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Luque y Morante en la oscuridad

Luque se lleva una tarde en la que Morante mandó y Ortega se fue de vacío con un encierro descastado de Torrestrella

Es indiscutible el run-run que el cartel que se muestra pegado al azulejo, en la entrada del coso de la Merced, imprimió en sus tendidos y alrededores en una tarde tal y como la que estaba por venir. Agarrados al “Dios dirá” como si de un clavo candente se tratase, se engalanaban los allí presentes, a mantilla blanca en palco y cal roja en las arenas.

El primero en suerte correspondía a Morante de la Puebla. Ni mucho menos sobrado de remate, un punto brocho, fino de panza y badana, era negro y listón de pieles. Le duele más que a nadie a un, servidor, que escribe, el hallarse prácticamente acostumbrado a la excelencia capotera del diestro cigarrero. Qué despacio danza su capa, se hace la sombra en el sol y las moscas cuando torea. Esta vez a la verónica. Lo llevó al caballo con equiparable garbo, achicueladamente, para que el cuatreño tomase una única vara, trasera y un punto caída en colocación. De nuevo, la capa, otra vez por verónicas, pero más pareciendo que inventaba nuevos lances, ante un embestir algo desacompasado. En banderillas el toro hizo hilo aun sin ir sobrado de fuerzas, planteando leves apuros, pero a habilidosas manos de la cuadrilla. Comenzó el tercio de la franela, levitante el de La Puebla, encajado en caricias. Quiso tenerlo a mano baja y rebosada, lo quiso al ver auspicios de una posible venida arriba del burel, pero no pudo ser así en exceso, debiendo medir en alturas y duración. Emocionadamente andó el torero en lo que pudo gustarse en su planteamiento, mandando al vuelo y a resquicios brujos. Aunque no terminó de romper su obra, caló su caminar con un astado falto de fuerzas y bravura, que como virtud tuvo la fijeza, envuelto en una obediencia vacía de raciocinio. No quiso alargar por no aburrirlo Morante, así que mató, con una estocada algo caída que sirvió. Cortó una oreja.

Negro también era el segundo, más cuajado y rematado, astifino y algo cornigacho. Sin poder llegar a estirarse por completo lo tuvo que lancear de salida Daniel Luque, repitiéndolo en su tela y parándolo. Con buenas maneras lo llevó al caballo, donde el toro se empleó todo lo que le dejaron y más, fijo y encelado, en el único puyazo que se le impuso, repitiendo hasta sin vara. Infartantes, intensas, fueron las chicuelinas que le sonsacó Luque al animal, ceñidas como poco, que transmitieron a raudales. El tercio de palos vibró especialmente de manos de Raúl Caricol, que saludó una ovación tras poner dos grandes pares. Brindó el diestro de Gerena la faena al público. En medio palmo de baldosa lo recibió Daniel Luque con la muleta, jaleando las gargantas cada lance, completamente metidos en faena. Emocionante siguió en la siguiente tanda el percal, picante por las miradas que le propinaba el toro al de Gerena, por los amagos de susto que sin amedrentarse le aguantó. El toro tenía especia y decibelio de primeras, hasta que a mitad de la tercera serie hizo por rajarse, lo cual no consiguió gracias al poder de su lidiador, sin poder evitar sin embargo que se desinflase en acometidas. El previo picante era ahora pragmatismo ciertamente raspado, y tuvo que encerrarlo Luque, finiquitando con manoletinas que transmitieron. La estocada fue de libro, aniquiló al de los marfiles, que cayó rodado en cuestión de segundos. El toro fue aplaudido en el arrastre, y al torero se le concedió una oreja tras fuerte petición de la segunda, no atendida por la presidencia, lo que fue protestado.

El tercer toro que salió de toriles era negro bragado y axiblanco, de pitones finos, de puntas alzadas pero cerradas, con buen cuello. Juan Ortega tuvo que recibirlo sin luces, pues le arreaban y apretaban sus embestidas, a las que luego dio mejor salida por abrirle las distancias. Tras un efímero puyazo, se protestó al toro al considerarlo el público inválido para la lidia, hasta el punto de ser devuelto.

Salió el primer sobrero, digno de óleo, salinero de capa, cuajado de carnes y serpientes, de mirada brava. Un toro de plaza de primera, siempre se agradece. Repitió en la esclavina de Ortega, aun soltando algunos apretones, marcando la necesidad de ganarle la acción en el lance. En el caballo, el morlaco fue bravo y entregado en el único puyazo que tomó, tras el que demostró buena respuesta. La sección de pareos fue brillante, grandes los capotazos e inmenso el banderilleo, recibiendo una sonora ovación ambos Andrés Revuelta y José Ángel Muñoz. Genuflexo empezó su labor Juan Ortega, rebosado el toro, necesitado de mando y distancias. No respondió ahora tan bien como en los tercios anteriores, perdiendo las manos en diversas ocasiones y amorcillándose rápidamente, pidiendo adentros sin más. Algún lance suelto y el mero macheteo fueron los componentes de un brevísimo cara a cara, que terminó con dos pinchazos y una estocada entera que lo hizo echarse sin tardanza. Pitos sonaron en el arrastre del animal, lo que pudo ser y no quiso. División de opiniones, para nada intensas en cualquier caso, suscitó la actuación del espada.

