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Pensar es gratis

Hay quien dice que si no se piensa, uno vive más feliz. Y digo yo: mejor libre y sin dinero. Al menos de momento a la clase política española no se le ha ocurrido cobrar un impuesto por el uso de la mollera. Parece que ya, cansados del poder convencional, de sede y mitin, ahora los gobernantes pagan con el pueblo sus insatisfacciones personales, sus frustraciones y penas, eso sí, escondidos tras la máscara de la superioridad moral que se autoimponen y que tanto les gusta que les caracterice. ¿Quieren ejemplos? Yo mismo se los cuento, refiriéndome al de los marfiles, que es quien menos les incumbe. Parece que en Gijón a una iluminada más rancia que moderna, como le gustaría autodenominarse, se le ha ocurrido que el nombre de un animal puede ser ofensivo. Para colmo, adivinen los nombres que le han hecho “ejecutar este razonamiento” (lo entrecomillo porque creer que esta señora ha pensado algo para soltar semejantes perlas por la boca, es mayor locura que tirarse de un décimo piso creyendo que a uno no le va a pasar nada). “Feminista” y “Nigeriano”, señoras y señores. Piensen ustedes mismos, no soy yo quién para decirles qué es lo que tienen que pensar. Yo sólo digo que, si alguien considera estos nombres ofensivos, más aún teniendo en cuenta los que son, y siendo en su mayoría los mismos que en su día defendían que un niño pudiera llamarse “Lobo”, es porque han olvidado que pensar es gratis, más bien por querer ponerle precio a todo cuanto se menea. En palabras de Antonio Martínez-Ares, “seguimos viviendo en tiempos de Torquemada”. Usted pasará, doña Ana. Pero el de los marfiles es eterno.

 

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