Curro Díaz siempre vuelve. Aunque le entierren, aunque etiqueten su toreo, aunque se olviden de él en San Isidro, aunque haya ‘aunques’ infinitos o sea sin espada -le hizo guardia por dos veces- como esta tarde. El jiennense se reivindicó en el Domingo de Resurrección venteño tras cincelar una faena torera de verdad, vertical, llena de arrebatada suavidad. Todo a golpe de natural. Qué manera de torear con los riñones, de echar los vuelos zurda en mano y coser hasta detrás de la cadera las embestidas de un gran toro de El Tajo. Fue este cuarto el ansiado maná en el peregrinar por el desierto de un baile de corrales. El Tajo, La Reina, Las Ramblas, Martín Lorca, Escribano Martín… Con semejante materia prima, se atisbó evolución en Borja Jiménez, entonado y serio en su confirmación, e involución en José Garrido, desdibujado ante el, eso sí, peor lote de la tarde.
De El Tajo fue el cuarto, un ejemplar largo y más suelto de carnes, abierto de cara, mostrando las palas. Empujó sobre un pitón e hizo sonar el estribo en ambos puyazos. Fue un castaño medido de poder, denominador común de la tarde, pero que tuvo una nobleza infinita. Embestidas llenas de clase, especialmente, por un pitón izquierdo que valía un cortijo. Curro Díaz lo vio claro y estuvo francamente bien con él.
Acertó en las alturas, las distancias y en la suavidad para echarle siempre la muleta por delante sin un solo tirón. Echar los vuelos para ligar los naturales con un temple exquisito por abajo y el toro del maestro Joselito respondiendo con transmisión. Hubo tres, cuatro tandas con la zurda, caras de verdad. Cuidó siempre la colocación, siempre al pitón contrario, relajado, vertical, dando el pecho en cada muletazo para recoger cada embestida detrás de la cadera. Toreó con los riñones y sonaron esos ‘olés’ atronadores, secos, de los días grandes, pese al tercio de entrada. Más encajado, más reunido, cada vez más arrebatado, después de un desarme por atracarse de toro. Era de premio importante, pero la espada le hizo guardia no una, sino dos veces, y todo quedó en una fuerte ovación desde el tercio. Ovacionado, el buen castaño de El Tajo en el arrastre.
Largo, alto, basto de hechuras, aunque con menos expresión que el anterior, el segundo lució pial de Las Ramblas. Fue un castaño con las puntas mirando al cielo que embistió cruzado de salida en el percal de Curro Díaz. Blandeó en los primeros tercios, donde pasó sin pena ni gloria, cortando, eso sí, en banderillas. Brindó al respetable el jiennense y le ofreció la muleta planchada entre las dos rayas con la diestra. Trató de ayudarlo a romper, siempre a favor del toro, pero el del hierro manchego no empujó en su franela. Deslucido y sin transmisión. Dejó, pese a ello, Curro, alguna pincelada suelta de ese talento que posee en sus muñecas antes de cobrar una estocada de premios. Especialmente por ella, saludó desde el tercio.
Rompió plaza un jabonero sucio también de El Tajo, algo cuestarriba, largo y lleno, muy serio por delante, enseñando las palas y abriendo la cara, que humilló con clase de salida en los lances a la verónica del confirmante Borja Jiménez. El de Espartinas revivió viejas rivalidades con Garrido en el pique en quites que protagonizaron, aprovechando la calidad del toro, que cumplió en varas. Por verónicas, el pacense, que dejó una media magnífica con el compás abierto; por chicuelinas de mano baja el sevillano.
