Emilio de Justo sale por la puerta grande tras cortar tres orejas a un encierro variado de Guachicono. Sebastián Ritter gustó, cortando una oreja. Antonio Ferrera, sin suerte con los aceros ni el lote, se fue de vacío
Se nos va el vino en cata, nos dan las uvas, se acaba 2021 y nosotros tan panchos y anchos que nos quedamos. No sé a ustedes, señoras y señores, pero al menos a mí se me ha pasado volando. No es de extrañar que ni nos enteremos, salvo por el frío, el único que parece que avisa junto con la noche que se quiere caer antes de lo normal. Bueno, también avisan las variantes, se van a quedar sin letras del alfabeto griego. Si miramos hacia arriba, tampoco nos podemos olvidar de quienes avisan yéndose de entre nosotros poniendo nuevas estrellas en el Cielo. Pero poco más, aun así tiene su explicación que sigamos empanaos, como decimos por aquí. Es que muchas cosas siguen igual. Y una de ellas es la figura de Emilio De Justo, que entre polvorón y polvorón, se ha zampado tres orejas hoy en Cali, un 28 de diciembre, y nos tiene a todos los intensitos (como lo es un servidor) hablando de toros en vez de cantando villancicos. Pero bueno, que una cosa no quita la otra, por atípico que pueda parecer.
Por fino y, probablemente también por las “bolitas” de los pitones, se protestó enérgicamente la salida del primero de la tarde, negro listón, ofensivo y desarrollado de cuerna pero mermado por la mano del hombre. Brega pura planteó Ferrera al encontrárselo en su capote, rebrincado y escaso de fuerzas el toro. En el caballo, un puyazo muy medido fue premisa para cambiar de tercio, al no estar el horno para bollos, descontento el personal. El albero, mojado por la lluvia, pidió fugacidad para que gobernase el pragmatismo sobre el arte, quizás por eso no quiso poner banderillas Ferrera. El toro, en palos, reculó, cortó y apretó, intentando el apuro, sin éxito. Brindaba al público la faena el torero extremeño, para, genuflexo, empezar a mostrar caminos por los que el burel pudiera caminar. No se entregaba en exceso, al ser ahora más latente la falta de fuerzas del toro, manifiesta en repetidas caídas. Tuvo que pulsear la media altura Antonio Ferrera, donde el animal se encontró más capaz, aun siendo bruscas y escasas de recorrido la mayoría de sus embestidas. Se encaró la vena con los pitones, se hizo lo que se pudo, arrancándose el aplauso caleño. Cercanía y brevedad definieron la faena, y a por la espada. Pinchó una vez, exponiendo mucho, y puso una estocada algo caída que surtió efecto.
Más desarrollo y algo menor manipulación en pitones tenía el negro segundo toro de la tarde, de naturaleza seria por delante, atacantes las espadas aun tocadas, un poco menos fino de caja que su anterior hermano. Era antiguo de expresión. Con coraje, casi enrabietado, salió de toriles y embistió en el capote de Emilio De Justo, repitiendo y exigiendo. Con mando y estética se alzaron las manos del torero, en un garboso ramillete de verónicas que se hicieron por momentos con la lluvia que caía, así como con las voces de los tendidos, llenas de ole. Una vez sola entró el toro al caballo, sin mucho eco, y tras ello salió a buscarlo De Justo para realizarle un quite por altaneras en el que el toro respondió en menor medida, y que el espada remató con una buena media. Buena la labor de los de plata en banderillas, que consiguieron mantener las revoluciones del toro. También brindó al público su faena el de Torrejoncillo. Briosos fueron los comienzos con la pañosa, de buen porte. Al toro no se le podían perder nociones si se le quería dominar, y así lo vio De Justo, que exigió tanto como dio a un toro con ritmo pero algo brusco, al que todo se le tenía que hacer por abajo. La transmisión reinó en la faena, y una gran mano izquierda con la figura de frente puso el broche a la labor, que estaba más que hecha. Con la espada marró, sin embargo, ya que se le fue perpendicular en colocación y precisó descabello para pasaportar al animal, con el que acertó a la segunda. El público quiso premiarlo con una oreja.
