Toreteate ha pulsado las impresiones de cuatro clásicos corredores de Pamplona en este triste San Fermín sin encierros por segundo año consecutivo
La cuesta de Santo Domingo está más empinada que nunca. La hornacina del santo espera desangelada el paso del tiempo. Las frescas mañanas de la Plaza del Castillo no acogen el bullicio previo de los nervios. El chupinazo que despereza a los cabestros no anuncia ningún encierro. No hay resbalones, ni empujones, ni pisotones. Tampoco la belleza de la carrera corta y explosiva del veterano, el susto de la curva, las zancadas acompasadas de Estafeta y el templado son de Telefónica. Ni ese corredor habilidoso que se escapa de milagro por la gatera del callejón. El capotillo de San Fermín está de descanso, guardando fuerzas, como los dobladores que guían los inmensos toros de Pamplona a los corrales de la plaza de toros por su puerta de toriles.
Clásicos corredores anhelan el madrugón y el miedo. Hemos querido intercambiar opiniones con algunos de ellos. David Cascante es un clásico de Pamplona. Hace unos años que ya no corre, el motivo enmascara una parte importante de la esencia de esta fiesta: “Dejé de correr cuando perdí a mi padre, él me transmitió la pasión por el encierro y cuando murió noté que había perdido concentración. Me caía sin justificación, decidí dejarlo”. Señal de que el encierro poco tiene que ver con una carrera deportiva, es un sentimiento que se transmite entre generaciones aunque también es una emoción que de pronto aflora en una juventud sin vínculo con el toro. Una adrenalina que no tiene nada que ver con el puenting, que tiene un sentido y, mucha veces, un sentimiento. Cascante es una referencia para muchos de los jóvenes corredores. Durante más de 15 años estuvo corriendo el encierro, “la época dorada de San Fermín fueron los noventa, especialmente al final. Era mágico, fue el esplendor: las manadas venían abiertas y, aunque éramos muchos corredores, había posibilidad de coger toro sin problema”.
El corredor tiene el mérito de jugarse la vida sin dinero, ni reconocimiento a cambio. Tan sólo por vivir esos segundos que te llenan por dentro. Le pregunto a Cascante por las carreras que se le vienen a la cabeza cuando sueña que corre, cuando retrocede en el tiempo. No se lo piensa: “Hay un encierro de Murteira Grave que venían tres toros preciosos. Pude meterme y colocarme en ese sitio en el que sueñas. Con toros abriendo paso. También se me viene a la mente otro de Miura en el que miraba para atrás y veía esos toros tan grandes. Como soy tan poca cosa parecía que me iban a comer, pero aguantaba y aguantaba, jamás lo olvidaré”.
Miguel Ángel Castander, pastor de los encierros de San Sebastián de los Reyes, lleva 34 años peregrinando a Pamplona. Echa la vista atrás y se le agolpan los recuerdos, las anécdotas, las risas y la dura realidad. “Hay una frase del libro de Jokin que dice: El toro te puede quitar la vida pero también te la da. Cada año es especial, siempre pasan cosas que te marcan. He aprendido de los grandes, de Julen Madina, de Jokin Zuasti, Joe Dister. Guardo grandes recuerdos, me impresionó que alguien a quién tanto admiraba como fue Julen empezó a quedarse con nosotros en la casa que alquilábamos en la semana de San Fermín. Fue una gran pérdida, lo más duro que he vivido en San Fermín”.
Inolvidable Julen Madina, con su codera azul, sus sutiles carreras, su capacidad para estar siempre perfectamente colocado. Falleció en un accidente en el mar en el año 2016. Una leyenda. Carismático corredor que protagonizó encierros increíbles y que recibió durísimas cogidas como la de 2004 cuando recibió hasta cinco cornadas en el callejón de la plaza de toros de Pamplona. El toro ‘Trigueño’ de Jandilla se cebó con él. Un percance que Castander, que había resultado herido el año anterior, vivió con mucha angustia: “Es una de las peores vivencias que tengo de San Fermín, ver a un amigo en esas circunstancias es muy duro”.