Despegado del suelo, ensillado sin ser especialmente alto, así como negro, bragado y axiblanco fue el enlotado como cuarto de la tarde. Morante lo tuvo encima cuando salió, sufriéndolo en el recibo, disparado e incierto por instantes. En el caballo, todo empezó rodado, con un muy buen primer puyazo que luchó con ahínco bravucón, hasta que se torció bajo el mismo castoreño, que sin darle más que milésimas para oxigenarse lo volvió a varear intensamente y con peor colocación, lo que dejó la mitad del toro que había salido por toriles. Acortó en recorridos y en codicia, que creció por momentos en banderillas, en las que se buscó cumplir sin más y a toda prisa. Morante estuvo para unos bien, para otros no tanto. En lo que a mi humilde opinión respecta, lo vi dispuesto una vez entraron en faena ambos toro y torero. Otra hubiera sido la historia si el trato en varas hubiera estado dotado de mayor criterio. En definitiva, Morante no se cansó con un animal cansado. Tiró de repertorio y recursos, estuvo distinto. Llegó a los tendidos tras querer éstos mandarle a casa pocos momentos atrás. Le recetó una estocada que lo rodó en un pestañeo. El público le ovacionó sin pensárselo dos veces.

No hay quinto malo, o eso preciso esperar, este era negro de pieles, de justos pitones pero buena badana y cuello. El recibo capotero de Daniel Luque pretendió ser liviano, repitiendo en su acometer el cornúpeta, pero sin terminar de transmitir con su embestida. Recibió un buen primer puyazo, y un picotazo en segundo lugar. Laboriosas las manos en el tercio de banderillas, sin mayor lucimiento. Desprendiendo un aura igualmente liviana, Luque ahora quería tenerlo en sus manos, mandándolo en despistes y haciéndole sonar hasta la música a un franciscano de embestidas informales y escasas de profundidad más allá de la que el poder de su lidiador le exprimía. De estar por encima de las guadañas iba la cosa, que los retazos se convirtiesen en pincelada, aunque fuere impresionista ésta. Le tragó cuando se lo pedía, a pesar de tener delante a una catarata de mansedumbre. Hizo faena de donde no la había, mostrándose muy por encima del bovino. Con la espada ejecutó bien la suerte, con la mala fortuna de sacar la espada medio palmo en lo que la soltaba, lo que dejó puesta una media. Necesitó utilizar el descabello, siendo preciso a la primera. Se ganó la oreja.

Poco más que algún lance suelto de quilates se derramó del recibo capotero de Juan Ortega al último de la tarde, fino de agujas y de buen cuajo corpóreo. El tercio de varas se resumió en un único encuentro, en el que el toro cumplió lo justo, perdiendo las manos bajo la grupa. Brindó al público onubense Ortega. Queriendo puramente, a media altura y sin turbarse lo más mínimo arrancó faena el sevillano, con un toro poco encastado y distraído. Suavemente lo buscó, sin hallar agua en un mar de arena. Tenía poco, o nada. Muletazos sueltos, que querían escribir aun sin papel o lápiz. No pudo. No tardó en irse a por el acero, que enterró, sin embargo, tardó en marchar con Caronte. Una ovación quiso sanar el dolor del vacío.

El encierro de Torrestrella no cumplió con las expectativas, mostrándose irregular en presencia a pesar de su correcta presentación. No destacó en especial ninguno de los ejemplares del hierro gaditano. Morante estuvo dispuesto, peleando el mando del toreo desde la trinchera que hoy le planteó la circunstancia, firme como una estaca y torero como él sólo. Daniel Luque prosigue su escalada, dejándose ver en su actual estado de gracia, brillando con todo lo que se le pone por delante, sin ser menos la tarde de hoy, llevándosela en el bolsillo con una oreja en cada toro. Juan Ortega tuvo el lote de menos opciones, sin poder hacer su toreo más allá de detalles de encaje, fiel a su concepto. El público esperaba más de una tarde como la que se planteaba. No salió plenamente satisfecho, principalmente por la imposibilidad de mayores luces con una corrida como la que salió de toriles.

La expectativa superó a la realidad, para lamento del aficionado. El toreo es algo efímero a la vez que eterno, pero hoy… se nos escapó de entre las manos. Verso y me voy:

Arena es el toreo
Si la brisa no levanta
Y lo eterno muere lento
Si la suerte no decanta.

RESEÑA

Sábado, 31 de julio de 2021. Plaza de Toros de la Merced (Huelva). 6 Toros 6, de Torrestrella, para: Morante de la Puebla, de verde esmeralda y oro, oreja y ovación con saludos; Daniel Luque, de tabaco y oro, oreja con fuerte petición de la segunda y oreja; y Juan Ortega, de verde hoja y azabache, división de opiniones y ovación.

Incidencias: se desmonteraron, tras su buena labor en banderillas, Raúl Caricol en el 2º; y Andrés Revuelta y José Ángel Muñoz en el 3º. El tercer toro de la tarde fue devuelto, saliendo en su lugar un sobrero del hierro titular.

 

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