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Pájaros de barro

Entre actualidades vespertinas, aún con el polvorón y la copita de anisado por testigo, discurren los primeros días del año en la parroquia del taurineo, parada pero no. Vienen los Reyes Magos, ándense con ojo. Si les llega carbón, quizás no es mal año para aceptarlo a la chita callando, tal y como está el precio de la luz.

Es una pescadilla que se muerde la cola hasta las aletas. Miquel Iceta se ha propuesto, por ser año nuevo, reivindicarse en su censura, “volver más fuerte”, pero el carácter insulso que conduce tanto su acción como su criterio, que no es sino el de otros, hace que todo cuanto dice sea la misma historia de siempre. Y es que lo es. “Bono cultural, repito, con videojuegos y sin toros”. La del ministro es la provocación del chivato de la clase, que es algo así como el hijo de la subdirectora del colegio, que no manda tanto pero tiene peor carácter que un veterano de guerra perdida, que te chincha porque sabe que no le van a castigar. Y todavía hay quien piensa que la solución está en escupirle a la industria del videojuego, que “eso es de frikis”. ¡Por supuesto, sí señor! Hombre por favor, como si la culpa la tuviera Michael Townley, o Matt, ese que te reventaba al tenis en la Wii. La culpa no la tiene el joystick. Tampoco creemos tenerla nosotros, y nos quejamos desde el sofá.

Parece mentira que planteemos el inmovilismo con respecto a afrentas así, que nos excluyen tan soberana como autoritariamente de la sociedad española. Está muy bien protestar de chiringuitos varios, afiliados a quien gobierna aquí y allí, pero el mero hecho de quedarnos quietos, aparentemente inútiles, en la constancia de situaciones así, nos hace ser un chiringuito en sí. De nuevo, otra pescadilla que se muerde la cola. Y seguimos sin aprendernos.

La defensa frente a la censura es necesaria, y debe de ser exigida por el aficionado, al que por desgracia se tiende a sustituir en las plazas por individuos cuya mayor preocupación se halla en el precio del combinado que se vende en ella. Y es que la censura no ocurre únicamente de puertas para afuera. Ocurre también en el seno de nuestra Fiesta. Ocurre en carteles injustos, en despachos caciquistas. Ocurre en pliegos y certámenes. Ocurre en los tendidos, en los mentideros, ocurre en la prensa envenenada y en la que quiere envenenar, la de los sobres y los silencios. Ocurre en cada uno de nosotros cuando existe una novedad que rompe con lo establecido. Ocurre, ocurre y ocurre, y aquí nadie dice nada.

Las cosas van así, a pesar de todo cuanto somos y tenemos. Debemos exigir y promulgar brillantez, cultura, eclecticismo, novedad. Que brille, que vuele el toreo, en manos de todo quien lo ame con su adentro, sin fronteras a nadie. Tenemos que salvarnos de nosotros mismos, antes de que sea demasiado tarde. Fortalecernos, descorrompernos de dentro hacia afuera. Solo así seremos capaces de reivindicar al otro lado de la puerta. Mientras tanto, el tiempo nos seguirá arrastrando a playas desiertas, de las cuales nos seguiremos creyendo los reyes a pesar de estar abandonados de nuestra propia mano, sin corte ni reino. Y yo no sé ustedes, pero yo jamás he visto volar a un pájaro de barro.

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