spot_img
spot_img

Manuel Escribano y Sergio Serrano: Sueño de una Noche de Verano

Volviste. Te nos arrebataron, pero volviste. Tras un breve vis a vis en un día de cólera con el número 2, por fin, y esperemos sin horizonte avistable en tu presencia, volviste para querernos. ¿Qué es de ti, Madrid, que amas y dueles? ¿Quién es el alma que agita tus banderas besando los alamares que te pasean? Tu palma es el oro, el silencio tu abrazo. No se conoce ladrillo más bello, eres Emperatriz en medio de la anarquía. ¿Qué hacer si te fueras? ¿Qué morir duele más sino bajo tu sombra? Hoy has venido a vernos. Y la gala reluce. El Toro en tu entraña. Te visten toreros y chulos. No es mayo, Madrid. Pero sin duda, eres tú.

 

La corrida, cinqueña, es de Victorino, hierro que mana gris, así como lo hace el cielo madrileño cuando se le apetece. Y tres que no se van a dejar nada, absolutamente nada, dentro, fuera o en donde sea. No habrá sitio para la indiferencia.

 

Quería tanto Manuel Escribano que no encontró mejor reverencia al ladrillo que postrarse de rodillas ante ella y el dios toro. A portagayola, dio salida al primero de la tarde, ceñido el lance, fugaz el astado. El morlaco, cárdeno, de gruesas e imponentes mazorcas, era bajo pero serio, fuerte, sin un solo kilo de más. En el caballo, tomó una primera vara notable, apretando el toro en el peto. La segunda fue puro trámite, se dejó pegar sin más. Escribano tomó los palos. Ambos primer y segundo pares fueron al sesgo, de largo, embistiendo con sorprendente suavidad así como con remarcable prontitud el animal, impoluta la suerte en las manos del diestro de Gerena. Cerró tercio con un par al violín y al quiebro, recibido también de largo, ahora cercano al tercio, par de la Calafia, también en todo lo alto. Tras brindar a Isabel Díaz Ayuso, presidenta de la Comunidad de Madrid, vino la pañosa. Los comienzos exigían toreo para el toro, y así lo supo ver Escribano, desplazándolo a los medios entre aires. En su camino al destino así como en su estancia en el mismo, el franciscano fue falto de recorrido. Se quedaba a media o cuarto de arrancada, también se giraba en dos patas, buscando a la presa en acometidas suaves pero llenas de callado peligro. Allí nada había más que dos pitones, y tuvo que abreviar el diestro. Cogió la tizona para reventarlo, de una, en todo lo alto, en el sitio. Su oponente cayó igual que peleó: suave, sin abrir la boca ni hacer ruido. Derivó la efímera pugna en una división de opiniones cuya parte de pitos no justificó ni mucho menos la disposición y formas del sevillano, cuya ovación saludó.

 

Era un tren el segundo de la tarde, fino éste de agujas, playeras a su vez. Ahí, que se note el veranito. Se movió con ciertas dificultades en el capote de Sergio Serrano, pues se caía, a la vez que calcaba la suave terribilidad de su hermano, parándose lo mismo que apretando con hipnotizante miedo. A patas juntas acometió en varas, con la cara arriba en ambos puyazos. Heló la sangre en el tercio de banderillas, en el que la cuadrilla solventó. Brindó a Javier Mateos, quien un día fuese su apoderado, la muerte del toro. El inicio brotó la esperanza en los alberos de la Monumental, pues bien parecía que lo tenía en la mano. Genuflexo, lo llevó largo y por abajo. Pero cambió de pareceres el de los marfiles. Ingobernable, hizo por la presa. Y a partir de ahí, a pelear se dijo. En medio del reinado de Eolo, Sergio Serrano no se dejó caer. Firme como una vela, apostó al verde, aunque poco más que camino le fuese a granjear. Sus manos bebieron de la épica, pues escasas opciones más allá de ella existían. Entre arreones, desarmes, guerrilleo, andó el diestro albaceteño, queriendo flotar en el huracán. Justamente midió la faena. La espada fue su castigo, pues pinchó para luego estoquear con una colocación muy deficiente, demasiado trasera y caída, que sin embargo, no tardó en matar. Palmas.

