Emocionante, exigente y bravo encierro de D. Adolfo Martín, ante el que matadores y cuadrillas se mostraron a la altura. Firmes, dispuestos y entregados estuvieron los tres espadas: Juan del Álamo, Román y José Garrido.
Nunca fue el Cielo mal sitio para buscarse. No importa si lo cubren nubes, o el metal, que el hombre se las ingenia para rozarlo con los dedos. El marfil hoy brilla de otro modo, se acaba San Isidro, o lo que ha sido este año.Se escapa el tiempo. Hoy, gris en los corrales. El toro, que era tiempo, es hoy Tótem. Se nos va la vida, y nosotros aquí. Pero respiren. El santo está aún en Madrid, y aguarda con su cayado al sentir de las bestias. Abran el telón, por última vez este año.
Buscaban las nubes los afilados cabos del antiguo de hechuras, cárdeno, primero de la tarde, serio. Arreando que salió, brío y fiereza en su baile con la capa de Juan del Álamo, que se lo sacó con criterio de rayas afuera. Tomó dos varas, en las que su pelea fue notable, a pesar de echar la cara arriba a cada tiempo. Buen quite brotó de la esclavina del torero salmantino, verónicas ceñidas y encajadas, con acople. En banderillas no humillaba, pero bien lo hizo la cuadrilla, lidiando y pareando. Tras brindis a su suegro, Juan del Álamo recibió con la rodilla flexionada al morlaco, llevándolo cosido, midiéndolo porque se caía a veces. No iba muy sobrado de fuerzas, tampoco de recorrido aunque era de piernas rápidas, girando en dos patas. Ante ello, perdió pasosy le tragó el diestro. Daba sustos, haciendo por coger, sin conseguirlo por el oficio de su lidiador. Más corto se iba quedando el toro según avanzaba la faena. Pero no medró esto al matador, que lo tenía en la canasta, llegando su trabajado pulso a los tendidos, exponiendo a pesar de la incertidumbre que las salidas de la muleta tenían. Su faena fue firme, lúcida, oficiosa. Un epílogo de cátedra en colocación ya espada en mano, trincherazos y pinceladas, dio paso a una estocada casi entera, un punto tendida, que selló rápido. Tras petición mayoritaria, incomprensiblemente no hubo trofeo, mal el presidente. Vuelta al ruedo.
Igualmente serio, de finas y largas espadas, era el bajo segundo, cárdeno también. Lo toreó enteramente para él Román de salida con el capote, lanceando por adentros, a humilladas pero algo indecisas embestidas. Bravucón en el caballo, se erguía de riñones desde el albero. Un puyazo pareció suficiente, del que salió parado el animal, pidiendo tregua. Tiraba líneas en la brega de los palos, ante los que se mostró apretando a quienes lo banderilleaban, que cumplieron con creces. Brindis al público de Román, que lo desplazó afuera de los tercios en los inicios. No humillaba el toro de primeras, y si lo hacía era en medio del jaleo de su bronca acometida, leñeando. Miraba con descaro los muslos que se le presentaban, llegando a querer quedárselos, milagrosamente sin éxito. Pedía mando, aire, en mares de miedo. Bien podría un fórmula uno envidiar la aceleración del burel, que pasaba de ser piedra al mismísimo huracán. Valentísimo Román, cruzándose entre los machetes del bicho, que con gusto le hubieran rebanado las carnes si hubiera cerrado los ojos un sólo segundo, cosa que no hizo. Se entregó a morir, mandando en los infiernos, pase a pase. La plaza en pie. El toro tenía el universo en los ojos. Las gentes, el corazón en un puño. Para acabar, pinchó atrás pero arriba en dos ocasiones, y puso una media caída y tendida, pero agarrada, que precisó verduguillo. Un toque volvió a la bien nombrable fiera a su reino. Saludó una sentida ovación, tras correspondiente aviso.
Si serios eran primero y segundo, no iba a haber dos sin tres. Le cabía la M-30 entre las puntas de los pitones al cárdeno oscuro, que fue jaleado al brotar del toril. Una pinturera media sopló el polvo que levantó el previo lanceo de José Garrido. Trabajoso primer puyazo, bien tomado, y, tras una torerísima colocación en otra estrellada media, se le marcó en su segunda entrada al caballo. Medía en los palos, queriendo prender, sediento de muerte, ante lo que no se dejó querer la cuadrilla de Garrido, que dio la cara sobradamente entre las tinieblas. El diestro empezó andándole hacia los medios, adonde se lo llevó con maneras, deslució el astado cayéndose en el final de serie. Serena y a la vez poderosa lo esperaba la muleta del torero extremeño, sabiéndole hacer, sobre las piernas entrelances, como una vela en el embroque. Medias acometidas del animal, muleta planchada del espada, de vuelos, que poco se dejó ganar la suerte, sólo le desmontó una vez, que podrían haber sido unas pocas de no ser por la firmeza e interrelación de circunstancias hecha muletazo. Distinto a sus hermanos en formas, también lo era en el peligro, que era callado, pero seguía ahí. Firme, preparado, estuvo José Garrido. No tuvo suerte con la tizona, pinchando primero, con estocada baja y en mal sitio en lo estético, que sin embargo se lo llevó rápido. Silencio.