Tras la ceremonia y un comienzo por bajo muy sevillano, lleno de sabor, en el que dejó trincheras de cartel, estuvo inteligente Borja Jiménez en su planteamiento, pues aprovechó la calidad del toro por el pitón izquierdo. Prácticamente monopolizado el trasteo por ese pitón. Muy encajado, hubo naturales largos, sin mácula, muy templados, aunque, por su medido poder, le costaba al jabonero a partir del tercero. Por eso, no rugió nunca el tendido. Lo leyó con astucia el sevillano para terminar con esa mano también citando de frente, con mucha verdad, vendiendo cada cite, para arrancar naturales notables de uno en uno. La media estocada, defectuosa, necesitó del descabello. Ovacionado, pese a ello.
Muy ofensivo y algo destartalado, el quinto, de Las Ramblas, fue ese castaño, grande, largo, con mucha caja, inmenso y muy despegado de tierra habitual los últimos años que ha lidiado la ganadería albaceteña en Madrid. Mostró cierta endeblez en los primeros compases de su lidia, donde ya le costó descolgar en los engaños. No mejoró en el último tercio, pues se deshizo como un azucarillo, pese al buen trato y la determinación de Borja Jiménez, que quiso mucho siempre, con los talones muy hundidos en la arena, porfiando siempre. Acortó las distancias y logró el de Espartinas arañar algún que otro natural tan lustroso como deslavazado, porque, en cuanto trataba de ligar el segundo y el tercero, su adversario claudicaba con estrépito. Lo mató de dos pinchazos y estocada antes de escuchar palmas desde el callejón.
Salió un colorado, casi melocotón, de La Reina, en tercer lugar, que blandeó ya desde el mismo momento en que echó las manos por delante en el primer capotazo de José Garrido. Fue devuelto nada claudicar por enésima vez al recibir la primera vara y salió en su lugar un sobrero castaño de Martín Lorca. Cinqueño, con desarrollo de pitón y amplio de cuna, fuerte y rematado por todos lados. Salió enterándose, muy pendiente de todo y echando las manos por delante como el anterior. Mal síntoma. Lo corroboró después blandeando tanto que fue devuelto en el último par de banderillas.
En su lugar, un tris de Escribano Martín, el otro hierro de la familia malagueña. Otro cinqueño. Largo como un transatlántico y hondo, de imponente alzada, muy montado, serio, aunque agradable por delante. Tampoco anduvo sobrado, pero pasó el corte. Fue un animal de arrancadas broncas y violentas, que nunca tomó por derecho, por abajo, las telas de Garrido. El pacense lo intentó por ambos pitones y, tras mostrarlo, optó por coger la espada, que no manejó con eficacia.
Cerró plaza el más ligero del encierro, otro castaño de Las Ramblas, alto de cruz, tocadito de pitones y amplio de cuna, con longitud de pitón y mazorca ancha, le cabían más kilos en su esqueleto. Contrastado capotero, no permitió a Garrido estirarse con el percal. Se dejó pegar en el peto y echó un buen tercio con los rehiletes José Chacón. Luego, el pacense le buscó las vueltas y se justificó con buena actitud, pero delante, no había más que otro animal vacío e insípido por dentro, que jamás quiso tomar la muleta por abajo. Lo mató de estocada desprendida.
Plaza de toros de Las Ventas, en Madrid. Festejo del Domingo de Resurrección. Un tercio largo de entrada. Toros de El Tajo (1º y 4º), La Reina (3º), Las Ramblas (2º, 5º y 6º), Martín Lorca (3º bis), devuelto; y Escribano Martín (3º tris), desiguales de presentación. El 1º, humillador y con clase, especialmente por el izquierdo, le faltó poder en el último tercio; el 2º, deslucido y sin pujanza; el 3º, bronco y de violenta embestida, jamás descolgó en la muleta; el 4º, buen toro, medido de fuerza, pero noble y lleno de clase, sobre todo, por el pitón izquierdo; el 5º, blando y deslucido, se apagó pronto; y el 6º, vacío y sin entrega, muy deslucido.
Curro Díaz (de verde botella y oro), ovación y fuerte ovación.
Borja Jiménez (de blanco y plata), que confirmó alternativa, ovación y palmas.
José Garrido (de rosa palo y oro), silencio tras aviso y silencio.