 

El tercer cárdeno era esbelto en hechuras, degollado como lo son en su casa, astifino y cuajado de badana. Pocas luces habló en la esclavina de Saúl Jiménez Fortes, tanto en el recibo como en la senda al piquero. Allí, tomó dos puyazos en el sitio, en los que peleó lo justo y necesario, sin pena ni glorias mayores. Algún atragantón dejó previo a los palos, en los que la cuadrilla del malagueño estuvo sobradamente a la altura en medio de una gran exigencia. Brindó el matador al público, sin importarle que la montera cayese boca arriba, pues es sabia la suerte, y es el destino señor. Seguía pidiendo sin tapujos el toro. Buenos trazos pudo contarle a su compañero de baile, mermados en gran parte por el viento que no quería cesar. El animal quería mando y toreo, búsqueda y captura, a la vez que un estado de alerta constante, pues decía el peligro con el brillo de sus ojos negros. Tenía, pero no se le sacó todo lo que guardaba. Se le fue en tiempos y embestidas. Fortes, sin querer irse de él, no se fue hasta que el toro hizo por sus muslos. Un pinchazo y una bastante trasera estocada que requirió verduguillo sellaron la faena. Sonó un aviso, que precedió al silencio.

 

De nuevo de rodillas, frente a toriles salió a recibir a su segundo toro Manuel Escribano. Eternidades sonaron en lo que el animal de fino rostro y espadas, cárdeno también, quiso acometer ante la capa yacente. Parecía de otro siglo. Cuando finalmente se arrancó, fue con la cara por los cielos, cortando los respirares, yéndose a por el de luces, sin encontrarlo finalmente. Lo toreó con destellos en la seda. En el tercio de varas, brilló per se. No sé cuánto tiempo habrá pasado hasta que de nuevo, un toro se ha ensalzado a sí mismo como bandera ante el equino de ojos vendados. Dos puyazos dos. Curro Sanlúcar en la montura. De largo, tomó las dos varas en el sitio, empujando como si le fuere la vida en ello, sabedor de quien pelea. Riñones por puños, k.o dibujó en el peto. Antesala fue la ovación al del castoreño al tercio de banderillas, de nuevo bebiendo del oro. Si hubo luz en el primero, qué decir del segundo… mejor callar. El silencio abrazaba a las serpentinas de los palos, los arpones rasgaban los vientos de Madrid. Desde lejos, y al sesgo, esperando a la vez que yendo a por su oponente, fueron los dos primeros pares. Derrochando motor sin quemar ni una gota de gasolina en vano. El tercer par fue de antologías. Se sentó en el estribo para echarle un duelo a la muerte, que duró miles de años encerrados en segundos que contaba el reloj. Se decidió el toro y, en medio palmo, saliéndole al quiebro, Manuel Escribano le puso uno de los pares de su vida, ceñido, victorioso ante las armas de su rival. Acto seguido, brindó a una conocida suya, de cuya familia es cercano el diestro como aclaró en su dedicatoria. Se fue a los medios para poner la plaza boca abajo. Tras un pase cambiado por la espalda, se pegó a las pieles y se hizo grande, ligando, mandando, pudiendo. Por ambos pitones, el de Gerena le dijo que aquí estaba, y dejó claro a todo aquel que quisiera hacerle la guerra, que más le valía echarle un buen par de narices si quería traer la sombra a la luz que deslumbraba los ojos, haciéndolos llover. La faena no son palabras, son recuerdos que Escribano se dejó frente a la bestia. Nostalgias, dolores, que hizo palmas. La mano izquierda fue pura, con el pecho de frente y al aire. La derecha fue el mando, el frescor de la noche. Y las gentes se pusieron en pie en medio de un canto al cielo de Madrid. Con despaciosa viveza le hizo todo lo que quiso pedirle, que no era poco. Y tenía que llegar la espada. Lo mató, vaya si lo mató. Estocada en todo el sitio, que dio guadaña en breves a pesar de que sonó un aviso previo al fallecer del animal. Le cortó la oreja.

 

 

El quinto, otro tío, igualmente gris, era de litografía. Dos víboras tenía por pitones, siendo fino de panza pero fuerte como pocos. Para él tuvo que torear Sergio Serrano con el capote, bajas y suaves las manos, sin quitarle la tela, andándole hacia afuera. Tomó dos grandes puyazos. Quiso el de Albacete ponerlo desde los confines de la Tierra para que fuese al caballo, y parecía que podía funcionar. Finalmente no quiso ir desde allí, prácticamente desde los medios, y tuvo que aproximarlo al tercio del picador. Ya desde ahí, toreó la vara, en todo el sitio, peleón el cornúpeta, enriñonado en el peto del corcel que montaba Tito Sandoval. Fue ovacionado por su lucida labor. Los pareos fueron bien ejecutados, con exposición y criterio. Estos precedieron al consiguiente brindis al público de Serrano. Poderío pintaron toro y torero en el comienzo de las labores de muleta. La clase del morlaco y las muñecas del diestro metieron al público en faena de nuevo. Cadencioso, torero, le hizo maravillas a las arboladuras que tenía delante. Lento, pero pronto, y en la mano. Los años de banquillo duelen, pero imprimen un carácter que los grandes toreros son capaces de tatuar en las almas. En Madrid tenía que ser. Con ambas manos, encajada la efigie curtida en el abandono, lo soñó en medio de la noche. Grandes estuvieron ambos. Hablaron los riñones y las muñecas. Y volvieron las palmas, regando el cemento venteño una vez más. Llegó el acero, no fue éste tan brillante como la franela, plantando Serrano una estocada entera pero algo contraria y trasera. El toro murió bravo como lo fue, Venenoso su nombre, amargamente dulce su partida. El público premió al espada con una oreja y le pidió la vuelta al ruedo al burel, que no fue concedida por el presidente.

