El maestro de Villalpando ha fallecido en el Hospital de Benavente después de dos meses en los que su salud se ha ido deteriorando fatídicamente
La raza que siempre caracterizó al maestro Andrés Vázquez le ha llevado a luchar hasta el final con su fortaleza innata. Una vida torera forjada a base de esfuerzos y cornadas. Toda una experiencia que le ha llevado a pelear por su vida hasta el último momento. Empezó en las capeas de los pueblos, allí aprendió el oficio y de la vida a través de la muerte de algunos de sus compañeros. Hecho que marcaría su vida.
Hace diez años dio su última lección en público al estoquear en Zamora un novillo de Victorino Martín con 80 años al que le cortó un rabo.
Entre aquellos durísimos comienzos y aquel exitoso festival se dibujó en el tiempo una cordillera con puntos álgidos en los que conquistó el anhelado puesto de torero de Madrid, que sus diez Puertas Grandes apuntalan.
Tomó la alternativa mayor, después de todo ese intervalo luchando por las capeas y tras el calvario de una cornada que casi le deja cojo de por vida. El doctorado se dio en Las Ventas de manos del añorado maestro Gregorio Sánchez en 1962. Logró en esa tarde su primera Puerta Grande.
Sus referentes taurinos son Juan Belmonte, Domingo Ortega y Antonio Bienvenida. El de Zamora llegó a interpretar la media verónica de manera magistral: enfrontilado, un punto encorvado y completamente entregado. El temple lo conoció de la mano del maestro de Borox que le decía: «Zamorano, que el toro te huela la muleta pero que no te la toque». La naturalidad la entendió como el summum de la torería por lo que compartió muchas vivencias con Antonio Bienvenida. El sentido de la lidia, el respeto al toro, la importancia al aficionado y tantos valores que no sólo supo heredar Andrés Vázquez, sino que se convirtió en el bastión de los mismos.
Los años más relevantes de su vida taurina estuvieron ligados al nacimiento de la ganadería de Victorino Martín, además de las dos orejas del famoso toro Baratero. Andrés Vázquez llegó a estoquear con gran éxito una corrida en solitario de Victorino -el primero de la historia- marcando un hito que le situó entre los toreros de mayor interés para el aficionado.
Fue un exponente de la sobriedad con destellos de gracia, un torero caro forjado en la dureza. Con una izquierda poderosa, una derecha templada y de una espada ortodoxa. Así lo demuestra la faena en su tierra vestido de calle al toro de Berrocal del 74.
Jamás dejó de torear de salón. Un portento de afición. Fue maestro de la Escuela de Madrid y de otras escuelas de tauromaquia. El año pasado recogió el Premio de Tauromaquia de Castilla y León y también se le reconoció su espíritu altruista con la Gran Cruz de Beneficencia.
Hasta el último día de su vida estuvo acompañado por Jaime Rubio, su fiel mozo de espadas y amigo que no ha dejado de estar a su lado durante las dos últimas décadas. Le dio todo su apoyo a un matador zamorano como es Alberto Durán, con quién ha toreado de salón con fuerza e ilusión hasta última hora.
Una persona con carácter. Puro en todos los aspectos. Le echaremos de menos, maestro.