Castander es un loco de los encierros, lleva muchos años viajando por España en búsqueda de un pitón. En 2015 sufrió un percance muy duro que le tuvo alejado de su pasión más de 15 meses. El año pasado, el ganadero José Cruz organizó un encierro en el corredero de su finca salmantina para celebrar San Fermín, Castander lo recuerda así: “Estuvo muy bien organizado y tuvo sentido por el año tan complicado que era pero la lectura que hago es que es muy peligroso. Al estar los toros en su hábitat se comportan de una forma sorprendente, uno de los toros se salió de la manada y se vino a por mí con saña”. Experiencias de un corredor maduro, que también ha corrido en encierros por el campo de los pueblos aunque una promesa le impide volver a hacerlo: “En 2003, el mismo año de la cornada de Pamplona, me cogió un toro con mucha gravedad en Brihuega (Guadalajara), le prometí a mi mujer que no correría más porque en el campo no hay medios. Es muy peligroso”.
Unos de los primero años, Castander recibió una bronca por parte del legendario corredor neoyorquino Joe Dister: “El día anterior había entrado en la manada con un toro por detrás y otro a mi derecha. Cometí la imprudencia de coger un momento puntual el pitón del toro que llevaba al lado y me sacaron una foto que fue portada del Diario. Joe vino a regañarme pero Jokin me hizo el quite y le explicó que no lo había hecho para faltar el respeto al toro. Tuvo gracia porque Joe me decía que el año anterior había corrido 30 encierros y yo le contesté que había estado en 300. Nos hicimos íntimos amigos, son los hermanamientos que se producen en San Fermín en los que no se distingue la nacionalidad, el idioma, la religión ni la ideología”.
Hay quién soñaba con resucitar las fiestas de San Fermín en septiembre, pero cada vez parece más imposible. Castander ya tuvo oportunidad de correr en esas fechas en los primeros años de la década de los noventa, “se celebró durante tres años el San Fermín Chiquito pero creo que este año nos vamos a quedar sin él, en San Sebastián de los Reyes se está trabajando en un encierro con medidas muy exhaustivas».
50 años corriendo los encierros de San Fermín suma Jokin Zuasti que acaba de publicar un libro en el que rememora sus vivencias: ‘Julios Intensos’, del que nos ha cedido imágenes para ilustrar este reportaje. Jokin llegó al encierro de la mano de su padre para después, desde muy joven, comenzar a correr hasta nuestros días. Ahora es su hijo el que ha tirado de él para escribir esta obra: “Mucha gente me decía que con todo lo que tenía de San Fermín cómo no hacía un museo o un libro y ha sido mi hijo quién ha tirado de mí”. Su relación con esta pasión de correr por las calles se remonta a 1972, su baúl está lleno de datos, fechas, historias, fotografías, anécdotas, pero especialmente de personas: “Lo mejor que me ha dado el encierro son los amigos que he ido haciendo, no te hablo de conocidos, si no de personas con las que te une una pasión y los consideras como de tu familia. Pamplona tiene algo especial que atrae a gente de todo el mundo, a personas que no tienen nada que ver con nuestra cultura, es un acto internacional”.
El eje de los Sanfermines es el toro, es algo que reivindica Jokin con una frase espectacular: “El toro es y da vida, aunque también te la puede quitar”. En su libro, ha querido transmitir la importancia de los valores que puede aportar el toro a una sociedad que carece de ellos.
Durante medio siglo, fuerte como un roble, con su alzada y su sonrisa, ha vivido momentos de grandes satisfacciones y otros momentos de tremenda dureza. Lo resume con franca sencillez: “La obligación del toro es coger, he vivido terroríficas cornadas, no las que me han tocado a mí que, bueno, son accidentes, si no lo que he visto a compañeros”.
Como casi todos los corredores, devora kilómetros viajando para disfrutar durante unos minutos de la emoción del toro corriendo, “con los años cada vez he viajado más, además de a Sanse que he ido siempre. En los últimos años el que más me llama la atención es Onda (Castellón) que el recorrido es como una herradura, se celebra en octubre, casi a finales, es espectacular. Por aquí cerca de casa voy a Tudela, Tafalla … También me gusta mucho el de Cuellar en el que la manada viene muy desperdigada. A través de un amigo he conocido los de Villacarrillo (Jaén) que un año echaron toros de Partido de Resina y al siguiente Cebada Gago, ¡increíble!”.
