El tercero salió con el freno de mano. Le costó romper a embestir y pareció siempre que le costaba pasar, a pesar de su fijeza. Por ello, requirió del mando de Luis Bolívar, que se había echado de rodillas en el recibo de capa y, luego, trató de empujarlo para que terminara cada muletazo. Volvió a ponerse de hinojos en el prólogo del trasteo y fue una faena, realizada al abrigo de las tablas, en la que siempre tuvo que atacar al toro, ganarle un paso entre cada muletazo y anticiparse en cada acción. Así logró ligarle las series y llegar al tendido. Lo mató de buen espadazo y cobró una oreja.
Rompió plaza un toro guapo y bien hecho, bajo, armónico, tocadito de pitones, rematado, que tuvo muy buen fondo, aunque estuvo lastrado por su poca fuerza, lo que condicionó toda su lidia por parte de Bolívar, que estuvo inteligente con él. Supo leer sus alturas y distancias para que se derrumbara el animal e incluso corrió a su cargo la lidia del animal en banderillas. Desde el inicio de faena, trató de afianzar el animal el caleño en una labor llena de suavidad. Ni un tirón. Así pudo en el tramo final exigirle una brizna más. Faena de ajuste basada en el pitón derecho, porque el viento le molestó al natural. La estocada, certera, animó a pedir los pañuelos, pero todo quedó en ovación.
Virtudes y defectos tuvo el quinto de la tarde. Un animal al que faltó recorrido y transmisión, algo que tuvo que poner Bolívar, pero que también contó con fijeza y que metió la cabeza en la muleta con cierta bondad, incluso, clase. El número uno del toreo colombiano no escatimó y quiso mucho desde que se abrió de capote. Trató de ahormar su condición y de entregarse delante de sus paisanos. Se echó de rodillas en busca de ese interés del público y siempre provocó y alegró sus embestidas con la voz. Mandón con la diestra, destacaron del conjunto naturales de muy buena factura. Era de premios, pero marró con el acero y todo quedó en silencio tras aviso.