No soy de poner nombres si el toro no destaca, o al menos hasta que lo hace. Pero es que este se llama Madroñito. Y es inevitable recordar. Si hace honor a su nombre, es para irse a hombros, veremos a ver. Bien construido, trapío notable, bellas hechuras, cárdeno, cómo no, aplaudido al salir. Cantaron las cuarenta torero y toro de capote, por bulerías de Jerez, compás indomable, rápidamente eterno, en verónicas y medias del Tiempo. Quiso Juan del Álamo ponerlo desde lejos para el picador. Y de largo se fue, en uno de los mejores puyazos que se han visto en este San Isidro, preciso y exacto, brava pelea. Lo quitó el director de lidia por verónicas apretadas, derrochando el toro humillación en sus embestidas. Y Madrid es Madrid hasta cuando no es Madrid. Y quería verlo de nuevo, cosa que de primeras no vio el diestro, que tras proponer un desacertado cambio de tercio hizo que su varilarguero se parase en su camino al patio de caballos para ponerlo una segunda vez. No estuvieron muy precisos los capotes en un principio, pero finalmente consiguieron pararlo en los medios. Y fue. Otro puyazo de libro, en el sitio, galopado y empujado, en el sitio, caviar ruso para el Aficionado con mayúscula. Ovación cerrada para Ángel Ribas, que a pesar del peto nos trajo de vuelta tiempos lejanos, en los que el oro era para el piquero. Honró la chaquetilla. Y no fue menos el tercio de palos, galopado igualmente, banderillas en el sitio, asomadas al balcón. Saludó montera en mano Roberto Martín «Jarocho». Ante lo que se quería imaginar el deseo, se fue a brindarlo al público Juan del Álamo. No sé muy bien dónde quedó Madroñito. Fue bronco y complicado, mucho más que exigente, de mandar. Acortando viaje, pegaba viajes de desmonte en el intento muletero. Rompió una muleta. Se perdió el animal en su propia sombra, aun siguiendo fiero, era ahora deslucido. Y no se hizo la luz. Metisaca en tres ocasiones, media lagartijera en finales, que sirvió. Silencio.
Otro tiarrón hizo quinto, ¡más serio todavía que sus hermanos! Pues más fuerte le ovacionaron si cabe. Cárdeno, astifino, degollao, rockero. A sabroso y cañero recibo de Román, a la Verónica, el toro repetía, embistiendo con motor y picante. Como en su primer toro, un sólo puyazo le puso el del castoreño, empleado, eso sí. Complicado lo ponía en palos, le costó a la cuadrilla del valenciano el par central, que se puso casi en la nuca, deslucido, de sobaquillo, pero a excepción de ese, resolvieron sus hombres. Brindó de nuevo al público. Imponencia inerte transmitía el toraco, y Román tuvo que ir encontrándolo poco a poco. A base de cruzarse, bañándose en ímpetu en los cites, arrancó buenos muletazos. Hablándole con las manos, le dijo «aquí me tienes». No se achantó el de Valencia ante el quieto peligro. Abstracta fue la faena, de brochazos sueltos, pero fue su lienzo el pundonor y la entrega. Finiquitó a pies juntos, firmando su pieza. Sonó un aviso. No hubo espada, pinchando tres veces, descabellando luego a la primera. Ovación con saludos.
