El novillero extremeño se alza triunfador cortando tres orejas en un festejo en el que también tocaron pelo Tomás Rufo y Juan De María, que debutaba con picadores
Una tarde, si es de toros, y en el Puerto, mejor se pasa. Ya diría Joselito que como aquí en ningún lado, y bien cierto que era y es. Pena que ya no en magnitud, al menos en esencia esto sigue siendo el Puerto. Yo, como diría el maestro Caracol, prefiero la muerte a vivir sin Esperanza. Todo lo que supone esta feria en un año tal y como el que tenemos en lo alto lo transmite. Son ilusiones, pero no hay “qué más da” que valga. Mejor es pensar queriendo que esto sea lo que siempre fue. Alegría indiscutible es, en estos tiempos más que nunca, que se anuncie una novillada picada en Andalucía más allá de certámenes (Gloria a ellos, por cierto), y más aún en la provincia de Cádiz. Ea, a volar, que son horas. Los niños, benditos ellos, se arremolinan en torno a la cuadra de Sebastián Fernández. Son ellos quienes hoy abundan sentados en la piedra. Suena torera como pocas la banda de música. Habanos en la calle, que en la Plaza no se puede. Que viene, ¡que viene! Al lío.
Sabrosamente campero fue el recibo del rejoneador Sebastián Fernández, garrocha en mano, a la vera de toriles. Como una bala salió el utrero de Fermín Bohórquez, negro de capa, abrochado de cuerna, degollado, fino y musculado. Con los cuartos traseros, el jinete realizó lances con ritmo y cercanía, con varios amagos de derrote del toro, pretendiendo templar las brusquedades a la vez que daba fiesta. Correcta colocación tuvo el único rejón de castigo que se le impuso, hecha la suerte con un elegante sesgo. Cambiando de montura prosiguió ahora en banderillas, colocando al sesgo el primer palo y con sutileza al quiebro el segundo. El toro se apagó un punto al perder en fuerzas, aunque se mantuvo constante en fijeza y prontitud, corregido ya el cabeceo. A nuevo cambio de montura, el toro perdió cierta movilidad, pero el banderilleo fue remarcable en ejecución, apoyado en recursos para tapar los desarreglos que la res planteaba. El último cambio de montura vino introducido por las banderillas cortas, cuatro en concreto, que Sebastián Fernández tuvo que colocar a la media vuelta, al encontrarse el toro prácticamente rajado. Llegados ya al rejón de muerte, un amago de pinchazo precedió a una estocada entera algo atravesada en la que la madera no descolgó. Fue necesario el descabello, con el que el caballero acertó a la tercera. Sebastián Fernández saludó una ovación.
Era el turno de la lidia a pie. El segundo novillo, éste de El Freixo, era castaño de capa, algo cornigacho, fino y cerrado de espadas, musculado y bajo. Si torear bien de capote fuera un delito, a Tomás Rufo hoy se lo hubieran llevado las fuerzas especiales en helicóptero. Una auténtica barbaridad, el gusto hecho lance. Y despacio como se quiere. Monumentalidad por delantales y verónicas derramadas a cuerpo entero. Y medias verónicas dignas de museo. Igual lo llevó al caballo en ambas entradas a él, picotazo la primera y más empleada la segunda, en la que derribó al corcel sembrando el caos. Hubo tercio de quites, batalla campal con el capote de Manuel Perera como casus belli, por tafalleras ajustadas con la quietud por bandera. No fue menos Tomás Rufo, que se fue por chicuelinas, barriendo y mandando a mentón hundido. El tercio de palos fue espléndido en ejecución, de manos de Antonio Chacón y Fernando Sánchez, ambos ovacionados tras parear. Tras brindar la muerte del toro al público desde los medios de la plaza, allí mismo decidió quedarse Rufo, para torearlo por sendos estatuarios, quietos, callados en sí, no así en los tendidos. La faena fue una demostración de capacidades. El toro acudía y era fijo, con el defecto de dejar algunos muletazos a la mitad. Pero no se hizo menos por ello su lidiador. Aprovechó las templadas embestidas para mandar por abajo y trazar suavemente. Una vez apagado el acudir del cornúpeta, se enredó con él para escribirle el epílogo por luquecinas, desde la proximidad y metido en tablas. No remató bien su obra, pues la espada no entró hasta el cuarto intento. El público no olvidó su buena labor, por lo que le tributó una ovación que sin duda hubiera sido trofeo si no hubiera marrado la espada.
