El sevillano pasea el único trofeo tras una bonita faena al sexto, el único toro con opciones de la descastada corrida de Juan Pedro Domecq. Sincero esfuerzo de Morante y solo un fogonazo de capa de Juan Ortega en tarde de lluvia, barro y viento inclementes
A las 17:23 abrían el portón de cuadrillas para iniciarse el paseíllo. Cerca de media hora de incertidumbre y tensión que terminaron como casi siempre acaban las cosas en el toreo en esa tesitura, todos palante y que Dios reparta suerte. Contra barro, lluvia y aire y lo que se ponga por delante. En este caso, además del viento y el fango, lo que había en chiqueros era una corrida de Juan Pedro Domecq, cinqueña, que resultó tan pobre de casta y deslucida que al menos no puso en excesivas complicaciones a los de luces en tan desapacible escenario. Si tenía que salir una así, mejor hoy que en tarde de sol y banderas agarradas al palo. Llovió durante la mañana, tregua a partir del sorteo. Hubo goteras en la taquilla. Dos tercios de plaza en los tendidos es muy poca gente al reclamo de este cartel y tras dos años esperando ir a los toros. Preocupante la cuestión, cuanto menos.
Y es que todo estaba a la contra. La buena disposición de los toreros actuantes desmontó tópicos, ya saben, a los del palo del arte siempre se les tacha de menos comprometidos. En esa tarde de perros, sin toros bravos, con un solo quite, un único brindis, un continuo abrir y cerrar de paraguas y un mirar a las banderas constante para encontrar la zona en la que medio se podía torear, llegó Pablo Aguado al rescate en el sexto para que la afición no se fuera a casa tan cabreada como estaba dos horas antes. Cinco series y un bonito epílogo le bastaron al sevillano para arrancar la oreja a un juampedro que sin ser de revolución, se movió lo suficiente y se movió bien para que Pablo le hiciera el toreo.
El trincherazo, el garbo del molinete, el temple, la despaciosidad. La sabrosa faena de Aguado como caldo reparador y salvavidas de la cuarta de feria. Torería y clasicismo bajo los acordes de Concha Flamenca bastaron para que la gente se fuera feliz a casa. En aquellos momentos ese pequeño detalle ya era mucho, que no estamos en condiciones de fusilar las ilusiones del aficionado. Cinco series y a por la espada. El ayudado, la trincherilla, el bien torear como preludio de una estocada casi entera algo desprendida que hizo doblar al toro sin puntilla. Tal y como estaban las cosas, supo a gloria.
El tercero tenía menos casta que la paloma que se asomó valiente a la plaza y se posó en la barandilla de la meseta de toriles para ver lo que pasaba por allí. Pablo Aguado puso todo de su parte buscándole las vueltas en terrenos de tablas. Poco que contar. Contaremos pues la buena nueva de verlo completamente recuperado de su grave lesión de rodilla y ratificar su buen gusto para vestir. El terno sangre de toro y oro que portaba era una auténtica maravilla.
“Salamandro”, con su estrechez de sienes y sus 570 kilos largos, embistió templado de salida y Morante de la Puebla le sopló un recibo monumental con el capote de vueltas verdes que parece le va a acompañar en su temporada de las cien tardes del elogio gallista. No se puede torear más despacio, ni más enganchado, ni esperándolo más, ni más… Una delicia. El juampedro no se salió del guion de la falta de vida y raza de la corrida. Como el cigarrero es un torero tan bueno, le arrancó descalzo una faena larga basada en la bragueta, en el conocimiento de la técnica y los terrenos, hasta el punto de que si lo mata bien le corta la oreja. Saludó la ovación José Antonio y fue ese el único momento en el que se le vio sonreír. En su capítulo anterior, apenas un par de lances, la media verónica. Apuntados en la libreta quedaron uno de pecho, un cambio de mano, un derechazo… Fogonazos sueltos los de un Morante paciente y sereno. Fue este un toro hondo, serio y armado, que careció de fijeza y salió siempre suelto, como si acusara algún defecto de visión.
La plaza, que había sacado a los toreros a saludar en gesto de reconocimiento, despertó de su entumecimiento en el recibo de capa de Juan Ortega al segundo, bajo como un zapato y que embistió de categoría, qué espejismo lo de la categoría en esta tardecita, en los primeros tercios. Sensacional la carta de presentación como matador en Valencia, toreando muy despacio, la de un torero que veía como se ponía a llover en plan serio cuando tomaba la muleta para iniciar la faena. Pero se acabó muy pronto, casi de primeras, el de JP. Un persianazo en toda regla. Labor breve que agradecieron casi todos y a otra cosa. Basto y de peores hechuras el quinto, embistió como era: topando y lanzando continuos gañafones. Prácticamente inédito Ortega, que dejó el borrón de un sartenazo infame para quitárselo de en medio. Para mañana se prevé la mejor entrada del abono y artísticamente la feria solo puede ir a mejor. Veremos qué sucede y se lo contaremos como siempre.
Miércoles, 17 de marzo de 2022. Plaza de toros de Valencia. Cuarta de la feria de Fallas. Toros de Juan Pedro Domecq, cinqueños, bien presentados salvo el basto 5º, de muy poco juego en líneas generales salvo el buen 6º. Morante de la Puebla, silencio y ovación con saludos tras aviso; Juan Ortega, silencio y silencio; Pablo Aguado, silencio y oreja. Incidencias: Dos tercios de plaza en tarde lluviosa y con mucho viento. El festejo comenzó con veinticinco minutos de retraso por las condiciones meteorológicas y las conversaciones al respecto entre toreros y autoridad. La terna saludó una ovación tras romperse el paseíllo. Bien con los palos Iván García en el tercero.