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Rafaelillo, Miura y Castellón

Rafaelillo sale a hombros tras cortar dos orejas que deberían de haber sido tres en una grandísima tarde de toros en la que los de Miura ofrecieron trapío, opciones y espectáculo; tocaron pelo también Paco Ramos y Rubén Pinar, cortando una oreja cada uno.

 

Cuando viene Miura, huele a guerra. Mediterráneo. Tierra del toro. De tus aguas saladas y la sombra de tus encinas nació el Toro. Son los pitones de los toros de hoy las espadas de los griegos, fenicios y romanos de ayer, que se hundieron en la tierra y en el fondo del mar dando lugar al animal más bello sobre la faz de esta tierra. Es la sangre que en tus suelos se derramó ayer hoy la bravura, la raza del dueño de los campos íberos, de la noche y el día. ¿Quién dice que no quedan gladiadores? Miren al ruedo. No somos tan distintos como pensamos realmente, de los que algún día por seguro fueron nuestros padres. Y debemos de sentirnos orgullosos de ello. Vivir así es más bonito. Vivir, realmente, es esto. ¿Lo demás? Lo dicho, viene Miura.

 

El primer Miura de la tarde, negro entrepelado, bragado, era de empaque sobrado, alto como lo son estos toros, un mercancías de largo, serio como la madre que lo trajo al mundo, sobrados los 600 kilos, pero musculado como ninguno, y zancudo al uso de la casa. Rafael Rubio “Rafaelillo” lo saludó con una larga cambiada de rodillas, tras lo que el morlaco se salía suelto, acometiendo suave aun sin humillar cuando lo hacía. Aprovechó el irónico temple para moverlo por ambos pitones hasta conseguir ligarlo, y en cuatro y la media se dijo todo, luces las que se pueden. Fue ponerle la puya y se destempló el miureño, arreando al punto de derribar al corcel del peto, sin consecuencias mayores, ya tomada la vara, con el palo todavía en el lomo. Hizo por caerse un par de veces ya parado, se le dio aire y se le colocó para el segundo encuentro con el caballo que montaba Agustín Collado, ahora más de largo, desde donde galopó el toro con garbo, recibiendo un gran puyazo, a lo que el público ovacionó al del castoreño en su salida. En banderillas las labores de los de plata y azabache fueron totalmente pragmáticas debido a las complicaciones que se fueron implantando en la lidia, acentuando la falta de humillación y colándose por momentos. Brindó Rafaelillo al público castellonense. Genuflexo de primeras y sobre las piernas de segundas se sacó en los inicios al toro de las dos rayas, para suavizar apretones. La opción residía en la movilidad del animal, que el murciano tornó virtud a pesar de lo bronco y acelerado de su acometer. La faena de Rafaelillo es la descripción perfecta de meter a un toro en vereda. Y encima es de los de la A con las asas. Pareciendo tanto de hoy como de otro tiempo. La mano alta, baja cuando se terciaba. Derrochando poder, y casta, ambos torero y toro. Hasta el arte tuvo cabida entre los marfiles de la muerte. Se mantuvo en los terrenos, lo que es la firmeza en la tormenta de bravura y raza. Ya le hubiera gustado a Homero vérselas con el de Murcia. La suerte cargada, entregados los muslos y la barriga. Antes de que cantase el gallo, llegó con el acero. Y lo reventó, de una, por arriba y por derecho, rodando el Miura sin puntilla. Oreja que deberían de haber sido dos sin ninguna duda. Y palmas a un toro bravo, exigentísimo, emocionante.

 

El segundo, cuatreño éste, guadañero de estampa, era también alto y despegado del albero, más recto de techumbre, más escaso pero más grueso y abierto de velas, de pieles cárdenas bragadas con salpicados. También sobrepasaba los 600, pero ni un kilo le sobraba. Nada más salir, se tiró de cabeza al callejón como quien sale a comprar el pan, pasmosa su facilidad, sin consecuencia más que el susto en el cuerpo. Paco Ramos lo lanceó con buenas maneras, analizando, rematando con mayor lucimiento. Gran colocación y ejecución tuvieron los dos puyazos que Pedro Iturralde le impuso, arriba, dejando que apriete y aguantándole los riñones con armoniosa elegancia. Fue aplaudido también al salir del ruedo. “Josele” y Diego Valladar protagonizaron un gran tercio de banderillas, haciéndose llegar al burel, poniendo en su sitio los palos, aguantándole y cumpliendo con las exigencias. Paco Ramos empezó con la franela pegado a tablas, saliendo poco a poco de ellas ante las desordenadas acometidas que allí le propinaba, encontrando mayor calidad de rayas hacia afuera. Ya allí se encontró por momentos con los tendidos, volcados con él, ante pasajes con tandas de encaje por la mano derecha, aprovechando los buenos trazos que mandándole se le podían pintar, a media altura, sin perderle alerta. Se movía el cárdeno, pidiendo, cómo no, pero lo hacía. No obstante, llegado a un momento, sobre todo por la mano izquierda perdió con respecto a lo que daba anteriormente, embistiendo con peor orden, pero pudiendo aún ligarlo. Se complicó algo la faena por nubarrones sueltos de mansedumbre que aparecieron en el cielo de Castellón, más bien en sus arenas, ya que se vio a un Miura distinto y evolucionado a peor comparado con lo que se auspiciaba en los tercios previos, que a veces se rajaba y otras se colaba por dentro. Visto el percal, fue a por el acero el espada. Antes de entrar a matar, el toro se echó por momentos, aunque se le pudo levantar para que se le estoquease, quedando la tizona algo baja. No tardó en caer. El público le otorgó una generosa oreja al torero de la tierra, algo incoherente en exigencias por parte del presidente con respecto a la concedida en el primero.

