Mirar atrás no está tan mal. En lo que parece difuminarse la maldita pandemia que tanto nos ha quitado, y con ella su actualidad, la reminiscencia triunfa, y con razón. Durante casi dos años en los que se ha cumplido para muchos el “tiempos pasados fueron mejores”, el joven hace por buscarse en sus raíces, aun sin haberlas vivido en muchos casos, buscando lo bueno en lo auténtico de lo que algún día fue. Maradona vuelve a boca de muchos un año después de irse, suenan de nuevo músicas de pura cepa (que no de variante), la tradición se sacude a lo pasajero y, en definitiva, lo retro vuelve a la carga. Introspección de lo que pasó al recuerdo es el día de hoy, es lo que se busca y se ama, todo cuanto se desea. Parecía que lo auténtico había pasado a mejor vida. Pero al fin, hace por volverse a volver.
Sin ir más lejos, hace pocos días, Ibai invitaba a su streaming a Ramón García, leyenda viva de la televisión española, para anunciar su retransmisión conjunta de las campanadas del año nuevo 2022 a través del canal de Twitch del propio Ibai. Sin duda, un crossover de los gordos, una barrera más rota por quien se abre paso como una de las voces de una generación. Nada parece imposible a día de hoy para el polifacético vasco, que ya se ha codeado con quien ha querido. Momentos después del anuncio en el directo, llegó la tralla. Ramón proponía a Ibai traer de vuelta el legendario Grand Prix, para comentarlo juntos y retransmitirlo por Twitch. Se caía el estadio.
Dicen que segundas partes nunca fueron buenas. Díganselo a Corleone y su secuela, a Mobb Deep y Shook Ones pt. II, a J.K Rowling y la Cámara Secreta, o a Fra Angelico y su Anunciación de San Marcos. No siempre el dicho se cumple, pero con Gran Prix la cosa está por ver. El debate “con vaquillas/sin vaquillas” no tardó en aparecer en redes. El ruido de siempre.
Lo cierto es que segundas partes son buenas únicamente si la esencia no se echa a un lado, solamente si no se busca el éxito por encima del propio fin, que es la historia, la música, la letra, la pintura, o, en este caso, el Grand Prix en sí. Todo giraba en torno a la de los pitones, siendo ella el plato estrella indubitable en el transcurso de cualquiera de sus programas. Era ella el motivo por el cual millones de españoles encendían la televisión para sintonizar La 1 en las noches de verano. Y sin ella no había Grand Prix. ¿O acaso no se fijaron en el logo del programa?
Y, ¿volverá? De momento es solo una esperanza, que no es poco ni mucho menos. Éxito tendría, desde luego. Por mucho que el ruido se cierna sobre una “adaptación a los tiempos que corren”, no debería de plantearse suprimir a las vaquillas del propio programa. Si se les excluyesen, ni eso sería ni volvería a ser lo que fue Grand Prix. Terminaría por ser un concurso más, caduco.
Cuando se tiene la oportunidad de volver a lo que parecía haberse ido, es en la esencia en donde reside el fundamento. En la esencia está lo que no perece, y no en el “qué dirán”. Si la esencia no es recuperable, mejor no deshonrar. Y es que vivimos en tiempos en los que, a pesar de la voluntad de reminiscencia del pueblo, el dinero es quien parece abrirse camino sobre el sentimiento, sobre la verdad de las cosas. Vivimos en un mundo en el que para homenajear a Maradona, se organiza un partido homenaje en Arabia Saudí y no en La Bombonera o en el estadio que lleva su nombre. En un mundo en el que los mafiosos ya no visten de traje, sino de chándal, un mundo en el que cualquiera que sepa emitir un ruido producible se autoproclama rapero, un mundo en el que la magia va de la mano de los billetes. En nuestra mano está elegir en qué mundo queremos vivir. Si se nos muere el alma, no tardaremos en irnos detrás.