El tercer utrero de la tarde era colorado de capa, rematado de encornadura, cuajado de carnes, bello de presencia. Manuel Perera lo recibió con verónicas de rodillas, en cuyo capote repitió el animal bravamente, dejando grandes embestidas, ante los riñones encajados del nóvel, sentido y entregado, que una vez erguido le andó hacia los medios. En el caballo, un único encuentro se dio, en el que el novillo se empleó como si supiera que le iba la vida en ello. Fijo, envalentonado y poderoso, empujando con los cuartos traseros. Hizo hilo en banderillas, con una intentona fallida de susto, pero con buenas labores de la cuadrilla. Brindó al público portuense, para iniciar faena por alto, luciendo la chispa que desprendía el animal. Éste embestía con ritmo y picante, rebosando. Se perdió entre el humo de sus propias chispas, pues en las posteriores series se fue desgastando notablemente en sus cualidades. Planteó su faena desde la cercanía Manuel Perera y quizás por eso se amontonó el toro en el engaño, vaciándose y perdiéndose en gran parte lo que el animal se dejaba auspiciar. No obstante, no anduvo mal en estas aguas Perera, finalmente obligando al toro a pasar, dejando retazos de despaciosidad, gustando al público especialmente. Cuando se terminó de rajar, se fue con él a las tablas, pasándoselo tan cerca como el cuerpo humano físicamente permite, valentísimo. Se fue a por la espada, poniendo una estocada en el famoso “rincón de Ordóñez”, rodando al toro sin puntilla en cuestión de un chasquido de dedos. Se le concedió una oreja.
El cuarto animal que salió de toriles era de capa negra, fino pero fuerte de caja, de ofensivos pitones. Era escaso en pesaje, pero ni mucho menos acusado al ojo. Juan De María, con la capa en sus palmas, lo lanceó pragmáticamente al no haber sitio para excesivo lucimiento, por las embestidas a veces inciertas del novillo de El Freixo. En el caballo, tomó un puyazo intenso, tras el cual el debutante con caballos lo quitó por Chicuelo, brillando ahora sí, llegando al personal. Se cumplió en los pareos, en los que el toro respondió con pies de sobra, lo que subió las exigencias. Brindó al micrófono De María. La faena fue de menos a más, algo trabada en comienzos por no ganarle suficientemente la acción el novillero al animal. Fue cuando se le rompió la muleta cuando la faena empezó a cambiar de rumbo, llegando ahora el óle a las bocas. Trazó pidiendo a la vez que dando, moviéndose bien delante de un utrero exigente y bravo. Dejó huella el espada con haceres clásicos, irguiendo la figura, también con un buen manejo de las alturas. Incluso brotó cante del tendido. Se fue a por la espada, y la usó habilidosamente, poniendo una estocada que mandó rápidamente al franciscano al otro barrio. Fue premiado con una oreja.
Más ancho de rostro era el quinto, así como más hondo de carnes, buena la presencia. No tuvo nada de capote más que el repetir, pura brega de dentro hacia afuera. Fue muy protestado el tercio de varas por la confusión que causó el cambio de tercio con un sólo puyazo (que fue quizás bastante intenso) por iniciativa del presidente, a la que Rufo se opuso para volverlo a hacer entrar en el caballo, de picotazo. Bronca para picador y torero. Calidad en la suerte de banderillas. Rufo inició su andadura con este astado intentando sacar el punto de ritmo que en ocasiones denotaba. Había nada y menos, puede que por el exceso en varas, que empeoró aún más la condición de un novillo mansurrón y aburrido que no tenía profundidad, y si a veces se movía era para nada, saliéndose de suerte repetidamente. Casi igual de distraído que el burel acabó el graderío, descontento con una faena en la que se intentó exprimir lo poco que había pero en cuyo intento se acabó haciendo vacía y algo larga. Sin embargo, cabe reconocer que el final de faena fue meritorio, consiguiendo ligar las embestidas del bovino jugando con las cercanías, naciéndole el aplauso a su labor. Una buena estocada le propinó, lo que hizo que incluso brotasen pañuelos de los tendidos. Se le concedió una oreja, generosa, gracias al buen final. Incomprensiblemente se llegó a aplaudir al animal en el arrastre.
