Les hablarán de orejas, de que esta tarde hacía bochorno, de toros por un lado y de toreros por el otro. Qué quieren que les diga, a pesar de un buen hacer exhibido hoy sobre el ruedo y la presencia de un torero que ha querido y ha podido en una tarde tan complicada circunstancialmente, la atmósfera que vistió hoy la piedra más pareció hacer creer que nada había que decir, que todo estaba escrito y leído. No sé si es resaca, no sé si es indiferencia. Pero volver al Coso del Baratillo hoy ha sido raro. Les cuento.
Compuso Tomás Rufo a la verónica para abrirle camino al hondo tercero, hecho de velas, que siguió el compás del percal según se le meció, rebasándole los hocicos. Acudió correctamente sin sobrarse al peto en jurisdicción, a lo que siguió un tercio de banderillas en que ya sí, hizo alarde de tranco y ritmo. Lo vio Rufo así y así quiso brindárselo a Sevilla, para postrarse de rodillas tras ello y comenzar a dialogarle frente a frente. Mando por bajo, el toro recitaba pregones con los surcos del morro, haciéndose enorme en la franela. El de Toledo le tomó los aires y el cante sonó, rebosantes las tandas, intensas, contundentes como el ambiente que se respiraba. Sonaba Tejera, endulzando un hacer ardiente que fue de justa y necesaria medida, aguantando en bravo el de Jandilla hasta bien llegado el final. Llegó el acero y Rufo se lo sembró en todo lo alto. Asomaron los dos pañuelos blanco en el palco, no el azul, que no hubiera estado de más al quedarse algo corta la ovación en el arrastre. Dos orejas.
Frío y distraído fue el aparecer del último de la tarde, el más serio de cuantos cruzaron chiqueros hoy. Así se tradujo en el capote de Tomás Rufo. Al caballo acudió estando a la altura de las imponentes exigencias su varilarguero, que aguantó los apretones y otorgó adecuado castigo. Es un lujo ver lidiar y parear a hombres como los del toledano, saludaron Andrés Revuelta y Fernando Sánchez así como fue, ceñidos y expuestos los cuerpos. A por él se fue Tomás Rufo, cargada la muleta sobre la diestra. Fue capaz de componer un faenar en cuyo primer tramo, llovieron profundidades y remate por bajo, largos y tendidos muletazos, envuelto el hombre con el animal. Sonó ‘Dávila Miura’, y en eso que asomó el metal de Tejera empezó a esconder cabeza el astado, que poquito más que esos inicios tuvo, por lo que Rufo acortó distancias para terminar, y viendo la degradación del calado de su obra, se fue a por la espada. Mató arriba, en el sitio, rápido el efecto, y se le concedió una oreja que le abrió la Puerta del Príncipe.
Abrió la tarde uno negro mulato listón, hecho como él solo de carnes aunque más escueto de cara. Repitió en el capote de Manzanares, que quiso templar bajas las alturas en sus encajadas verónicas. En el tercio de varas se le midió el castigo a pesar de la contundencia de sus entradas, intentando entre encuentros el quite Pablo Aguado, a quien le costó no enganchar percal con marfil por el viento. En banderillas, para cerrar tercio, sentó un buen par Luis Cebadera, que saludó montera en mano. Llegados al último tercio, Manzanares se encontró con un animal que se volvía rebosado, acudía al cite y cumplía al trazo propuesto sin ser un mar de codicia, pues había que salir a buscarlo. No lo terminó de encontrar el alicantino, que a pesar de hilar lances con otro no conectó con los tendidos por lo descafeinado de su labor, que no ordenó en la muleta las virtudes que de negro vestían. Prolongó incluso, tomando espada para ponerla más bien delantera y caída, que terminó por valer y valerle a más de uno. Ovación con saludos.
Sin mucha luz se mostró en los inicios de capote el cuarto de la tarde (tarde íbamos, ocho de la tarde ya). Tampoco al peto, tras el que, a pesar del medido castigo, salió escaso de fuerzas, sin acusarlo quizás tanto en los rehiletes, pero llegando entre sofocos a la muleta. Se echó estrepitosamente al primer lance, y en tenerlo en pie estuvo la tarea para Manzanares, que quiso aprovechar el intermitente son del animal, pero no logró despegar por la nula transmisión del bovino y la poca importancia de la labor. Unas cuantas hilvanó, pero aquello no fue a ningún sitio, por lo que se fue a por la espada. Lo quiso matar al volapié, insolventemente, a lo que procedieron dos pinchazos y posterior estocada que al fin vale para fin poner. Silencio.
