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Gloria y Pena para Morante en Vistalegre

Es muy fácil caer en lo pasteloso a la hora de idear unas palabras que sirvan como introducción para lo que hoy se acontece. El mea culpa se asoma a mi ventana y me deja descompuesto, impotente de mis letras, mas aún siendo mi deseo que quien las lea, las haga tan suyas como son de mí.

Se me ocurren mil palabras. Hoy, comulgan juntos años, vida por vivir, técnica, arte, arrebato y elegancia, todo ello en su justa y necesaria medida. Todo ello junto, acarrea consecuentemente un ojo que de tan claro es casi transparente y líquido, que se posa, como si de un halcón se tratase, sobre cada milímetro del amarillo albero que hoy baña los campos de Carabanchel. Como debe de ser, sin leña no hay fuego.

Esta tarde es de clavel. Hay quien no las traga, hay quien vive únicamente de ellas. Y qué. También hay quien, callado, reposando su alma en el cemento, hoy plástico, derrama su alma viendo lo bueno y lo malo. Y tiene que haber de todo en la Viña del Señor, cada parte de nuestra Fiesta es tan necesaria como indispensable. Todo ello, junto, es cada uno de nosotros, cada herida, cada triunfo, cada silbido, cada palma. Tres de luces, que tanto han hecho sonar a la grada. Cuando se torea de verdad, ahí no hay quien no se levante del asiento. Y si no, que baje Dios y lo vea.

Salía en primer lugar de toriles un serio astado, de capa castaña chorreada, cornalón y de largo tren. Buen capote le dio Enrique Ponce de salida, embistiendo bien en la rosa tela, repitiendo, falto el toro de un poco más de acople en ciertas acometidas. Sorprendió en el caballo entrando fuerte, partiendo la primera vara que tomó. Lo sacó Ponce del caballo, quitándole luego por Chicuelo, con finura elegante, para luego colocarlo con cierta distancia en los terrenos del del castoreño, acometiendo con brío y partiendo en otra ocasión la segunda vara que pasaba por sus manos. Quién lo diría, ¡un Juampedro! Hay quien quiso achacarlo al mal estado de la madera de las varas, pero prefiero ser un romántico. Además, es innegable que entró con fuerza. Intentó el quite sin éxito Morante de la Puebla. Bien lo lidió y pareó la cuadrilla del valenciano. Inició con pose genuflexa el diestro de Chiva, repitiéndole el de los pitones en su muleta. Tenía transmisión y humillaba el animal, y Ponce lo supo bien, aprovechándole aún más en la segunda serie, en la que hizo sonar la música. El toro, a partir de la tercera, comenzó a apagarse progresivamente, en comparación con sus primeras embestidas. Le insistía el torero, que no quería dejarse nada en el ruedo. Y se arrimó, y trazó con sus telas buenos muletazos sueltos, dejando notables detalles ante un compañero bueno de primeras, que muy poco duró. Se fue a por la espada, la cual colocó algo contraria y trasera, por lo que precisó del descabello, con el que rodó al toro a la tercera. Silencio.

Negro toro el segundo, de menor vuelo y escasa vitola sus pitones. Rompió males de ojo Morante en su plegaria con el capote: suave. Verónicas que arrancaron a aplaudir a los presentes, como quien palmea a un cantaor. Se lo llevó al caballo de picar, en cuyo camino clavó las defensas en el suelo en lo que humillaba. Tuvo dos buenos encuentros con el peto, empujando de riñones, de los que sin embargo salía algo frío. Apretó hacia adentro en palos, ganando no obstante en chispa el cinqueño, en una gran labor de los hombres del de La Puebla. Se lo sacó Morante de las rayas de picar, queriendo perderse de la brusquedad que mostró en el tercio anterior. Y, en efecto, respondía mucho mejor de rayas para afuera, donde el maestro cigarrero lo ligó a base de caricias. Aprovechando el buen fondo del animal, a pesar de su escaso recorrido, cinceló sobre el cedro con gubia despaciosa, sabedora de lo que hace, sabias las manos. Tras una pequeña laguna al mostrar cierto desgaste el astado, se resarció Morante expirando con las muñecas y la cintura, de frente, y posteriormente, haciéndolo añejo, doblándose con él en el macheteo por abajo. Tizona empuñada, la clavó algo tendida, pero sirvió de sobra. Una oreja de peso premió el buen bajío de su obra.