 

Gustó de salida el cárdeno oscuro tercero, menos largo, más entacado, comido y fuerte, armado de cuerna, especialmente alto. Pesado pero móvil, se giró desde el primer capotazo, y Rubén Pinar, que lo vio rápidamente, quiso gustarse, y vaya si lo hizo. Cantándole a Chicuelo, le fue ganando terreno poco a poco y con gracia sublime, con todo el cuerpo a cada lance en el que se entregaba, y una media de quilates, embistiendo enrazado el toro. Buen manejo con la capa tuvo también de camino al caballo, donde sólo tuvo un encuentro, lo que fue protestado por el personal. Cumplieron los hombres del albaceteño en palos, sin mayores luces de las posibles. Llegó la pañosa, tras brindar Rubén Pinar al público y al Cielo. El comienzo fue de alturas, andándole hacia los medios con arte y naturalidad, haciendo embestir a la bestia por abajo. Ya en terrenos más adecuados, se lució Pinar con otro toro que se movía a la par que exigía, dándole lo que necesitaba. Con las dos manos, se mostró pudiente. Sin embargo, se fue apagando repentinamente el Miura, a lo que poco se podía hacer ya que la transmisión se desvanecía por momentos. Firme el torero, algo decadente el animal, que fue bravo en su momento, que ya se iba. Tocaba matar. Pinchó el diestro en la primera entrada, para luego poner la estocada arriba en la segunda, que sirvió para rodarlo. Una oreja, también algo generosa.

 

La “Pinta” y la “Niña” se podrían quedar atrás ante el barco que salió en cuarto lugar por la puerta de toriles, que aunque de dos mástiles, menudos dos tenía. Cárdeno oscuro, patilargo, alto y grandullón, comido pero musculado. Pedía salidas al llegarle a la esclavina, y así lo comprendió Rafaelillo, que se lo llevó a los medios a través de su cátedra lidiadora, mandándole, y dándole lo que los marfiles le pedían. Un puyazo fue suficiente debido a la escasez de fuerzas que denotaba el Miura. Se hicieron grandes “Lipi” y Pascual Mellinas en la inmensidad del oponente, poniendo los seis palos como mandan los cánones. Se tuvieron que desmonterar para saludar una gran ovación, cerrada. Brindis a un Torero. A un Músico. A un Enamorado. Al Levante español. Brindis a Vicente Ruiz “El Soro”, que nada mas ver a Rafaelillo aproximarse le soñó un solo de trompeta que llamó a las escarpias y encerró a las palabras. A alma abierta, se fue el torero a por el toro. Quiso brillarle como a cualquiera, pero finalmente tuvo que encararle como a ninguno. Qué decir más allá de lo que dice un Miura de los de toda la vida, correoso, complicado, picantón, decimonónico. Y qué decir de un torero que se lo sabe. Es bonito que el pasado, lo romántico de otros tiempos tenga su cabida por siempre en la Fiesta. Que no todo trate de cuántos pases, cuánta profundidad o cuánta “clase” hagan acto de presencia. ¿Qué cuantificar, si el toreo es incontable? Lo de siempre es lo de siempre. ¿Y qué grande es eso! Sobre los pies, doblándose, arrancándole las embestidas, medias arrancadas o cabezazos, mordiscos, rabia incontenida. La vida, sin tapujos. Pronto, y en la mano. La espada llegó a su debido momento, pero no entró más allá de un pinchazo hondo y agarrado que pidió descabello, que funcionó a la primera. Y oreja.

 

Es para hacer un alto en el camino. ¿Ustedes saben lo que es un toro? Yo pensaba saberlo hasta que se apareció el quinto. Tablilla aparte, pues los números pesan por sí mismos (698 kilos), párense a apreciar lo que ha salido por la puerta de toriles. Salinero de capa, es indomable sólo con verle. Castellón lo recibió de pie, no era para menos. Grande, enorme. Serio, astifino. ¡Qué pintura! Derrochó capote Paco Ramos, en algunos lances que valieron la vida, erguido, a la verónica, flexionando rodilla luego. En el caballo, el toro se hizo justicia a sí mismo, a su hierro, a la Fiesta. El primer puyazo fue peleado como manda la ley por parte del morlaco: tensa la caja por las fuerzas canalizadas en el peto, haciéndose uno con los bajos del corcel, a pesar de la irregular colocación de la vara. El segundo fue que ni pintado. Desde los medios. Toreando el piquero. Cada quien podía notarse hasta la sangre corriendo por sus venas. El galope. El Rey de la Fiesta. La grandeza de esto. Paco Plazas le hizo la tarde. En toda la yema. De espectáculo. Se fue Paco Plazas en un mar de palmas. En banderillas, pragmatismo y profesionalidad. De nuevo sonó el oro del Soro. Se fue a por él Paco Ramos, navegando en las ilusiones de su patria chica, en las de la afición que tanto esperaba del toro. Allí no quedaba nada. En un acto, la gloria se volvió vacío. Es pena lo que siente uno en éstas. Lo intentó por ambos lados, pero el animal no podía más, puede que por exceso de puya, de peso, o por lo que fuere. Lástima pura y dura. Tuvo que abreviar Ramos, que mató de media un puntito atravesada, que sirvió. Vuelta al ruedo, lo quiso Castellón.