Otro corredor tradicional de la Pamplona Chica pero que no se pierde ni un año en la capital de Navarra es Fran González. Dos décadas ligado a San Fermín incluso cuando estaba a punto de ser padre: “Mi mujer estaba embarazada de ocho meses y pico, no podía irme toda la semana de San Fermín porque en cualquier momento nacía el niño. Decidí ir dos días, el 7 de julio en honor al patrón y el 9 que es mi cumpleaños. Los dos días hice lo mismo, salí de Madrid en moto a las 12 de la noche del día anterior, cuando llegué me cambié, corrí el encierro, almorcé y me vine de vuelta a Madrid”. Su hijo nacería en agosto de 2015.
Confiesa, con una sonrisa que traspasa la conversación telefónica, que lo mejor del encierro “es cuando termina. Juntarse con todos los amigos, irse a almorzar con la alegría de estar todos bien. Si puedes hacer una buena carrera, pues mejor”. Sin embargo, también ha vivido momentos duros como la trágica muerte de David Jimeno: “Fue un mazazo, lo recuerdo con horror. Después he hecho mucha amistad con su padre. También fue muy duro el percance tan fuerte que tuvo Julen. Son los peores momentos que he vivido en Pamplona”.
La evolución San Fermín
Estos corredores experimentados pueden comparar el ayer y hoy del encierro de Pamplona. Todos ellos coinciden en que ha perdido parte de lo natural que debe ocurrir en el comportamiento de los toros: distracciones, caídas, complicaciones. Una serie de características que lo hacen impredecible y que en los últimos años se ha ido rebajando esa incertidumbre.
Cascante lo achaca principalmente a dos factores: “El entrenamiento de los mansos y de los toros y el producto que se echa en las calles para que no resbalen. Los encierros duran dos minutos. Se ha perdido el encanto, se ha perdido en gran parte el respeto, hay que ponerse demasiado cerca si quieres coger toro”.
En una línea similar va González que argumenta que “con esas velocidades es imposible, considero negativo el tema de que los bueyes estén tan entrenados y alcancen esa velocidad en carrera. También los toros van rápido porque se les entrena para ello. Es muy difícil que se quede algún toro rezagado por lo que es más difícil coger toro, además del antideslizante que agrava todo lo anterior sumado a la cantidad de gente que hay”.
Miguel Ángel Castander va un paso más allá, considera que, además de lo que argumentan sus compañeros, lo que más ha degenerado en los encierros de Pamplona son los aficionados que corren: “Hay unas faltas de respeto que antes no había. Especialmente se respetaba a los más veteranos, sin empujones. Eso ha cambiado principalmente. También un respeto al toro, recuerdo que Julen siempre me decía que le diera distancia al toro para darle esa ventaja. También hay corredores muy buenos que se preparan todo el año que se preparan todo el año.
Concluye Jokin coincidiendo con sus compañeros en la falta de espontaneidad debido al entrenamiento de los animales y a los productos antideslizantes: “Por motivos de seguridad se busca que el toro llegue lo antes posible a la plaza, eso ha condicionado todo mucho en los últimos 15 años”. Destaca la parte más positiva: “El encierro ha evolucionado mucho. En los 50 y 60 había mucha gente en la calle, quizá igual que ahora, unas 2.000/2.500 personas. La diferencia es que muchos de aquellos entraban a la plaza mucho antes de que llegaran los toros que se llevaban una gran pitada, unos minutos después iban entrando con cuentagotas otros mozos y finalmente llegaban unos 15 con los toros detrás. Hoy en día no existe ese parón, con los toros llegamos muchísimos más. Ese es el éxito del encierro actual, ahora hay muchísimo buen corredor que hacen carreras largas. Hay más apreturas, las decisiones tienen que ser más rápidas, hay mucha competencia”.
Reflexiones de corredores experimentados que nos enseñan lo bonito que es vivir el toro de forma altruista, con la única motivación de sentirse vivos.