 

Negro también era el tercero de la tarde, listón éste, de astas finas, bajo, pero de buena presencia. Pablo Aguado lo esperaba con la capa en las palmas, quieto. A suela asentada y compás cortito, mecía sus brazos por ambos pitones, con un sabor que se sabe natural. Entró una sola vez, empleadamente, al caballo de las varas. Abriendo más ahora el compás, le pintó colores a un cielo cubierto, rematando con tintas goyescas. Con cuatro palos pasó. Brindó la que sería su pieza al maestro de maestros, el alma que reposa a día de hoy sobre el trono de la guitarra, Don Vicente Amigo. Comenzó aliviando cadenciosamente las embestidas del toro, que eran en principio largas y de ritmo doblado. Brisas eran los vuelos, los años no pasaban en rápido balde. El astado se rebasó al principio, fue acortando y parándose luego. Pero a nadie amarga un dulce, y Aguado fue tirando caramelos sobre la arena, de uno en uno, sonriéndose como el niño que se sabe capaz. No alargó en exceso pues poco le quedaba al animal, que no redondeó como de él se esperaba. Pinchó y puso luego una estocada entera pero baja, tras la que sonó un aviso. Un descabello fue necesario para dar muerte al toro. Saludó el espada la ovación del correspondiente.

 

Del color del carbón el segundo de Enrique Ponce, cuarto de la tarde. Lo sacó a los medios en su recibo capotero, mostrando el toro ritmo y transmisión. De lejos llegaba, y un capotazo fue suficiente para colocarle en el caballo de Manuel Quinta, que le puso un gran puyazo de primeras. Más corto el segundo, el toro se mostró igualmente pronto en el peto. Fue ovacionado el varilarguero. En banderillas, el toro siguió en la misma línea: venía desde donde le llamaran. Y le sirvió a los banderilleros para lucirse, especialmente a Abraham Neiro, que fue ovacionado por el público hasta desmonterarse. Acusó el toro, llegado el turno de la pañosa, que no se le diera distancia, lo que adormeció sus virtudes. Fue desvaneciéndose así el buen augurio de Tauro, yéndose un toro que parecía bueno al otro barrio sin apenas expresarse. Ponce, que fue increpado por el público al considerar excesiva la duración de una faena que consideraban ya vacía, no se encontró con su último chance. Puso una media tendida y algo contraria, que hizo rápida muerte. Silencio.

 

Colorado, de un rojizo marrón carmelita y astifinos y largos pitones, era el quinto. Morante no pudo gustarse en exceso en el capote, ante la falta de fuerzas que notablemente auspiciaba. En la jurisdicción del picador, poco más hizo además de caerse metiéndose en la panza del caballo. Ah, y romper otra vara, que cerraba debate con las dos anteriormente rotas. Salió aún más flojo de lo que entraba, y tras hacerse de notar su ausencia, se mostró el pañuelo verde.

 

Salió por ello el primer sobrero, de Daniel Ruiz, de pelo negro y buena expresión. Salió apretón y desordenado, reflejándose así en el capote de Morante de la Puebla, que no se lució. Entró el toro al caballo hasta en tres ocasiones, excesivas para el carácter que presentaba de primeras. No decían gran cosa sus embestidas, ante la incierta prueba multidireccional que el diestro le planteaba en sus engaños. Acortaba el toro en banderillas, y fue meritoria la labor de la cuadrilla. Salió con la espada ya montada, sabía de nuevo la gubia lo que quería hacer. Y sobre todo, lo que no. Secos medios cabezazos eran la razón escasa de ser de este nulo sobrero, y Morante no quiso darle ni las buenas tardes. Tras un brevísimo macheteo, dos pinchazos y otro hondo, prosiguió un estrambótico capoteo que hizo alegoría de la poca fe que todos tenían depositada en este enemigo, mostrándose este con la cara cubierta por el velo del capote. Tardó en conseguir intentar descabellar, y tras un fallido intento el toro se echó. Pitos e irónicas palmas se entremezclaron en el arrastre del de Daniel Ruiz, mientras que pitos increparon igualmente a Morante.

