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“Let it Be”

Más vale maña que fuerza, que sea la fuerza sólo la de espíritu la que se imponga. Cuánta falta hace paz en nuestros tiempos, más parece que el mundo se cae a pedazos en los ojos y en las bocas de la gente. Ya no es ser o no ser, ahora el ser humano se pregunta cómo ser.

No es que un detalle pague una entrada, pero si en algo se fija el buen aficionado es en los rescoldos de inmensidad que quieren arder en cada pequeña cosa que se le postra en torno al ruedo. Vuelve el toreo que tanto dio de sentir a nuestros abuelos, de los que tanto tenemos que aprender. Es el arte basado en la verdad de nuestra naturaleza antropológica, la más inherente al ser humano, que de una forma o de otra, se encuentra en su misma esencia dentro de cada uno de nosotros. Es la naturalidad.

Muchos se preguntan qué es la naturalidad, y yo me pregunto cómo dejarme ser, sin forzares, sin yugos. Nunca fue ni será tarea fácil, ni para el artista ni para el espectador del arte, ni tan siquiera para el Creador o su criatura. La rigidez acecha al ser humano en la era digital, en la que la pantalla le domina a él y a su realidad. Ya no son sólo las voces de sus demonios, ahora a ellas se suman las voces de los demonios de otros, que se derraman en los mentideros virtuales, en las vidas que otros nos cuentan (sin verdad que valga), y por tanto en las artes y en los quereres.

Es muy complicado descomplicarse frente a la vida eterna. También frente a la muerte. El de los marfiles igual se entrega que no perdona, y no valen pasos atrás. En todo momento se puede nacer en naturaleza, que no sólo hay cabida para la pureza de la sencillez en los días más soleados. A veces no sólo se basa en la relajación o la serenidad, sino también en el desgarro, el arrebato o el llanto más desconsolado. Se trata de lo auténtico, sin tapujo que quepa.

En los días que hoy corren, siente más el alma humana sin rodeos. Ya pasaron artificios, que seguirán pasando, pero lo de siempre ahí está para volvernos a hacer sentir, hablemos de una efigie vertical o de una carta de amor. Miramos hacia atrás en busca de nosotros mismos, y no es de extrañar.

El encanto reside en la pureza del dejarse ser, con lo propio, sin forzar lo que no está en manos de uno. Andando el camino que a uno corresponde tanto se llega al Cielo como pasan los animales, y pasaremos nosotros con ellos algún día. Pero no hay verdad que muera, por mucho que hay quien la quiera ver muerta. Con que la dejemos ser basta.

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