 

El sexto toro fue la clara estampa de por qué este animal es tótem para quien lo ama con su vida, al menos en su hechura, hiriente, brutalmente mitológica, de finos y homéricos pitones, y de alta techumbre. Le faltaban fuerzas en su caminar, que no en su derrotar. Y era serenamente provocador, a la par que tardo en velocidades, así como irregular en ellas. En el peto cabeceó, sin emplearse apenas. Y en banderillas, se dejó poner aun peligrosamente. Brindó a Ayuso el torero. Fortes intentó sacarle de lo que no tenía, es decir, opciones. A punto estuvo de hacerse con el de luces el herrado en un resbalón, pero no tuvo consecuencias el encontronazo. Mala pasada le jugó en su discurrir por los alberos el Victorino al malagueño. Tensa y breve fue la faena, en la que nada se pudo hacer. Pinchó varias veces hasta que consiguió enterrar la espada, que pidió descabello. Silencio.

 

Como se advertía, la tarde no dejó a nadie indiferente. El encierro de D. Victorino Martín fue de sublime presentación y variadamente dispar en comportamientos, exigente de principio a fin, con dos grandes toros como fueron 4º y 5º (al cual el público pidió la vuelta al ruedo, no concedida por el presidente), otro que tuvo opciones, que hizo 3º, y otros tres que poco o nada se dejaron: 1º, 2º y 6º. Manuel Escribano estuvo firme y ecléctico en su conjunto, impresionante en banderillas, remarcablemente a la altura de las mastodónticas circunstancias. Anduvo pragmático y breve en su primero, y brillante en su segundo, cuajando una de sus mejores faenas en el coso de la calle de Alcalá, cortando una oreja de mucho peso. Sergio Serrano se abrió paso de entre las sombras, haciéndose grande ante un lote también exigente, abreviante y firme en su primero, y ensoñado en el segundo, flotando ante un gran Victorino, al que le cortó otra oreja de ley. Se fue de vacío Fortes, que no fue capaz de aprovechar lo que su primero le ofrecía, y sin ninguna opción con su segundo, a pesar de su firmeza en ambos. La entrada fue de lleno según las escasas 6700 localidades permitidas, teniendo en cuenta lo que puede albergar esta plaza tanto por aforo como por legislación actual frente al virus. No existen igualmente excusas, por mucho que los representantes de Plaza 1 quieran esbozarlas, para intentar justificar que Madrid no pueda ser una plaza de temporada este año o el que sea. Si no son capaces de estar a la altura de la primera plaza del mundo, que ahuequen el ala, que no está el horno para bollos.

 

Balance positivo, al menos, en la reapertura de Las Ventas. La variedad hizo sudor y fiesta, todos sabemos que en ella reside la virtud. El ambiente fue Madrid, aun mermada ella. Y cada vez vemos más cerca la plena luz, que hoy se manifiesta en una llama que nunca se ha muerto, que comienza a tomar vuelo. Queden en el recuerdo las faenas, el recuerdo en el alma. Que duelan, si hacen falta. La luz es así: a veces quema. Pero qué grande es vivir, y ser del toro. Se va otra tarde al cielo, vuelve el velo de la noche. Y renace mi verso:

 

El gris es la luz en la muerte,

Es la muerte espina del camino,

Las rosas más rojas, más duelen,

Mas nunca dejan nada inerte.

 

RESEÑA

Sábado, 26 de junio de 2021. Plaza de Toros Monumental de las Ventas. 6 Toros 6, de D. Victorino Martín para Manuel Escribano, de grana y oro, división de opiniones y oreja tras aviso; Sergio Serrano, de caña y oro, palmas y oreja y Jiménez Fortes, de azul marino y oro, silencio tras aviso y silencio.

Incidencias: al término del paseíllo, se guardó un minuto de silencio como recuerdo a las víctimas de la pandemia. Tras romper filas, una fuerte ovación en agradecimiento por la ocasión sacó a saludar a los tres integrantes de la terna. Fueron ovacionados Manolo Sanlúcar y Tito Sandoval tras picar a 4º y 5º toro, respectivamente.

spot_img
spot_img
spot_img
spot_img
spot_img
spot_img
spot_img
spot_img
spot_img

RELACIONADO

spot_img
spot_img
spot_img
spot_img
spot_img
spot_img
spot_img
spot_img
spot_img
spot_img
spot_img