El sexto de la jornada era colorado de capa, de buena badana y marfiles. Le apretó a Manuel Perera de salida, teniendo éste que darle espacios para que se moviera con mejores aires. Cumplió en varas, y se premió con una calurosa ovación el buen hacer de Antonio Vázquez, que saludó montera en mano. Por lo alto quiso empezar Manuel Perera, y se fue con la muleta en la mano derecha de rodillas a los medios, infartando a todo quien se atrevió a mirar. Lo ligó e hizo serie, y se hizo con el público. Desde ahí, puede que lo eléctrico del inicio no fuese una constante, pero le hizo cuanto un novillero debe de hacer “pa’ ganarse las papas”. Estando frente a un serio compañero de baile, no se amedrentó ni un pelo, sufriéndolo y disfrutándolo a partes iguales. A pesar de su falta de elegancia en la embestida, el novillo se movió en todo momento. Miraba para adentro con frecuencia, sin llegar a mayores, pero Manuel Perera no se dejó achantar por los ojos de la muerte. Si ya lo hizo en el inicio, en el final de faena más que nunca se jugó la vida entre las guadañas de la bestia, que se querían afilar en su pecho, besando los alamares del chaleco. Inamovible Perera. La plaza boca abajo, en pie. Por si fuera poco, le sembró una gran estocada que lo mandó a otros lares sin tardanza. Le arrancó de la testuz las dos orejas al novillo.
De novillo nada, el último de la tarde ya hecha noche era un toro. Serio, además. No permitió el lucimiento en el recibo capotero. Entró al caballo en una sola ocasión, en la que empujó aun pareciendo algo dormido en el peto. Las banderillas no se plantearon fáciles, pero no fue ello excusa para que se clavasen grandes pares que suscitaron la ovación. El esculpir muletero de Juan De María tuvo como objetivo principal meter en vereda las habitualmente bruscas acometidas del morlaco, intentando no aminorarlas sino hacerlas mejores. Lo fue bocetando, sin dejarse hacer pequeño por el manierismo del segundo de su lote. Le sonó alguna letrilla desde la piedra. Pero se le hizo un mundo con el acero, hasta tal punto que le sonaron los tres avisos. El animal, sin duda, era excesivo para alguien que debuta con caballos, alguien que viene de matar erales. Mal por esa parte. Así acabó la tarde. Fue silenciado.
Sacando conclusiones, la novillada del hierro del cual es poseedor Julián López “El Juli”, fue móvil y dio bastante juego, a excepción de quinto y séptimo, y destacando tercero y cuarto. La plaza, aun sin tener una gran entrada, fue hoy de los niños y jóvenes, que recordaron la Esperanza a quienes acudieron hoy al festejo y que algún día fueron como ellos. La tarde fue de Manuel Perera, que mató a la muerte, tocando las nubes de rodillas. Tomás Rufo estuvo mejor con su primero que con su segundo, pero el fallo con las espadas le privó del premio en su primero y el buen uso se la dio en excesiva generosidad en su segundo. Juan De María, debutante con los del castoreño, tuvo una de cal y otra de arena, pero ilusionó a sus paisanos. Gran ambiente para abrir Feria.
Cercanas las aguas, la muerte se hizo Vida frente a la muerte. Estremece y emociona ver cómo hay quien quiere seguir dándole su alma al de los marfiles. Qué grande es ser torero. Quiere serlo también mi verso:
De rodillas, vivo en muerte
Entregarse se hace eterno,
Esté ya el marfil inerte
O ya se esté el marfil moviendo.
Jueves 5 de agosto de 2021. Real Plaza de toros de El Puerto de Santa María (Cádiz). 6 Novillos 6, de El Freixo, para la lidia a pie y 1 Novillo de Fermín Bohórquez para rejones, para Sebastián Fernández (rejoneador), ovación con saludos; Tomás Rufo, ovación con saludos y oreja; Manuel Perera, oreja y dos orejas y Juan de María, oreja y silencio tras tres avisos.
Incidencias: previo al paseíllo, sonaron los acordes del Himno de Andalucía, acto seguido se guardó un minuto de silencio por los fallecidos a causa de la pandemia. Al finalizar el paseíllo, sonó el Himno Nacional. Tras parear al tercer toro de la tarde, se desmonteraron para saludar una ovación cerrada Antonio Chacón y Fernando Sánchez. En el sexto, Manuel Rodríguez ‘Mambrú’ y Antonio Vázquez saludaron.