobló con él, y adivinó ya un tanto su escasa codicia. Se fue haciendo más grande ella, así más cerca del de Victoriano se situó el de Triana, arrimándose a él para arrancarle con la mayor sutileza posible muletazos de uno en uno, que se pudieron contar hasta diez o poco más, que valieron todo lo que el toro y su embestir no. Sin embargo, no se enteraron apenas los allí presentes, algunos incluso recriminando su hacer. Nula sensibilidad aparente. No se fue Ortega hasta que no había allí ni gota, caso omiso al silbido, y cuando ocurrió tomó la espada. Mató de entera tras dos pinchazos y escuchó el silencio tras los pitos al toro.
El quinto era de hechuras que ni pintado, prominente de badana y presencia en expresión y complexión además de lo llamativo por lo sardo de sus pieles. No dijo ni mu, ni en el capote de Juan Ortega, ni en el caballo, donde su pelea fue mera presa del olvido de los ojos distraídos por lo escaso del encierro hasta el momento. No se mancharon las manos ni se complicaron la vida los hombres del trianero en garapullos, y sin brindis ni pero se fue Ortega a por él. Le partió navegares de buena manera residiendo sobre todo en el concepto del que es capaz, pero volvemos a lo mismo. Toro que se raja, y ya van cinco. Ni empezado estaba aquello. Por más que lo intentase su matador, al del hierro de Cortés no había por dónde cogerlo, así que llegó el acero. Media estocada y bajonazo en segunda entrada, el cual hubiéramos agradecido en primer lugar y previo al aviso como aparente única vía de escape para el matador con el bodrio que tenía delante. Pitos en arrastre a otro más y otro silencio para Ortega.
Un tren hecho a sí mismo fue mientras vivió el primero, negro, testarudamente badanudo y un punto ensillado, con un morrillo que bien pudiera servir de cimiento. No pasaba cuando vio por primera vez el capote de Castella, poniéndolo en un apuro pegado a tablas, manseando desde ya y hasta cuando se le fue detrás el francés para arrancarle verónicas camino a los medios. Apretón al cite del peto, salía suelto marcando de nuevo escasa codicia, sin rumbo ni norte tras los dos puyazos. Pues ahí se plantó Juan Ortega para quitarlo por cuatro chicuelinas. Mantuvo la mansedumbre en banderillas: pegando arreones, huyendo el cite, protestando los arpones y rajándose a la salida de cada sesgo.
Tomó las inercias y se puso de nuevo a los mandos Sebastián Castella, para iniciarle faena genuflexo, donde lo repitió sosteniendo el interés del animal evitando rajazos como los previos. Tomó al manso y lo puso a embestir todo lo despacio que quiso. Meritorio como poco fue el hacer del galo, que distrajo al aburrido animal en su muleta para evitar huidas siendo algunas inevitables, a más con el discurrir, exageradas al terminar. El estoque, arriba pero atravesado. Primer golpe de descabello y fuera. Pitos en el arrastre para el toro, ovación para el torero.
Ensillado, bello de lámina en grande era el sardo cuarto, que salió sin poderle decir más Castella en su capa. Caótico fue un tanto el tercio de varas, derrumbando el morlaco al equino que guardaba la puerta en una desbandada que encaminó, tomando luego brusco las dos varas que le pusieron. Muy buen tercio de banderillas protagonizado por José Chacón, que ya en el primero dio una clase magistral de lidia a un manso, corriéndolo a una mano. Fue ovacionado hasta obligarle el graderío a desmonterarse. Brindó Castella al público y comenzó a caminarle al sardo por tientos, tanteando los aires que el animal empezó a dejar para sí mismo y nadie más. Otro que se rajó poco (o nada) después de asomar la franela. En lo vacío del intento, no tuvo otra el francés que armarse y finiquitar. Pinchazo y estocada caída que valió. Pitos al toro en el arrastre y silencio para el torero.
Las tardes como las noches se acaban, a uno le encienden las luces y sabe que es hora de irse. Pero si la música, tan ansiada como pedida, sigue resonando aunque sea en la cabeza, parece que nadie le puede robar ese último bailoteo con el cubata aguado ya, pues “para algo lo he pagado”. Y eso ha ocurrido hoy. Quien ha pagado desde el desconocimiento el dineral de su entrada se ha visto ciertamente frente a un espectáculo que a veces poco tiene de espectáculo y que realmente nada tiene de cierto salvo la muerte. Y viendo que se acababa la fiesta, sin importarle de quién fuera la casa, han sacado el pañuelo a bailar por ver si tocaban pelo en la última vuelta camino a casa. Parece que sí. Y el que paga, como siempre, los platos rotos, es el que vive, allí donde se bailó antes.
Plaza de toros de la Real Maestranza de Caballería, en Sevilla. Décima de la Feria de Abril. Lleno de ‘No hay billetes’. Toros de Victoriano del Río y Toros de Cortés (3º, 4º y 5º), bien presentados, salvo el basto primero. Nulos de casta, únicamente variados dentro de la mansedumbre que guardaron en común. Algo más potables dentro de lo malo el 3º y el 6º.
Sebastián Castella (de blanco y plata), ovación y silencio.
Juan Ortega (de visón y azabache), silencio en ambos.
Roca Rey (de negro y oro), oreja en ambos.
Incidencias: En el tercero, se desmonteraron Sergio Molina, que estaba guardando la puerta, tras un muy buen puyazo al relance; y Antonio Chacón, en banderillas. En el cuarto, hizo lo propio José Chacón, con las farpas.