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Gallos que muerden

La terna enseñó los colmillos. Tarde de compromiso sin espada para Juli, Talavante y Rufo, que gozó de generosidad en tendidos y palco abriendo la Puerta Grande cortando oreja y oreja.

A bocaos. Que ni las cadenas impiden la sangre en la boca lo saben los gallos, que prefieren morir matando a estarse quietos. Si ya les he hablado del hambre, es porque es la que viste la luz en los oros de los trajes. No siempre se come a mesa puesta, hay que buscarse las papas, y hoy ninguno de los tres toreros se fue sin tierra en las manos. Tres gallos tres, matándose en un corral que rebosó jaleo.

La tarde la dio Tomás Rufo, que confirmaba alternativa. Se le esperaba, y no era para menos tras la tarde que llovieron sus manos en Sevilla. Pocas veces se ve a un torero con semejante capacidad si se tiene en cuenta que era el de esta tarde su séptimo paseíllo como matador de toros. Salió a partirse la cara frente a las masas, sin tapujo en el valor ni amedrentamiento en la circunstancia. Por momentos toreó muy despacio, pudiendo, con la constante de la pulcritud en su hacer (casi ni un enganchón del toro a la franela) y llenando los tendidos de ole. Derramó toreo por las telas y por los ojos, épico frente a su compañero de baile ya en manos de Caronte. La plaza, al serle consciente quizás se excedió en el premio, pues le faltó mejor espada. Ahora bien, ahí hay torero. No será por nada que Madrid en sí misma le sacó a hombros de sus Ventas. Puñetazos al saco.

Es savia fresca. El hambre, ya lo he dicho alguna vez, es contagiosa, y fue el rugir del adentro de Rufo quien sentó las bases de la tarde. A raíz de eso, y más aún después de tener que abreviar amargamente con su primero, salió El Juli al mismo ring de pelea, a dejarse los piños contra viento y marea, dejando lances para el recuerdo, de nuevo aleccionando a los mismos firmamentos del toreo. Sin ir más lejos, Talavante se vio en las mismas tras hallarse completamente ausente en su faenar al rabioso tercero, por lo que nada más tomó la muleta decidió bajar a los infiernos del albero poniéndose de rodillas para hacerle la guerra a la muerte. Mismo destino y distinto precio a pagar para ambos padrino y testigo de confirmación, fallando con los aceros dejando vacíos sus esportones.

El juego del encierro empujó a las chispas, desde una notable diversidad y complejidad de comportamientos condicionada negativamente en algunos toros por la falta de fuerzas, en otros bien llevada, emocionando. Por su parte, el palco no anduvo excesivamente acertado en el otorgar, exigiendo más a Juli (sin dejar la espada opción a Talavante) que a Rufo. Pero todo sea por la carrera, por poner el patio patas arriba. Esto no hace más que poner la petición del second round en toda boca. Es innegable que esta 13ª de San Isidro ha dejado grandes sensaciones.

Las épocas más grandes de nuestra Fiesta no fueron sino aquellas en las que el hacha de guerra lucía en las manos de los matadores, haciendo bandos, haciendo ruido. El presente está como para ilusionarse. Trofeos aparte, creo que hoy podemos estar satisfechos. Tardes como esta son las que hacen afición. Son toreros como Rufo los que necesitamos. Gallos como jarras de agua fría para el resto del escalafón, que les levanten de un brinco para ponerles a torear. Que vuelva la sed de sangre a los ruedos, el partirse las carnes en busca de la Gloria. Como habitantes de la piedra está en nuestra mano conceder la vida y la leyenda a lo que ocurre en el ruedo, más si cabe en días como este. Si los que van a morir te saludan, es porque eres tú el guardián de las guadañas, toro. Danos vida en tu muerte. Monten jaleo.

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