A borbotones salió embistiendo el segundo, al que Aguado embarcó en su capote genuflexo, repitiéndolo con garbo, mandando al revoleo. Ni llegado el ramillete a los tallos, se desfondó el animal, degollado, no muy fino de puntas precisamente, de pieles negras. Perdió las manos en varias ocasiones, se aguantó al caballo, y tras tomar dos puyazos bien agarrados pero escasos, no se tuvo en pie, por lo que asomó el pañuelo verde. A corrales.
Basto de hechuras era el sobrero, tanto de cara como de caja, enmorrillado pero ensillado, escurrido de atrás. Feo, en definitiva. Aguado lo tanteó meramente en su capa, pasándolo por ambos pitones sin encontrar gran orden de respuesta. Demasiado discreto pasó por la puya el animal, la cual sangró tras pelear dormido ambos encuentros. Se decidió su matador a quitarlo, entorerado con él, buscando hiriente una respuesta, y le recetó un soplido por Chicuelo del que no muchos se enteraron. Arreó en banderillas desluciendo faenares y llegó a la muleta desentendido del engaño, acudiendo a él vagamente y por fuera. Aguado se cabreó de nuevo con él para intentar encontrarle algo, pero no encontró más que vacío en los dos intentos de tanda que hizo por fraguar. Pozo seco, acero al canto. Lo citó, se encontró con sus morros por las nubes pero puso el puño en buen sitio, reventando al nulo toro con una media lagartijera de las que antes daban orejas. Silencio.
Qué les cuento, haber estado ayer en la plaza y que hoy aquí se toree y se mire para otro lado le pone a uno la sangre a hervir. Una obra de postín las erguidísimas verónicas de Pablo Aguado al quinto de la tarde para recibirlo al redondel, asentados los talones, cantando cintura y muñecas, enroscándose natural sobre la cuna de su esclavina, y una media de orfebrería, labrada y posada con el tiempo. Poco más que los estribos chocando con la zambrana del picador escuchamos en varas, siguiéndolas un buen quite de Tomás Rufo, a la verónica, rematando con senda larga cordobesa. En banderillas puso el precio caro Juan Sierra, que se asomó al balcón saludando así una ovación del personal. Turno ahora de la pañosa, Aguado se presentó en los terrenos del 9 para buscar a su oponente, que en sus tablas, gacho de cara, escarbando se encontraba. Próximo se situó y le bordó un principio de faena al alcance de muy pocos, en gusto y alivio en complexión, andando hacia los medios. Le pegó un tirón más allá de donde le acabó de andar en la primera tanda, dejándolo ya prácticamente en el centro del ruedo. Ahí le anduvo hasta el final, en un caminar que se fue apagando en embestidas, pero que por otra parte sentó los mejores muletazos de la tarde. No se enteraron los tendidos, de nuevo. Pinchó arriba y mató de estocada entera en el sitio después. Silencio, injusto.
Para unos será de Puerta, para otros no, lo que es cierto es que tras una tarde como la de ayer cualquier cosa sabe a poco. Si bien esta salida no es comparable a la de la víspera de esta misma tarde, tampoco debería de ser objeto de desprestigio hacia un torero que ha estado a la altura de las circunstancias, que ha buscado y ha encontrado a base de morder, con el hambre que deben tener los toreros. Aunque a un servidor no se le van de la cabeza las palabras que escuchó salir de la boca de Álvaro Rodríguez del Moral el otro día en las Tertulias de Toreteate: ‘más parece que la Puerta del Príncipe se haya convertido en un fin en sí mismo’. Quizás no le falte razón. Quizás no fuera descabellado el premio (menos tal y como está el palco este año); pero también quizás, todos esos pañuelos blancos no casan suficientemente con el calado que han podido denotar sus partidarios a lo largo de la tarde. Hay que vivir lo que pasa, no pagar la entrada para ver salir a nadie en hombros. Aquí se viene a ver torear. Y hoy se ha toreado, siendo hoy, no ayer; y la plaza lo ha callado para jalear nombres antes que lances. Pero a uno también le sabe a poco la pena a estas alturas, ¿no?
Plaza de toros de la Real Maestranza de Caballería, en Sevilla. Novena de la Feria de Abril. Más de tres cuartos de entrada. Toros de Jandilla, el segundo como sobrero, de presentación dispar, por lo general basta para Sevilla. De comportamiento, destacaron un 1º al que le faltó un punto más de fuerza; y un muy buen 3º, que se empleó notoriamente en el último tercio. 2º, 4º, 5º y 6º, faltos de fuerza y final.
José María Manzanares (de azul marino y oro), ovación con saludos y silencio.
Pablo Aguado (de corinto y oro), silencio y silencio.
Tomás Rufo (de gris claro y oro), dos orejas y oreja.
Incidencias: Saludó Luis Cebadera tras banderillear al segundo; Juan Sierra en el quinto; y Andrés Revuelta y Fernando Sánchez, en el sexto.