De pieles castañas era el tercer toro de la tarde, más cuajado de carnes que sus hermanos, amplio y fino de marfiles (a pesar de la bolita, de nuevo). No quiso mucho capote, por lo que poco más que algún detalle pudo dejar en la arena Sebastián Ritter con él. Tal y como hicieron sus hermanos previamente, tomó una sola vara, algo caída en colocación, que no hizo mucho bien en la gestión de las fuerzas del animal, que de ahí en adelante se vieron peor de lo que antes. Con capacidad, los hombres del colombiano pusieron los seis palos correspondientes previos al tercio de muleta. No fue menos Ritter, que quiso brindar a sus paisanos la muerte de su toro. Emprendió el camino al cara a cara. El toro mostró cierta fijeza, especialmente en los inicios, pero cuando transcurrió algo más de faena, se hizo ver muy irregular en recorridos y entrega, cayéndose a veces, reculando otras por no volver a caer. A pesar de todo, Ritter consiguió estructurar algunos pasajes que consiguieron tener cierto calado en los tendidos, que en todo momento quisieron recompensar su esfuerzo. Tomó el acero, y puso media estocada profunda, la cual fue rápidamente efectiva, y Ritter recibió una oreja del público.
También castaño y proporcionado de caja era el cuarto animal que salió de toriles, imponente de serpientes, limadas de nuevo, por desgracia, lo que le restaba en seriedad. Avispado se le veía, para lo malo, y ya en el capote se complicaba la cosa. Otro solo puyazo sin más luces, al menos bien colocado, y a por los garapullos. Protestó Cali, quería ver de nuevo a Ferrera con los palos. Pero no quiso, y no le culpo. Llegaba un trago, el cual no brindó o se brindó a sí mismo. Sudor, del pegajoso. El toro en lo alto, con la testa por los aires, volaba en dos patas, volviéndose en medio palmo, buscando los adentros, ya no del ruedo, sino del matador. De cortas franelas se preveía aquello. Viendo que allí nada más que cuidarse a uno se podía hacer, Ferrera anduvo mostrándolo muleteando sobre las piernas principalmente, se justificó al menos. No se anduvo por las ramas, yendo a por la espada sin tardanza. Tras pinchar dos veces, en las que se vio el morro del burel en los pechos, metió al fin mano cumpliéndose eso de que “a la tercera va la vencida”, muriendo en breves instantes el morlaco. Imagínense cómo estaba el patio, que su matador se sonreía al verlo caer. Hubo tanto pitos como palmas, para un más que digno Ferrera.
Buena pintura sería el quinto de la tarde, burraco, de amplias velas y terciado pesaje, de no ser, otra vez, por las malditas bolitas de los pitones, siendo las de este las más descaradas de todo el encierro de Guachicono reseñado por Tauroemoción. Mal. Enérgico acudió a la capa de Emilio De Justo, que pudo lucirse nuevamente, reavivando a los tendidos. El tercio de varas fue efímero, un corto puyazo fue suficiente a ojos de su lidiador. Buen hacer el de sus subalternos, que dieron el trato adecuado a un toro al que había que consentir para no desgastarlo de cara a la muleta, ya que no se mostraba sobrado de fuerzas. Lo dicho, llegaba la muleta, no sin antes formular De Justo el correspondiente brindis, dedicado, ya que veía opciones en el burraco. El brindis fue dirigido a Manuel Díaz “El Cordobés”, allí presente. Desde su ya habitual serena confianza, natural como algo puede serlo, se dirigió a la jurisdicción del toro para hacerla suya. El animal transmitía, quería emplearse, y tan sólo necesitaba unas manos que le condujesen por ese camino. Ahí estaba Emilio De Justo. Lo ordenó y templó tanto como quiso, y de ahí en adelante puso al público de Cañaveralejo boca abajo. Fraguó el jaleo a media altura, mandando en todo momento. Al toro, le sacó un recorrido que de por sí no tenía, hilando muletazos sentidos, que ensalzaron los puntos álgidos del astado, al que hizo mejor de lo que era. Llegó a hacerlo de tal forma, que hasta algunos pañuelos asomaron para pedir el indulto. La faena fue larga, pero no con esa intención, pues a pesar de ser un buen toro, no correspondía como ustedes comprenderán. Por ello, empuñó con rectitud la Tizona, pero pinchó tendido y atrás en la primera entrada. No se demoró en entrar una segunda vez, más acertada esta, estocada casi entera pero en el sitio. Cayó el toro, y Cali le dio las dos orejas a Emilio De Justo. El presidente vio conveniente darle la vuelta al ruedo al toro, de nombre “Comediante”.