Negro entrepelado el último de la tarde, ni mucho menos menor su presencia, fino pero serio. Rebrincado y repetidor fue de salida, pero las palmas de José Garrido no se dejaron amedrentar, templando los envites, rematando con luz. Lo capoteó de perlas, a delantal limpio, para dejarlo en el caballo. Cara alta en su primera pelea, en la que cumplió. Lo quitó Garrido por calladas verónicas, dejando al toro largo para picarlo. Y le puso un buen puyazo, señalado pero en el sitio. Entre palmas se fue Óscar Bernal que saludó desde su montura. Cumplió de manera práctica la cuadrilla en las banderillas. Brindó desde los medios al graderío. No decían gran cosa las primeras embestidas del animal, que se frenaba y se caía. Ganándole la acción llenándole de caricias fue acoplándose José Garrido a la bestia. Se lo quería traer a la cintura, y lo llevaba toreado, pero le faltaba final de embestida al animal, sin redondear casi ninguna, lo que se comía la transmisión. Esto lo solucionó el extremeño acortándole el trazo y buscándolo en corto, mimando en la exigencia. Acabó pinchando arriba en dos ocasiones, sonando un aviso, estocada contraria y caída de rápido morir para cerrar telón. Palmas al toro en el arrastre, silencio al torero.
Variada, emocionante, muy exigente y sin sobrar opciones, pero brava en líneas generales fue la corrida que hoy lidió D. Adolfo Martín en Vistalegre. Poco hay que decir de la presentación de los toros, sobrada, de sombrerazo. Toros, todos y cada uno, dignos de plaza de primera. Todos tuvieron su punto de picante dentro de la variedad, más escasos unos, más persistentes otros. El 4° fue el más destacado en los tres primeros tercios, perdiéndose luego en la franela, cambiando a peor. Aprobó con nota la corrida en el caballo, con dos toros, 4° y 6° que acudieron de largo, con brava pelea ambos. En la muleta pedía oficio a raudales, ante lo que los matadores sentaron diplomacia, los tres. Juan del Álamo estuvo muy cerca de tocar pelo en su primero, de no ser por un pinchazo no se le hubiera negado la oreja, eso sí, mal negada, pues la petición hacía mayoría, y más flojas peticiones se han atendido en este ciclo. Nada se pudo con su segundo, que prometía de primeras, y negó de segundas. Román se alzó en medio del miedo. Mantuvo al espectador con el ojo cosido a todo aquello que hacía acontecer en la plaza. Llovió valor en sus dos toros, especialmente en su primero. Oficio y firmeza, madurez y juventud. Se le fueron las peludas igualmente por el mal uso de la espada. José Garrido, como acostumbra, caminó en barrocas y toreras maneras, toreando despacio con muleta y capote, pero sin mayor lucimiento por falta de recorrido de su lote, quizás el de menos aguas. Falló también con la espada, lo que le cerró las puertas. Bien las cuadrillas, tanto hombres de a pie como varilargueros, que estuvieron a la altura de un ganado muy exigente y poderoso, así como peligroso de cuna. A mejorar en los tres diestros la espada hoy, que no entró en ninguno de los seis toros a la primera.
Muy entretenida fue la tarde de hoy. Toros fieros, bravos, toreros firmes y dispuestos. Varas y palos, capote y muleta. Sólo faltó, vaya si faltó, espada, una pena. Pero eso no quita todo lo demás. Se nos va este atípico San Isidro, a juicio del aficionado queda denominarlo como tal. A pesar de no ser en La Meca del toreo, como por ley debe de ser, y no haber derrochado peregrinaje salvo en las últimas tardes, hemos vivido el toreo, la sangre y la gloria. Toros serios en lo general, que hubieran sido mejor recibidos por el aficionado si la diversidad de encastes y hierros hubiera sido mayor. Nada mal para las circunstancias, no cabe duda. Pero hay que seguir creciendo.
No pierdan la Fe, que es un clavo ardiendo en la penumbra que nos quieren asolar. Vivan llenos, libres, en lo grande y lo pequeño, en la salud y la enfermedad. Que la mascarilla no tape la muralla de marfil, la más bella del mundo, que es nuestra sonrisa. Ahora sí llega la noche, y el Santo, sabedor de que es su hora, vuelve a los Cielos a esperar un nuevo mayo. Abracemos el tiempo. Y cerremos el telón del Santo, un año más. Sellaré en verso:
Se va la arena,
Se fue ya el tiempo,
Queda la espera
En nuestro adentro;
Es la bandera
Del sentimiento
Para nosotros
El toro negro.
23 de mayo de 2021. Plaza de Toros de Vistalegre (Madrid). 6 Toros 6, de D. Adolfo Martín, para Juan del Álamo, Román y José Garrido. Juan del Álamo, de blanco y plata, vuelta al ruedo tras fuerte petición y silencio; Román, de blanco y plata, ovación con saludos tras aviso en ambos, y José Garrido, de azul marino y oro, silencio y silencio.
Incidencias: fueron ovacionados, tras picar, Ángel Rivas, en el 4°, y Óscar Bernal en el 6°. También, se desmonteró Roberto Martín «Jarocho» tras parear al 4°.
Ricardo Pineda