 

El último Miura en sus amplios pitones era grueso de raíces y finísimo de puntas, cárdeno clásico, más bajo que sus hermanos pero igualmente grande. Tuvo que limitarse al lanceo Rubén Pinar de salida. En varas, peleó cumpliendo con lo que tenía, sin humillar en exceso al empujar, eso sí. Precisó solvencia en el tercio de banderillas, pues acortaba y se venía con trayectorias inciertas, terminó por pasar con cuatro palos al último tercio. Brindó Rubén Pinar a sus compañeros de terna, para tomar la muleta, hambriento como lo es este torero. Comenzó con buenas maneras, ligando y luciendo. Momentos después, se heló la sangre en los tendidos en un desafortunado resbalón del torero albaceteño, al que le salvó su Ángel de la Guarda, milagro. A partir de ahí, se desbocó el toro, se volvió ingobernable por parte de Pinar, que tuvo que sudar los alamares para poder estar con él. No lo vio tras varias acometidas en las que el franciscano estaba venido arriba en su rebeldía, y se fue a por la espada, lo que fue algo protestado por parte de los aficionados. Pinchó la primera, mató a la segunda, cayendo el toro y con él la tarde. Palmas con leves pitos.

 

Termina así la Feria de Castellón por este año. No termina, pues esto es eterno, y más tal y cómo se han hecho las cosas. Ojalá y que siga creciendo, lo que ha conseguido este año la empresa ha sido muy grande, y es de enhorabuena. La tarde de hoy, la encargada de clausurar el serial, ha sido una de esas tardes para el recuerdo, de las que nacen aficionados con nombre y apellidos. El encierro de Miura, de impoluto trapío y remarcabilísimo pesaje (todos los toros superaron los 600 kilos sobradamente) no pudo ser más eclécticamente completo: hubo de todo, desde toros que permitieron mayor lucimiento hasta otros que desenterraron el hacha de guerra, manteniendo todos ellos el espectáculo en líneas generales y la exigencia en su totalidad. Rafaelillo, sin duda, se hizo con la tarde, con dos faenas muy distintas; una primera, en la que se lució bajo el manto de la pureza y por medio del saber y el poder, y otra de pecho abierto, de morir o matar, de rabia. Debieron de concederle, sin duda, las dos orejas del primero. Le arrancó la Puerta Grande a su segundo. Paco Ramos vivió una tarde de reencuentro con la que es su tierra, dejando una faena que puso el ole en la boca de sus paisanos en su primero, cortando una oreja, y entregado ante el vacío de su segundo, que le valió la vuelta al ruedo. Rubén Pinar estuvo firme y dispuesto con su primero, con buenas maneras, al que le cortó una, y pasó un trago con su segundo, que vendió caras sus carnes. La entrada: chapó según lo que se puede. Y había un ambientazo, para qué mentir. Ole por la afición de Castellón.

 

No me cabe duda de que hoy el Mediterráneo dormirá en paz. Le hemos hecho honores, sobre todo los que han pisado la arena y se las han visto con el destino. Perdónenme la ficción, pero una vez le escuché esto a un tal Máximo: “La muerte nos sonríe a todos, así que devolvámosle la sonrisa”. Ea, pues ahí está. Honor y Gloria, al Toreo, a nosotros. Ahora, mi verso:

La muerte es más muerte

Si queda prohibida,

Beban de la vida,

Que abraza más fuerte.

 

RESEÑA

Martes, 29 de junio de 2021. Plaza de Toros de Castellón. 6 Toros 6, de Miura, para: Rafael Rubio “Rafaelillo, de grana y oro, oreja y oreja; Paco Ramos, de grana y oro, oreja y vuelta al ruedo y Rubén Pinar, de rosa y oro, oreja y palmas.

Incidencias: tras el paseíllo, una fuerte ovación sacó a saludar a la terna hoy actuante. Tras picar lucidamente a sus respectivos toros, fueron ovacionados Agustín Collado, Pedro Iturralde y Paco Plazas, en 1º, 2º y 5º toro, respectivamente. También se desmonteraron, tras grandes pares de banderillas, “Josele” y Diego Valladar en el 2º, y “Lipi” y Pascual Mellinas en el 4º.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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