 

Cerraba la tarde, desperezándose ya la noche, un toro negro de buena presentación. En el recibo, se mostró dispar, haciendo posible buenas pinceladas jaleadas por los tendidos. Llegado el tercio de varas, el burel hizo por los pechos del caballo, que no alcanzó por los buenos capotes que se echaron al quite.  Tomando dos varas, de mala colocación luego rectificada, el toro estaba listo para pasar al pareo, donde fueron necesarios varios quites más para cortar los hilos que tejían los toros tras los grandes palos que se pusieron por parte de Iván García y Pascual Mellinas, que saludaron una calurosa ovación a montera quitada. Intentó comenzar su labor de “a poquito a poco” Pablo Aguado con la pañosa, ante lo parado e inerte de su adversario. Nada decía este tampoco, mostrando nula raza o codicia. En la desconsolada proximidad, tuvo que irse a por el acero, ante el que el toro se mostraba recluido en tablas y cementado al albero. Tres pinchazos precedieron al descabello, que se hizo con el toro a la segunda. Silencio.

 

No estuvieron a la altura los Juampedros en juego, a los que se sumó un mal sobrero que hizo de quinto bis, de Daniel Ruiz. La corrida, cinqueña en su totalidad, de buena presentación en líneas generales, (salvo un escaso de encornadura segundo), dio buenos momentos en los primeros tercios, pero no redondeó ni mucho menos en finales. Ofreció opciones el segundo, y buenos momentos dejó el cuarto en los tres primeros tercios, que no se lució en la muleta posiblemente por planteamiento de faena y circunstancias. Los toreros dejaron remarcables detalles, sobresaliendo principalmente la faena de Morante de la Puebla a su primero, que se llevó la tarde mezclando la gloria con la ira de los tendidos, a los que despertó abroncadamente tras su brevísimo episodio con el que hizo quinto. Aguado poco más que detalles pudo arrojar, mostrando el mejor capote de la tarde, especialmente en su primero. Ponce no se encontró ni mucho menos, lo que le costó el descontento propio y ajeno en ocasiones.

 

La piedra no se vio para nada concurrida, a pesar de ser hoy una de esas tardes en las que, por cartel, deberían de rebosar los tendidos. Es para hacérselo mirar. Si se quiere usar el nombre del Santo Patrón de Madrid para dar festejos precisamente en sus fiestas, debe de llegarse a mucho mayor éxito para honrarlo como se merece.

 

Agridulce hoy la jornada. Ha habido momentos en los que parecía que volvía la Esperanza que se nos perdió en un bolsillo roto, en el embrujo inherente de Morante, en el capote de Aguado. Y es que:

 

No todo serán espinas,

Esquinas, al fin y al cabo,

Son rincones de un pueblo perdido

Que llora por ser olvidado.

 

RESEÑA
Viernes, 14 de mayo de 2021. Plaza de Toros del Palacio de Vistalegre (Madrid). 6 Toros 6 de Juan Pedro Domecq para Enrique Ponce, Morante de la Puebla y Pablo Aguado. Enrique Ponce, de grana y oro, silencio en ambos. Morante de la Puebla, de ámbar en terciopelo y oro con cabos negros, oreja y bronca. Pablo Aguado, de grana y oro, ovación con saludos y silencio.

Incidencias: Al finalizar el paseíllo sonó el Himno Nacional. Se desmonteraron por su labor en banderillas: Abraham Neiro «El Algabeño», Iván García y Pascual Mellinas. Y fue ovacionado el picador Manuel Quinta. Pablo Aguado brindó el tercero a Vicente Amigo.

Ricardo Pineda

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