Posiblemente era el negro y fibroso último el más íntegro de la tarde, a pesar de lo que ustedes ya saben. Sebastián Ritter templó su acometer en pocos capotazos, de movimiento en el mero vuelo, quietas las plantas de los pies. Sin embargo, nada mas salir, más bien suelto del percal, de nuevo se revolucionó para desordenarse. Fue este toro el único que peleó dos puyazos en toda la tarde, intensos puyazos en los que empujó sin cortarse un pelo. Gran tercio de banderillas trabajó Ricardo Santana, que no pudo recoger montera en mano la ovación que el público le estaba por entregar por ser llamado de urgencia a la lidia del animal, que seguía suelto, y que por poco no hizo por Ritter en lo que le brindaba la faena a Manuel Jesús “El Cid”, su padrino de alternativa. Prometía garra el colombiano, ya desde el brindis, en cada paso que andaba hacia el burel. Comenzó firme, enrazado, hasta metiendo en vereda muy meritoriamente los envites del fiero animal, que no humillaba lo más mínimo y menos aún regalaba algo. Acortó rápidamente recorridos, rajándose el animal, dirigiéndose a la trinchera de su querencia a tablas, donde Sebastián Ritter no tuvo miedo a pisar los terrenos. Ahí mismo tuvo que abreviar, algo apagado ya el fuego en los tendidos. Tomó la espada, pinchando la primera vez y enterrándola la segunda, cayendo finalmente el burel y con él la tarde en Cali.
Tanto a quienes lo vimos a través de la pantalla, como a quienes allí se reunieron para verlo, el encierro de Guachicono decepcionó en primera instancia a causa de la clara manipulación de pitones que todos sus toros sufrieron, unos en mayor medida que otros, pero sin salvarse ninguno. Una auténtica lástima, ya que se trataba de una corrida muy seria de pitones. En pesaje, ninguno llegó a los 500kg, pero salvo el primero, ninguno más acusó exageradamente falta de peso. En juego, la corrida dio opciones en líneas generales, aunque no se vio suficientemente en el peto a ninguno de los toros salvo el sexto, el único que tomó dos puyazos. En la muleta destacó especialmente el quinto, premiado con la vuelta al ruedo. En cuanto a los matadores, fue Emilio De Justo el triunfador de la tarde, manteniendo su regularidad y mostrándose frente a los toros con la difícil facilidad que sólo unos pocos elegidos tienen. Meritoria tarde de Ritter, que anduvo más a gusto con su primero, gustando en los tendidos, y digno con su segundo, un toro serio y muy exigente. Ferrera dejó detalles en su primero, no pudiendo redondear con la espada y yéndose de vacío, ya que nada pudo hacer con el cuarto de la tarde. Pena el público, muy poco, menos de media plaza.
Bien parece que, si no lo impiden inclemencias meteorológicas allá por tierras paisas, no será la última tarde de toros que podamos disfrutar, al menos por televisión, en este atípico 2021, que va a caer sin puntilla. Independientemente de eso, sólo les pido una cosa. Disfruten. Sean felices, que al fin y al cabo es lo mismo. Siempre existen motivos, uno sólo tiene que buscarlos. No es la primera vez que a uno le faltan palabras, ustedes ya lo saben. Pero igualmente, uno intenta buscarlas. Y es siempre un placer. Venga, verso:
Y se nos cae el año en lo alto,
Y yo sin paraguas encima,
Y nieva, y llueve, y me caigo,
Y una Estrella me ve desde arriba.
Martes 28 de diciembre de 2021. Plaza de toros Cañaveralejo, Cali (Colombia). 5ª de abono de la Feria de Cali. 6 Toros 6, de Guachicono, para: Antonio Ferrera, de grana y oro con corbatín verde, palmas y división de opiniones; Emilio de Justo, de grana y oro, oreja y dos orejas; y Sebastián Ritter, de nazareno y oro con corbatín verde, oreja y palmas.
Incidencias: el quinto toro de la tarde, herrado con el nº736, negro burraco, de nombre “Comediante”, fue premiado con la vuelta al ruedo.